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Dedicado a una diosa de carne y hueso que vivió con pasión divina un amor oculto a los ojos de los mortales.
Si el lector al ver el título de este artículo piensa que la mitología clásica es un cuento de niños, que no sirve para otra cosa que no sea la de entretener, se equivoca, porque ha de saber que nuestra cultura siempre ha tenido un cierto nexo de unión con la mitología griega, a través de la cual los antiguos griegos explicaban la naturaleza del mundo y el origen de las cosas: de la vida, de la justicia, de la verdad etc., así como el significado de la instituciones políticas y religiosas, en definitiva de la propia civilización.
Sin duda, podemos decir que la mitología griega sigue teniendo una presencia muy importante en el mundo contemporáneo, porque los griegos han sido el faro de referencia del pensamiento de nuestra civilización en todos los ámbitos, también en el relativo al delito y sus consecuencias.
1. La mitología griega como invento de los hombres
El monte Olimpo es la montaña más alta de Grecia, donde el pueblo griego de la antigüedad clásica pensaba que en su cumbre moraban los dioses presididos por Zeus -el padre de los dioses-. Estos dioses se entremezclaban, con relativa frecuencia, con los humanos y compartían los defectos y las virtudes de éstos, por cierto, más los defectos que las virtudes. De ahí, que, no nos deba de resultar extraño que estos dioses, a pesar de su condición divina, actuaran como humanos y cometieran los mismos delitos que cometían los hombres en el mundo terrenal, incluso en mayor número y gravedad, pues la condición divina les facilitaba, como tendremos ocasión de comprobar, dicha comisión, ya que su status de divinidad les permitía adoptar las formas, que buenamente quisiesen y explotar esa habilidad para sus escarceos amorosos. Así, se disfrazaban de caballo, de toro, de ave, de carnero o de delfín etc., para seducir a sus múltiples e indefensas víctimas femeninas -para los dioses todo era posible-.
Los dioses del Olimpo cometieron todo tipo de delitos: robos, violaciones, incestos, asesinatos, raptos, secuestros y así hasta un largo etcétera, algunos de los delitos bastante brutales y horrendos. Sin embargo, en algunos casos, esta actividad delictiva se consideraba parte del status que proporcionaba la condición divina, pues tanto las relaciones entre las propias deidades de uno y otro sexo, como las que mantenían los dioses con los simples mortales solían incluir el incesto, la seducción y/o la violación de la mujer que deseaban poseer, como algo natural y cotidiano.
En este breve artículo quiero relatar aquellos delitos que la mitología griega atribuye a algunas de sus dioses más importantes y las consecuencias que tuvieran para algunos de ellos.
2. La actividad delictiva de las deidades del Olimpo
Empezamos el relato de la actividad delictiva de los dioses griegos por el mismo padre de las deidades del Olimpo -el inefable Zeus-, que no por ser el rey de los dioses -el dios supremo- dio, precisamente, buen ejemplo a las demás deidades de decencia y honestidad en su comportamiento, antes al contrario, fue uno de los más facinerosos y crueles, que violó, raptó, torturó y asesinó. Fue un adúltero irredento, aunque no es de extrañar, siendo hijo de un padre, que se comía a sus retoños recién nacidos.
El padre del dios Zeus -el titán Cronos– fue un criminal, que cometió el delito de asesinato con sus propios hijos, además de actos de canibalismo. Cronos, devoraba a sus hijos recién nacidos -Hestía, Deméter, Hera, Hades y Poseidón- para evitar que se cumpliera el presagio de que uno de ellos le arrebataría el poder. Su hijo Zeus fue salvado de la muerte por su madre Rea, huyendo a la isla de Creta para tener el parto, regresando después para simular otro parto y darle a Cronos un envoltorio, aparentado entregarle a su hijo Zeus para que lo devorara, cuando en realidad se trataba de una piedra, que Cronos engulló engañado. Cuando Zeus se hizo adulto, su madre Rea dio un brebaje a Cronos para que vomitase a sus hijos -esto es cosa de dioses y nada es imposible-. Zeus, ayudado por sus hermanos liberados, por los Cíclopes y por los Hecatónquiros o Centímanos, derrocó a su padre Cronos y con él al viejo orden representado por los Titanes.
