Tabla de contenidos
1. Resumen
La importancia del turismo en las ciudades es, hoy en día, indiscutible. Un turismo sobredimensionado genera una serie de impactos negativos. La seguridad y su percepción están directamente relacionadas con los problemas de convivencia y las dificultades de gestión del espacio público, donde entran en juego los conflictos de intereses y la diferente utilización del espacio por parte de las personas. El presente estudio pretende mostrar la posible correlación positiva entre turismo de masas vinculado al ocio nocturno y criminalidad, mediante el análisis de los factores que forman el objeto de la Criminología: delito o acto desviado, delincuente, reacción social, y víctima.
Palabras clave: Turismo, ocio, (in)civismo, convivencia, conflicto.
2. Introducción
Al oír la palabra turismo, prácticamente todo el mundo la asocia con viaje, desconexión de la rutina diaria, ocio, conocimiento de otras culturas, y un largo etcétera de sensaciones agradables.
Pero el fenómeno turístico tiene también otra cara menos agradable que se ve plasmada en las consecuencias que el turismo de masas genera en la calidad de vida de los residentes de aquellos destinos que –como efecto del turismo– sufren una presión demográfica muy superior a la que pueden asumir, generando importantes problemas de convivencia.
Como puede observarse, el fenómeno turístico presenta las dos caras de una moneda: genera placer en aquellos que lo practican pero molesta a los que “lo sufren”.
El turismo se convierte en un dolor de cabeza para los residentes cuando se masifica, y uno de los motivos del fenómeno de la masificación en este campo ha sido la aparición de las compañías “low cost”, que revientan la oferta con paquetes turísticos a precios muy económicos, lo que conlleva que el perfil del principal cliente sea el juvenil con ganas de fiesta, diversión y excesos, lo cual dificulta el poder encontrar un equilibrio entre el disfrute del turista y el bienestar del ciudadano 1.
Otro aspecto negativo que conlleva el turismo es el de la identificación de los turistas como objetivos de gran interés por parte de los delincuentes, pudiendo convertirse en sujetos pasivos de delitos contra el patrimonio y produciéndose así su victimización 2.
El turista, por tanto, puede mostrarse como víctima –principalmente de delitos patrimoniales– y victimario –como sujeto activo de actos incívicos que generan molestias a los vecinos y dañan la imagen de los lugares de acogida–; una dualidad de rol que nos muestra la cara más amarga del fenómeno turístico.
3. La seguridad como complemento y condicionante del turismo
El diccionario de la RAE (Real Academia Española de la lengua) define seguridad como cualidad de seguro, entendiendo el concepto de seguro como libre y exento de todo peligro, daño o riesgo.
El empresario turístico debe satisfacer las necesidades de sus clientes –alojamiento, restauración, entretenimiento, etc. – para dar un servicio de calidad que consiga generar la satisfacción de los consumidores de su producto y atraer el interés del cliente potencial que contrate sus servicios en el futuro. Para ello, no debe descuidar la seguridad y protección del turista, debiendo concebirla como una prioridad necesaria para el desarrollo de la actividad turística.
Seguridad y turismo son dos conceptos que van cogidos de la mano, y mantienen una dependencia recíproca en la sensación de satisfacción y el buen recuerdo que el turista pueda llevarse de sus vacaciones.
Las políticas públicas de seguridad relacionadas con el sector del turismo deben considerarse desde dos perspectivas: macro y micro.
La primera de ellas de carácter supraestatal (Unión Europea, cooperación internacional), estableciendo mecanismos de colaboración en la lucha contra el terrorismo y el crimen organizado –las dos principales actividades criminales transnacionales–.
El terrorismo es una de las formas de violencia más difíciles de contener debido a que su campo de acción se extiende más allá de las regiones en conflicto, involucrando muchas veces a víctimas inocentes que nada tienen que ver en el mismo.
Pleterski (2010) destaca la fragilidad de los turistas como una herramienta que pueden utilizar los terroristas para alcanzar sus objetivos estratégicos, incluyendo la posibilidad de provocar miedo y desconfianza en los destinos turísticos afectados, y provocando una importante disminución de los ingresos derivados de la actividad turística, pudiendo llegar a desestabilizar la economía local o nacional.
