Año de publicación
2011
Viernes, 17 de junio
Me he relajado. No obstante, durante el paseo matutino trato de informarme. La reacción que tuve ayer me agobia. En un primer momento me plantee pedir cita con el psicólogo, pero mi escasa experiencia en estas casas me demuestra que esa gente es inoperante. Cubren su expediente de mala manera y pasan, en la mayoría de los casos, de los internos. Me atiborrarían a pastillas, quizás me cambiarían de celda con un interno de apoyo, o me enviarían a enfermería. No, no me van estas soluciones.
Por ello, caminando junto al kurdo, el Edington y el Panamá, comienzo a hablar en voz alta, como el que no quiere la cosa.
-Pues el otro día, un menda me soltó que le entró la paranoia en el chabolo, la famosa claustrofobia esa. Que tuvo la necesidad de salir corriendo, que le faltaba el aire, que se moría. Menudo tolai, ¿verdad? –termino de comentar, mirando de reojo y quitando importancia a mis palabras.
En un primer momento, nadie dice esta boca es mía. Después el kurdo sentencia.
-Ese ser marica, como mujer. Yo no tener eso; yo duro. Mi torturar los militares turcos cuando yo joven. Yo mil veces en calabozos, cárceles, de mi país y yo no comer coco. Yo fuerte.
De nuevo el silencio. Entonces Panamá se sincera.
-Pues yo si, hermano. A mí si me pasó y que me quedé jodido. Me quedé sin aire, y no soy marica, kurdo.
El Edington también aporta su granito de arena, caminado más rápido que el resto por la parte exterior de la circunferencia.
-A mi esa maricada no me ocurre. Pero en otro talego que estuve, a un man negro le entró esa vaina, y comensó a golpearse la cabesota contra las paredes y a gritar. Cuando lo sacaron, ya estaba medio muerto el muy marico, y su compi, hasta arribita de sangre de aferrarlo. Dijeron que se había emparanoiado o como se diga esa verga –y con esto calla, ratificándome la existencia de ese síndrome.
2011
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