El instinto devorador del Titán Cronos lo debió heredar Zeus, pues no dudó en comerse a su primera esposa Metis, justo antes de nacer el retoño que ambos esperaban; cuando el dios se enteró de que el hijo que esperaba de Metis sería un varón y que reinaría sobre todos sus hijos. El dios Zeus cometió otros muchos crímenes, como raptos, violaciones, delitos de incesto etc., pues fue un dios que se caracterizó, precisamente, por ser protagonista de múltiples aventuras y devaneos amorosos, tanto con diosas como con mujeres mortales y, no sólo con mujeres, sino también con hombres.
Para su unión con la deidad Hera, que por cierto era su hermana, Zeus se disfrazó de cuclillo asustado por el mal tiempo. La deidad Hera lo recoge y lo cubre con su ropa, momento en que Zeus aprovecha para recobrar su figura original e intentar forzar a la diosa. Ésta pide que la respete y Zeus le promete que la hará su esposa. Este matrimonio de Zeus con Hera perdurará para siempre, aunque los devaneos amorosos del dios promiscuo lo pondrán en peligro en reiteradas ocasiones.
El dios Zeus aprovecha, con frecuencia, su capacidad para transformarse en cualquier cosa con el objetivo de seducir a sus “víctimas femeninas indefensas”; lo hace con la mortal Europa hija de los reyes de Sidón y Tiro. Zeus enamorado de la muchacha, se presentó ante ella transformado en un hermoso toro blanco, mientras Europa jugaba en la playa. Cuando la muchacha se acerca a acariciarlo y lo monta, el animal emprende una veloz huida a través del mar hasta llegar a Creta. Zeus rapta a la joven Europa y la convierte en su esposa. No es este el único rapto que comente el dios Zeus para satisfacer sus instintos libidinosos, pues lo mismo hizo con Egina, hija del dios-rio Asopo, que raptada por Zeus se la llevó a la isla de Enone. La isla cambió su nombre y a partir de este momento fue llamada Egina.
Hasta en lluvia dorada se transformó el dios Zeus para seducir a Dánae, hija de Acrisio y Eurídice, soberanos de Argos. La muchacha había sido encerrada por su padre para evitar que tuviese descendencia, pues un oráculo le había vaticinado que moriría a manos de su nieto. Zeus se introdujo en los aposentos de la joven, en forma de lluvia dorada, y juntos engendraron a Perseo. Incluso, en una ocasión Zeus se hizo pasar por el novio de Alcmena, hija de Electrión, rey de Micenas, con el que iba a casarse, un tal Anfitrión; para poseer a ésta bajo este engaño.
Los amores del dios Zeus no fueron solamente con mujeres, también los tuvo con hombres, como es el caso del amor que el dios mantuvo con el joven Ganímedes. Un joven de extraordinaria belleza del que Zeus se enamoró y raptó convertido en águila. Se lo llevó al Olimpo, donde Ganimedes se convirtió en el escanciador del néctar de los dioses.
Zeus, además de sus múltiples delitos, también fue un dios cruel, sino que se lo digan a su propio hijo Tántalo, a quien engendró con la oceánide Pluto, hija de Cronos. Tántalo era el rey de Frígia, muy apreciado por los dioses, que hasta lo invitaban a participar de los festejos que celebraban en su morada del Olimpo, sin ser conscientes de que Tántalo aprovechaba esa confianza para chismorrear secretos de los dioses y hasta para robarles su propia comida y bebida: el néctar y la ambrosía -bebida y alimento de dioses- para repartirlos entre sus amigos. Sin embargo, lo que agotó la paciencia de Zeus con su hijo Tántalo y motivó el castigo de éste, fue que siendo en una ocasión los dioses sus huéspedes en su Palacio real de Frígia, les invitó a un fastuoso banquete en el que pretendió engañar a sus divinos comensales ofreciéndoles carne humana de su propio hijo Pélope, al que descuartizó y tras cocer sus miembros los sirvió a sus invitados presentándolo como un plato exótico.