Los medios de comunicación de todo el mundo informan del suceso, muestran imágenes de los daños en las infraestructuras, de las víctimas, del sufrimiento y pánico de la gente, y comentan los problemas sociales y económicos que comportarán para la zona afectada, generando el recelo e inputs negativos en el cliente potencial.
El poder amplificador de los medios de comunicación influye sobre la seguridad subjetiva del turista, pudiendo generar un efecto negativo al estimular la ansiedad en las personas.
A nivel micro, la mayoría de Estados –como sucede en el caso de España– tienen administraciones de diversos niveles territoriales con competencias en el ámbito de la seguridad. En estos casos, los actores regionales y locales son indispensables para las políticas de seguridad ciudadana.
A pesar de que la seguridad pública debe ser dirigida, coordinada y controlada por los poderes públicos, los actores privados también juegan un papel importante. En el contexto del fenómeno turístico no es diferente, y actores públicos y privados deben trabajar conjuntamente, creando recursos y herramientas que cuenten con representantes de ambos sectores con las que poder mejorar la seguridad en los destinos turísticos.
La insuficiencia de efectivos policiales en los momentos de sobresaturación poblacional que genera el turismo en algunos destinos debe compensarse o reforzarse, por parte de los empresarios, mediante la implantación de personal de seguridad privada en los establecimientos y de la instalación de equipamientos de control y seguridad (cámaras de vídeo vigilancia, sistemas de control de accesos, alarmas, etc.). Lamentablemente, debido a la realidad económica actual, muchos empresarios de las actividades que engloban el sector turístico no pueden realizar tal inversión.
El presente artículo aborda esta segunda perspectiva de la seguridad (micro), aquella que se desarrolla a nivel local en los destinos concretos donde el turismo rebasa los niveles de capacidad de los municipios receptores.
4. El estudio del turismo de masas vinculado al ocio nocturno desde los elementos que forman el objeto de la Criminología
Centrándonos en los aspectos criminológicos relacionados con el turismo de masas vinculado al ocio nocturno, partiremos de lo expuesto por Garrido, Stangeland y Redondo (2001), al establecer las figuras del delito –o desviación de la norma–, delincuente, reacción social y víctima –en conjunto-, como objeto de la Criminología, siendo éstos los factores que analizaremos para establecer las conclusiones sobre nuestro estudio.
5. El delito o la desviación de la norma
Mediante una revisión de la literatura existente sobre turismo y criminalidad, encontramos que son numerosos los trabajos que han estudiado la relación entre ambos factores. Gould (2002), citado por Montolio & Planells (2013), establece la posibilidad de que la actividad turística conlleve un incremento de las oportunidades para los delincuentes, debido al atractivo que supone el turista como objetivo, al portar objetos de valor y dinero en efectivo, siendo mayor el beneficio esperado al cometer el acto delictivo.
Otros estudios, que describen la correlación entre una economía enfocada al turismo y el incremento de las tasas de crímenes contra la propiedad, son los realizados para los casos de Miami y México (McPheters, 1974, y Jud, 1975, respectivamente, ambos citados por Montolio & Planells, 2013). En lo que se refiere a otras modalidades criminales como los delitos contra las personas, ambos trabajos establecen que la relación parece no ser significativa. El estudio realizado por Urbanowicz (1977) sí establece una correlación entre turismo y delitos contra las personas, pero dentro del contexto de los destinos especializados en prostitución y drogas.
La promoción que se realiza de un destino puede influir en las tasas de criminalidad inducidas por el turismo. Es evidente que la tasa de criminalidad de un destino rural distará bastante de la producida en un destino vinculado al ocio nocturno.
Tilley & Laycock (2002) consideran que la investigación ha demostrado que las problemáticas generales de la delincuencia y el incivismo pueden disociarse en problemas más específicos y tratables. La investigación empírica nos ha mostrado las evidencias que se exponen a continuación, las cuales son perfectamente incardinables al contexto de la correlación entre turismo y criminalidad:
- La delincuencia y el incivismo tienden a concentrarse en el espacio: “los puntos negros”.
