Resumen
Días antes seis turistas españolas habían sido violadas. Un grupo de delincuentes habría irrumpido en una villa cerca de la playa para abusar de las extranjeras.
A los hombres, al parecer también siete españoles, los habrían sometido durante la agresión, que, según algunos diarios, duró tres horas.
Días después el puerto de Acapulco, municipio del Estado de Gurrero, era calificado por el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, como la segunda ciudad más peligrosa del mundo[1], solo por debajo de San Pedro Sula, Honduras, y haciéndole compañía a diversas ciudades mexicanas.
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El índice para medir la peligrosidad habría tenido su sustento en el número de asesinados por cada 100 mil habitantes y el “incremento de violencia”.
Para las autoridades gobernantes de ese lugar era algo injusto.
El alcalde del puerto, el mismo que dijo que las violaciones ocurrían en todo el mundo (como el imbécil que es) y que días después le pediría ayuda al poder Ejecutivo, con lágrimas y voz entrecortada, para que mandara a la milicia, se quejaba amargamente de la posición del ranking.
Acapulco, un lugar conocido en el mundo, escape de la vorágine citadina, del caos de las urbes.
Un lugar de ensueño, como lo canta Ringo Starr, el Beatle, en su canción Las Brisas, o que con sentimiento cantaba “El Flaco de Oro”, Agustín Lara, a María Félix, diva mexicana: “Acuérdate de Acapulco, de aquella noche, María bonita, María del alma…”
Unos cuantos años después Acapulco es lugar de disputa de diversas mafias, desde las legales hasta las ilegales, ya que en el lugar convergen y se entremezclan, las del “narcotráfico” (“la delincuencia organizada”), con las de la construcción, quienes han depredado la selva y mar del lugar, al igual que las políticas.
Todos conectados, en una clase de mixtura de sujetos nocivos.
Muertos, decapitados, violadas, son el escenario de una batalla que durante años ha puesto a ese hermoso lugar en su posición actual.
Las olas, el olor a sal, el calor sofocante, el recuerdo de la familia que durante meses ahorraba dinero para viajar junta, es una vivencia idílica frente al miedo de las personas que habitan ahí.
Presas del terror, sin saber que es parte de la conjura global del neoliberalismo armado, ese que genera la guerra.
Acapulco es el lugar más peligroso de México, calificación injusta para un lugar que percibe los efectos de una guerra que se gesta en otros lugares.
Esas evaluaciones de la “peligrosidad” conceptualizan erróneamente el “peligro”, aunque con una gran funcionalidad para la biopolítica, ya que si su metodología hubiera sido acertada, muchas de las capitales del “primer mundo” serían los lugares más peligrosos.
Washington, Moscú, New York, Madrid, Berlín, París…
¿Por qué?
Porque desde esos lugares se van fraguando las políticas globales que tienen efectos perversos sobre el resto del mundo. Generan la violencia (hambre, caos, desempleo…).
Bajo esa lógica no pueden desprenderse de su responsabilidad, porque esas ciudades-monstruosas-peligrosas, como Acapulco, muestran el fracaso de un sistema del que aquellos son garantes (protectores del templo donde se adora al capital y el mercado del consumismo).
No sé que sea más peligroso entonces, si la fábrica que los produce o el producto.
Mientras tanto: Acuérdense de Acapulco…
Bibliografía
Psicólogo y Criminólogo, apasionado del conocimiento, aprendiz del pensamiento y lógicas criminales. Critico del poder.
Pienso que la Criminología es una ciencia quijotesca, siempre se enfrentará con gigantes-molinos de viento, por lo tanto el Criminólogo debería ser un loco sin dios y sin diablo, más cercano a la ciencia que a la política.
Lic. en Psicología por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Tesis, "Homicidas seriales: una visión sociopsicoanalítica".
Maestro en Criminología y Política Criminal por el Instituto Nacional de Ciencias Penales (INACIPE).
Criminólogo en una prisión capitalina mexicana (Reclusorio Sur).