Por este y otros delitos cometidos por Tántalo, el dios Zeus lo mató, aplastándolo con una roca que pendía del monte Sípilo. Pero el castigo no terminó en eso, después de muerto, Tántalo fue eternamente torturado en el Tártaro -el infierno- con el castigo, que en la mitología griega se conoce como “el suplicio de Tántalo”, que consistía en estar en un lago con el agua a la altura de la barbilla, bajo un árbol de ramas bajas repletas de frutas. Cada vez que Tántalo, desesperado por el hambre o la sed, intenta tomar una fruta o sorber algo de agua, éstos se retiran inmediatamente de su alcance.
Otra crueldad semejante fue la que cometió el dios Zeus contra Prometeo, hijo de Jápeto y de la oeánide Asia, cuando éste con la complicidad de Atenea, entró en el Olimpo y robó el fuego a los dioses para entregárselo a la Humanidad; Zeus como castigo le encadenó en las montañas del Cáucaso, donde todos los días un águila le devorara el hígado, que por la noche le volvía a crecer, de tal forma que el castigo no tenía fin.
Los hermanos de Zeus no se quedaron atrás en su carrera delictiva, pues Poseidón, dios de los mares, al igual que su hermano Zeus sedujo y forzó a numerosas diosas, ninfas y mujeres mortales, con ellas tuvo incontables descendientes; el infame cíclope Polifemo era hijo suyo y además se le atribuye, también, la paternidad del gran héroe Teseo.
Entre los delitos cometidos por Poseidón, podemos referir, entre otros, los siguientes: violó a Céneo, que en su origen fue una doncella llamada Cene o Cenis y era hija de Élato. De joven fue secuestrada por Poseidón y posteriormente violada por este dios. Como consuelo, éste le concedió un deseo, que no fue otro que convertirla en un hombre invulnerable. Poseidón también violó a Medusa en un templo consagrado a Atenea y, también, violó a su propia hermana Deméter a quien persiguió, una vez que ésta rechazó sus pretensiones y huyó transformándose en una yegua para poder esconderse en un rebaño de caballos, pero Poseidón advirtió el engaño, se convirtió en un semental y la violó. El incesto de Poseidón llegó incluso a su abuela Gaya con la que concibió al gigante Anteo. Otra víctima de la lujuria de Poseidón fue la bella princesa Córnix, que escapó del dios en el último momento cuando Atenea la trasformó en un cuervo.
El otro hermano de Zeus, el dios Hades -dios de los infiernos- también hizo de las suyas con las mujeres, empezando por la que sería su esposa a la fuerza -Perséfone- de la que enamoró, que por cierto, era su sobrina, y un día la raptó. Se cuenta que la joven fue raptada con la complicidad de su propio padre, el dios Zeus, mientras se encontraba en los campos de Nisa, cogiendo flores en compañía de sus amigas, las ninfas Atenea y Artemisa, que eran sus hermanas de padre. En ese momento, se abrió la tierra y por la grieta salió Hades que tomó a Perséfone y se la llevó (no nos puede extrañar que ninguna mujer quisiera acompañar, voluntariamente, al dios Hades a su infernal morada). Perséfone se convertiría, a la fuerza, en la reina de los infiernos y de los muertos.