De la Torre & Navarrete (2013)3, dentro de la aplicación de la teoría de las actividades rutinarias (Cohen & Felson, 1979) aplicada al entorno turístico, exponen que la geografía y temporalidad de las acciones “rutinarias” de los turistas determina el conjunto de oportunidades disponibles para el delincuente, considerando que entornos de turismo pueden crear focos de oportunidades delictivas, por la constante afluencia de turistas y trabajadores, como así también, por la creciente saturación y el anonimato en los enclaves de alojamiento, atracciones y entretenimiento.
- Los delitos tienden a concentrarse sobre determinados grupos poblacionales. “la multivictimización”.
Chesney-Lind & Lind (1986), Albuquerque & McElroy (1999), y Fuji & Mak (1980) –citados por De la Torre & Navarrete (2013)– describen las circunstancias de la victimización de los turistas. Establecen que, desde la perspectiva de la seguridad, el turista posee un conjunto de características que lo hace vulnerable a la delincuencia; por lo tanto, pueden tener una oportunidad significativamente mayor de ser víctima de la violencia si lo comparamos con los delincuentes.
- Los delitos tienden a concentrarse en determinados productos (“productos calientes”).
Hay productos que resultan más atractivos para los delincuentes, suelen ser los que –desde el punto de vista del ofensor– presentan los siguientes atributos: poseer un valor, ser inerte, visible y accesible (V.I.V.A.). Clarke (1999) añade que, además, éstos deben estar disponibles, poder cogerse, ocultarse y transportarse fácilmente.
Si a las características descritas le añadimos la ausencia de un guardián eficaz (policía, transeúnte, cámara de videovigilancia, etc.) el interés del potencial ofensor será mayor, incrementándose el riesgo de producirse su sustracción.
- Ignorar el incivismo fomenta la delincuencia.
Sherman (1997) –citado por Tilley & Laycock (2002)– concluye que una policía focalizada sobre las problemáticas de la vía pública contribuye a reducir los delitos graves, lo cual podría implicar una relación causal entre los comportamientos incívicos y la delincuencia.
Del mismo modo que sucede con los delitos, los desórdenes de bajo nivel también tienden a agruparse en puntos negros que constituyen focos relevantes para la actuación policial. Como en el caso de la delincuencia, el incivismo se concentra en determinadas áreas territoriales.
Tilley & Laycock (2002) concluyen que hay dos razones para afrontar específicamente los desórdenes de baja intensidad. Según los citados autores, estos desórdenes son motivo de preocupación para las comunidades locales y, por tanto, un objetivo relevante para la policía –hasta el 70% de las llamadas a la policía no están relacionadas directamente con la delincuencia, sino con el incivismo–. Por otro lado, el incivismo puede ser precursor de la delincuencia. Se argumenta que al ignorar los incidentes incívicos se envía a los delincuentes potenciales un mensaje en que se indica que nadie reacciona y que la actividad delictiva también podría ser ignorada.
- Hay facilitadores del delito.
Determinadas condiciones del entorno facilitan los delitos y los comportamientos incívicos. El alcohol y las drogas, por ejemplo, juegan un papel de primer orden en los comportamientos incívicos asociados a las zonas de ocio donde se concentran multitud de jóvenes, especialmente tras el cierre de los locales.
La retirada o control de dichos facilitadores debería contribuir a la reducción de la delincuencia y el incivismo.
También se consideran facilitadores del delito aquellas conductas en las que la víctima, de manera negligente, puede propiciar la comisión del delito; por ejemplo, exhibir una gran cantidad de dinero en la vía pública, llevar un objeto de valor a la vista o dejarse abierto el bolso. Esta acepción del concepto “facilitador” suele emplearse en infracciones en las que no existe violencia interpersonal, como los hurtos, principal tipología delictiva de la que los turistas son víctimas.
El hurto es el tipo penal más denunciado en la etapa estival sin que su incidencia llegue a ser alarmante como para considerar el turismo como una actividad insegura o peligrosa. El periodo estival suele concentrar entre el 50% y 60% de los ilícitos penales contra el patrimonio denunciados durante el transcurso del año, lo cual –coincidiendo con la etapa de mayor ocupación hotelera– permite establecer una tendencia ascendente entre criminalidad y flujo de personas.
Cabe hacer mención a las conductas incívicas que –no considerándose actos delictivos– son las que generan más molestias entre los residentes y mayor repercusión mediática tienen. Llama la atención que, produciéndose en menor número que las conductas delictivas vinculadas al patrimonio, supongan una mayor problemática a nivel global.
La sobresaturación turística suele alterar las estructuras sociales y los patrones de comportamiento de los lugares de destino. De esta forma, las áreas turísticas que han aceptado el desarrollo de dicha actividad considerando especialmente los beneficios económicos que les reporta, han advertido un malestar evidente entre sus residentes debido a las molestias derivadas del turismo de masas como pueden ser, entre otros, la masificación y la congestión de las infraestructuras –colapsadas por el desbordante incremento de turistas en la zona–, el ruido nocturno en las zonas de ocio y alrededores, la suciedad, los daños en la propiedad privada y en el mobiliario urbano, las peleas en plena vía pública; molestias que, en los últimos años, muchos ayuntamientos han tratado de minimizar mediante una regulación más estricta en normas de civismo y un control policial más exhaustivo 4.
Igual que sucede en el caso de los ilícitos penales denunciados, es en los meses de verano cuando se produce el mayor número de requerimientos a la Policía con motivo de las molestias y los problemas de convivencia derivados del uso intensivo del espacio público, la concentración de la oferta lúdica nocturna y la sobrepoblación. Las imágenes de grupos de jóvenes ebrios y descontrolados por las calles han dado la vuelta al mundo retroalimentando la oferta de un turismo de aparente desenfreno que ha estereotipado la marca turística de los municipios receptores, haciéndoles mucho daño a su imagen como destino turístico de calidad.
Por todo ello, el impacto producido por las conductas incívicas ha generado gran alarma social, haciendo reaccionar a los responsables municipales, debiendo establecer estrategias para contrarrestarlas.
6. El delincuente
El fenómeno del turismo de masas genera un espacio propicio para los delitos de oportunidad, ya que se concentran en un mismo espacio (destinación turística) y tiempo (periodo estival) unos objetivos deseables –los turistas– y la falta o atenuación de guardián capaz que supone el hecho de la sobredimensión de la población en ese periodo con respecto a los recursos de control social formal.
Se genera así el escenario perfecto para los delitos de tipo predatorio 5. Los turistas –mediante sus actividades cotidianas como turistas (ir a la playa, a los establecimientos de restauración, visitar los lugares más emblemáticos del municipio, frecuentar los locales de ocio, etc.)–, sin saberlo, van a ofrecer diversas oportunidades al delincuente para alcanzar su fin. Unas oportunidades que éste último aprovechará para conseguir su objetivo mediante una elección racional tomada sobre la base de los costes y beneficios que su conducta puede proporcionarle, procediendo a su realización cuando –según su balance subjetivo- los beneficios excedan a los costes.
Podría establecerse un paralelismo –salvando las distancias– entre lo que acontece en las zonas de ocio y hospedaje turístico de los municipios que acogen el turismo de masas centrado en el ocio nocturno y los postulados de la Escuela de Chicago, que comenzaron a considerar el ambiente como un factor desencadenante del delito 6.
La existencia de zonas de tránsito conflictivas, especialmente en horario nocturno, en las que se concentran mayoritariamente –por no decir exclusivamente– los turistas, el hacinamiento en las zonas de ocio, la alta movilidad de la población turista (pues los grupos de turistas se van renovando constantemente) y las limitaciones que ésta presenta a consecuencia del idioma y, en multitud de ocasiones, el estado de embriaguez mostrado por muchos turistas suponen un caldo de cultivo excelente como incentivo y oportunidad a la comisión del delito y actos incívicos, generando que acaben convirtiéndose en zonas donde se concentra la mayor parte de la delincuencia. Un escenario en el que el propio ambiente retroalimenta la actividad delincuencial.
En lo referente a los elementos que ocasionan el comportamiento incívico de los turistas, –como percepción personal y abierta a un posible debate– son diversos los factores que pueden explicar los motivos de por qué a menudo los turistas jóvenes se comportan de manera diferente cuando salen de sus lugares de residencia.
El primero de ellos es el efecto anonimato que supone el estar lejos de sus hogares y de sus normas sociales, lo que –sumado a la creencia de que nadie conocido les ve- hace que se desinhiban y se comporten de una forma menos contenida. Lejos de los agentes o instancias de control social informal, algunos realizan una especie de paréntesis en el proceso de aceptación de las normas y de la asunción de su papel como sujetos respecto de la sociedad en la que viven, ya que se encuentran en un contexto diferente al habitual en el que nadie cercano puede juzgarlos, influenciados por los inputs recibidos a través de los mensajes de los tour operadores y las imágenes de los medios de comunicación, que presentan un estereotipo del turismo centrado en la oferta de fiesta, alcohol y sexo.
Otro factor que, combinado con los anteriores, puede derivar en las actitudes incívicas propias del turismo de borrachera, es la juventud. La impulsividad propia de la edad, sumada a los sentimientos de autenticidad y rebeldía, hace que los jóvenes sientan que deben incumplir las normas y no dejarse atar por los límites morales ni sociales, no considerándose responsables de sus actos, especialmente cuando actúan en grupo.
Finalmente, el consumo de alcohol y/o drogas, y los efectos que del mismo se derivan, generan una mayor desinhibición y la disminución de autocontrol que potencian la posibilidad de realización de actos incívicos.
7. La reacción social
En cuanto al control social, entendido como los mecanismos para lograr la aceptación o rechazo de los diferentes tipos de normas (jurídicas, sociales, éticas, etc.) por los individuos de una sociedad para garantizar que los miembros del grupo se comporten acorde a los valores del mismo, debemos destacar la poca entidad del control social informal.
El control social informal hace referencia al entorno más cercano del sujeto: familia, escuela, amistades, etc. Por este motivo, los reproches derivados de sus conductas, por parte de terceros totalmente desconocidos, no tienen la fuerza suficiente para condicionar al individuo en la realización de las mismas, más aún cuando su comportamiento no es aislado, sino que la mayoría de iguales –turistas que se encuentran en la zona de ocio– actúan de igual manera, y que quizá la elección del destino pudo estar reforzada por las imágenes de fiesta y descontrol que del mismo mostraban los medios de comunicación masiva; normalizando internamente –en cierta manera– su conducta.
En cuanto al control social formal, la problemática del turismo de masas vinculado al ocio nocturno no debe circunscribirse únicamente al ámbito de la seguridad ciudadana. Desde una perspectiva estratégica, debe considerarse como una disfuncionalidad dentro del sistema turístico, un sistema integrado por todos los actores implicados –directa o indirectamente– en el sector como un conjunto, donde cada unidad (servicios públicos, agencias de viajes, comercios, restauración, hostelería, servicios sanitarios, cuerpos de seguridad,…) interactúa con las demás y tiene una influencia variable sobre la evolución del conjunto, así como sobre cada una de las partes. Todo ello reglado, bajo unas normas, con el objetivo conjunto de satisfacer de forma sostenible la demanda turística.
En base a ello, debe relacionarse a todas las agencias –públicas y privadas– implicadas en el sector turístico y a la comunidad, como afectada por las consecuencias del mismo, con el fin de disponer de una información exhaustiva del problema desde diferentes perspectivas y no centrarse únicamente en la policial, lo cual permitirá detectar posibles disfunciones en el sistema sobre las que actuar para corregir aquellos aspectos que sean necesarios y conseguir un modelo turístico sostenible y atractivo para el turista potencial.
A nivel legislativo, los responsables municipales de los destinos turísticos deben valorar si la normativa existente es idónea para hacer frente a la problemática o si mediante una normativa más severa podría mejorarse sustancialmente la situación. Un cuerpo normativo más riguroso que implique sanciones para las conductas perniciosas que afecten a la seguridad y a la convivencia ciudadana, sin tener que recurrir a la vía penal, y con un doble objetivo: reducir considerablemente las conductas incívicas y, al mismo tiempo –indirectamente–, mejorar la calidad de vida de los vecinos del municipio, mostrándose como un destino turístico de calidad que haga olvidar la imagen estereotipada que se haya podido mostrar al mundo a través de los medios de comunicación y las malas praxis de algunos tour operadores que lo hayan ofertado como un paraíso de ocio y desenfreno a bajo coste, donde la dependencia del turismo generaba una especie de anomia y la diversión prevalecía sobre todo tipo de normativa existente.
Pero la actuación de los responsables municipales no debe limitarse únicamente al mantenimiento y control de la convivencia entre turistas y residentes, deben promoverse también mecanismos destinados a evitar la posible victimización de los visitantes.
Entre las diferentes formas de clasificar la prevención del delito, la más generalizada es la basada en el modelo clásico de prevención –la cual está inspirada en el sistema sanitario, donde surgió con el objetivo de prevenir enfermedades– y divide la prevención del delito en tres áreas de intervención.
La prevención primaria está dirigida a la sociedad en general y pretende implantar las condiciones adecuadas para reducir las oportunidades que se presentan en el momento de la comisión de delitos.
Por su parte, la prevención secundaria está dirigida hacia colectivos o grupos de riesgo, y pretende evitar que los problemas ya existentes se consoliden. El objetivo será disminuir el potencial delictivo una vez detectado, de esta manera, las políticas criminales que se efectúan dentro de la prevención secundaria irán dirigidas a la reducción del riesgo mediante la eliminación de los factores de riesgo ya existentes, y la potenciación de los factores de protección ante el delito.
Ejemplo de prevención secundaria son las campañas de información sobre aspectos relativos a la autoprotección, que se constituyen como las estrategias de tipo preventivo enfocadas a los grupos de turistas, considerados víctimas potenciales.
Finalmente, enmarcada dentro del sistema de justicia penal, la prevención terciaria está orientada al riesgo de reincidencia en aquellas personas que ya han delinquido. Tratará de mermar el riesgo mediante diferentes intervenciones y tratamientos con delincuentes, con el objetivo de que no vuelvan a cometer hechos delictivos o disminuir este riesgo lo máximo posible.
Desde la perspectiva de la víctima, el objetivo consistirá en eliminar o atenuar las posibles consecuencias sufridas por la comisión del delito como, por ejemplo, tratamientos terapéuticos para la superación del trauma o la restitución económica y/o emocional.
8. La víctima
Existen ciertas predisposiciones y riesgos personales considerados como factores que contribuyen a la victimización de una persona. Es decir, las acciones, atributos y/o sistemas sociales pueden hacer que existan mayores probabilidades de ser víctima de un delito en ciertas personas.
Sparks (1891) establece seis posibles vías de victimización, que no son mutuamente excluyentes:
- La precipitación, considerando la posibilidad que una víctima puede actuar de tal forma que precipite o fomente la conducta del delincuente.
- La facilitación, mediante la postura –deliberada o negligentemente– de la víctima en una situación de riesgo especial, aún sin formar parte activa del delito.
- La vulnerabilidad, estableciendo que ciertas personas son más susceptibles al delito debido a ciertas características (edad, sexo, estado físico y psíquico –entre otras–).
- La oportunidad, haciendo referencia a la condición necesaria para que ocurra el delito. Cita como ejemplo la teoría del estilo de vida (Hindelang & col., 1978) que formula que el riesgo de sufrir un delito depende de cómo vive la persona.
- El atractivo, considerando que existen personas que constituyen un objetivo más atractivo para los delincuentes, por lo que su riesgo de victimización es más elevado.
- La impunidad, entendida como la falta de castigo, suponiendo un mayor potencial victimal aquellas personas a las que se les presupone un aspecto limitado a las instituciones legales de control social.
Algunos de los factores descritos por Sparks (1981) como posibles vías de victimización pueden atribuirse a ciertas conductas de la víctima, dando lugar a la consideración su co-responsabilidad en la comisión del acto delictivo (responsabilidad compartida) y a la aparición de orientaciones que la culpan de su propia victimización, lo que ha sido denominado como el victim blaming.
Según Karmen (2013), en situaciones de facilitación, precipitación y/o provocación por parte de las víctimas, éstas podrían compartir responsabilidad con los criminales.
Los postulados de esta orientación pueden resumirse en tres características: hay algo equivocado o no correcto en la manera de obrar de la víctima (1), lo cual es la causa de su victimización (2), en el futuro deberán cambiar su manera de pensar y actuar para evitar estos problemas (3).
Cabe destacar en este punto el concepto “riesgo de víctima”, entendido como la probabilidad de recibir una agresión, pudiendo ser categorizado en términos de estilos de vida y en términos del incidente.
Una víctima puede tener un estilo de vida de bajo riesgo pero –en determinados momentos– situarse en circunstancias que hacen más probable su victimización. Un buen ejemplo de ello es el de los turistas que en su vida cotidiana llevan una vida exenta de conductas peligrosas desde el punto de vista de convertirse en víctimas, pero durante su estancia vacacional su actividad se centra en el ocio, visitando lugares desconocidos, consumiendo grandes cantidades de alcohol, lo cual puede alterar su estado psicológico y disminuir su capacidad de reacción o hacer que se involucre en acciones como peleas o conductas incívicas.
De la Torre & Navarrete (2013) destacan como características distintivas del turista que lo hacen más vulnerable a la delincuencia su procedencia (si son nacionales o extranjeros), el tipo de movilidad, la edad, el género, el origen étnico y el alojamiento, entre otros.
Los autores destacan como grupo más vulnerable al formado por turistas jóvenes, principalmente estudiantes o trabajadores al inicio de su carrera profesional, cuyos ingresos únicamente pueden solventar una estancia corta y su movilidad se determina por el apogeo del fenómeno Low Cost y el automóvil. Lo que más pone en riesgo a este colectivo es su predilección por el ocio nocturno, ambiente donde el consumo de alcohol, en ocasiones sumado al de drogas, y la presencia de armas se vuelven circunstancias potenciadoras del crimen.
Por su parte, Glensor & Pico (2006) consideran que los turistas son perfectos blancos lucrativos al soler llevar encima grandes sumas de dinero y otros objetos de valor. Otros aspectos que los hacen más vulnerables a la delincuencia son el estado de relajación propio de encontrarse de vacaciones, tener la guardia baja y estar descuidado durante la estancia vacacional. Finalmente, son menos propensos a denunciar el acto delictivo o tener que testificar en contra de los sospechosos ante la problemática que les puede acarrear, como la posibilidad de un viaje de regreso para el enjuiciamiento de los hechos.
Como puede apreciarse, las características descritas por los citados autores como factores de riesgo en el contexto turístico están directamente relacionadas las vías de victimización establecidas por Sparks (1981): precipitación, facilitación, vulnerabilidad, oportunidad, atractivo e impunidad.
Únicamente se ha tratado la victimización desde la perspectiva del turista, pero no debemos olvidar que –en el contexto del turismo de masas- también son muchos los perjuicios sufridos por los residentes del destino turístico, lo cual puede suponer una victimización de éstos frente a las molestias y actitudes incívicas de algunos turistas.
9. Conclusiones
La importancia del turismo es, hoy en día, indiscutible. Todo destino turístico se identifica y se ve representado por una imagen que la sintetiza, una imagen percibida y consumida turísticamente.
La concentración espacial es una tendencia propia del fenómeno turístico; la actividad turística tiende a que determinadas zonas locales –aquellas más representativas- sean más ocupadas que otras. Esa concentración de actividad turística en determinados lugares afecta a las estructuras preexistentes y puede dar lugar a situaciones de sobrecarga o desbordamiento turístico.
Un turismo sobredimensionado genera una serie de impactos negativos como posibles conflictos de convivencia entre residentes y visitantes, percepción de inseguridad, suciedad, ruidos, limitación de la movilidad –calles saturadas de personas, congestión del tráfico rodado, falta de estacionamiento, etc.-, imagen negativa de la ciudad, fama de destino “barato”, accesible, tolerante, etc. que posibilita algunas prácticas conflictivas, sobreexplotación del espacio público –entre otros-.
Debe actuarse con contundencia contra el turismo incívico, ejerciendo la autoridad para cumplir con la normativa, informando y “educando” al turista, para que sea conocedor de las normas de comportamiento en el lugar de destino. En este punto tienen una vital importancia y responsabilidad todos y cada uno de los agentes implicados en el sector turístico –tour operadores, agentes de viajes, responsables de establecimientos hoteleros, etc.–, que deben trasladar la información a sus clientes.
El turismo incívico no sólo molesta y perjudica a los residentes que lo deben sufrir, sino también al resto de turistas, que suelen ser mayoritarios, circunstancia que, si no se sabe gestionar correctamente, afecta negativamente a la imagen y futuro de la destinación turística.
La calidad del espacio urbano y las dinámicas de interacción social generadas en el mismo influyen en la percepción de seguridad o inseguridad de los ciudadanos. La inseguridad necesita de respuestas transversales y multidisciplinarias ya que son diversos los actores que, de una manera u otra, intervienen en la seguridad, y cada uno de ellos tiene su perspectiva propia sobre el concepto; todas ellas diferentes, pero al mismo tiempo directamente ligadas para lograr una convivencia pacífica.
Cada uno tiene su parcela de responsabilidad, la seguridad, la convivencia y el uso de los espacios públicos, y el civismo no son exclusivos de los poderes públicos, pues también debe incluir una responsabilidad individual y colectiva de los ciudadanos.
Las diferentes formas de interpretar los usos de los espacios públicos, la observación y cumplimiento de la normativa, y el mismo desconocimiento pueden generar una serie de tensiones de las que resulten episodios de confrontación. La seguridad y su percepción están directamente relacionadas con los problemas de convivencia y las dificultades de gestión del espacio público, donde entran en juego los conflictos de intereses y la diferente utilización del espacio por parte de las personas. Por este motivo, en el objetivo de la consecución de una seguridad efectiva en dichos espacios deben implicarse las administraciones, las cuales deberán enfocar y asumir el asunto desde una perspectiva transversal y no únicamente de seguridad ciudadana, ya que son diferentes las disciplinas relacionadas sobre las que trabajar, relacionadas con la seguridad y su percepción.
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1El artículo «Sí al turisme, no a les molèsties» describe dicha problemática en la ciudad de Barcelona y otros municipios de la comunidad autónoma catalana (http://www.elpuntavui.cat/ma/article/7-vista/7-editorials/770605-si-al-turisme-no-a-les-molesties.html).
2En un apartado posterior se trata la figura de la víctima de una manera más extensa y detallada, haciendo mención a las connotaciones victimológicas del turista.
3Citando a Fuji & Mak (1980), Kelly (1983), Prideaux (1994), Richter & Waugh (1986), y Schiebler et al. (1996).
4Un buen ejemplo de ello es el de la localidad de Lloret de Mar, municipio que durante mucho tiempo ha sido relacionado como uno de los principales destinos del llamado «turismo de borrachera» (http://www.europapress.es/sociedad/consumo-00648/noticia-lloret-aprueba-ordenanzas-contra-turismo-borrachera-20120228180525.html).
5Cohen y Felson (1979) denominan delitos predatorios a aquellos que exigen contacto físico entre el delincuente y la víctima o el objeto hurtado, robado o dañado.
6La Escuela de Chicago aparece íntimamente vinculada al departamento de sociología de Chicago fundado en 1892. En el año 1940, Clifford Shaw y Henry McKay, propusieron la teoría de la desorganización social, basada en observaciones empíricas de la correlación entre determinadas características de los diferentes barrios de dicha ciudad y sus diferentes tasas de criminalidad. Describieron la ciudad en cinco áreas concéntricas, donde la segunda –según Cid y Larrauri (2001)- correspondía a una zona de tránsito de habitantes, donde normalmente viven los recién llegados (el deterioro urbanístico existente propicia que las viviendas sean más accesibles económicamente) hasta que consiguen instalarse en un barrio mejor, dando lugar a que nuevos recién llegados puedan instalarse. En dicha área se pudo demostrar una mayor concentración de población delictiva.
Profesional de la seguridad pública, gracias a la Criminología he descubierto una perspectiva científica, más transversal, integral y enriquecedora del panorama delictivo.Un universo de conocimiento del cual, ahora que me he subido, no quiero bajarme.