Según Ovidio, Hades persiguió y amó intensamente a la preciosa ninfa infernal Mente a la que transformó en una planta llamada menta para que su esposa Perséfone no tomara represalias contra la ninfa. De forma similar, la ninfa Leuce, a quien también había violado, fue metamorfoseada tras su muerte natural por Hades en un álamo blanco. En cualquier caso, podemos afirmar que el dios Hares no era tan cruel como su hermano Zeus, aunque en una ocasión no dudó en secuestrar a Teseo y Pirítoo, que fingiendo darles hospitalidad, les preparó un banquete. Cuando la pareja se sentó, unas serpientes se enroscaron en torno a sus pies, atrapándolos. Teseo fue finalmente rescatado por Heracles.
Ahora bien, sí que Hades fue un dios despiadado, que no permitió a ninguno de sus súbditos volver a la tierra, entre los vivos. Sólo mostró clemencia una vez, cuando permitió a Orfeo, un gran intérprete musical, que éste se llevase a su esposa Eurídice de vuelta al mundo de los vivos con la condición de que ella caminase tras él y él nunca intentase mirarla a la cara hasta que estuviesen en la superficie. Orfeo accedió, pero, cediendo a la tentación de mirar atrás, fracasó y volvió a perder a Eurídice, con quien sólo se reuniría tras su muerte. Este mito tiene una tremenda similitud con la historia de la mujer de Lot que narra la biblia en el libro del Génesis (Gen 19: 26).
Tampoco los múltiples hijos que el promiscuo dios Zeus engendró, estuvieron a la zaga de su padre en la carrera delictiva. Algunos de ellos destacaron como contumaces delincuentes, tal es el caso del dios Apolo, hijo de Zeus y Leto y hermano gemelo de Artemisa, a los que parió su madre en la isla de Delos, donde se había refugiado de la ira de Hera, que descubrió que Leto estaba embarazada y que su marido, Zeus, era el padre.
El dios Apolo, que poseía múltiples atributos como ser el dios de la belleza, de la perfección, de la armonía, del equilibrio y de la razón, hasta tal punto que, posiblemente, después de Zeus fuera el dios más influyente y venerado de todos los de la antigüedad clásica; protector de la música y la poesía, del canto y de la danza; pues a pesar de sus muchos valores y virtudes, también cometió horrendos delitos.
El dios Apolo dio a Orestes, a través del oráculo de Delfos, la orden de matar a su madre, Clitemnestra, y al amante de ésta, Egisto, que reinaron en Micenas. Orestes fue ferozmente castigado por este crimen por las Erinias, quienes le persiguieron incansablemente hasta hacerle pedir la intercesión de Atenea, quien decretó que fuese juzgado por un jurado de sus iguales, con Apolo como defensor. De esta manera se preservaba la tradición ateniense de administrar justicia a través de un jurado
El dios Apolo violó a Dríope, que era pastora y cuidaba los rebaños de su padre cerca del monte Eta. Apolo la vio un día bailando en medio de los coros y se enamoró de ella, acercándose a la muchacha transformado en tortuga. La joven se puso a jugar sobre sus rodillas con la tortuga como si fuera una pelota, momento que Apolo aprovechó para adoptar la figura de un serpiente y unirse a ella. Algo parecido hizo con una princesa mortal llamada Leucótoe, hija de Órcano y hermana de Clitia; el dios Apolo se disfrazó como la madre de Leucótoe para lograr acceder a sus aposentos.
Por cierto, pese a los atributos que hacían de Apolo un dios muy atractivo, le rechazaron muchas mujeres, como Casandra, hija de Hécuba y Príamo, también le rechazó la ninfa Dafne, que para escapar de él pidió ayuda a los dioses y éstos la transformaron en laurel y también la joven Castalia, que huyó del dios y se zambulló en la fuente que había en Delfos al pie del monte Parnaso. Parece ser que el dios Apolo tuvo más fortuna con los hombres, pues tuvo como amante a Jacinto, un joven muy hermoso que murió golpeado por un disco que había lanzado el dios mientras ambos practicaban este deporte.
Apolo, apenado, hizo que de la sangre del joven brotase la flor del Jacinto. Otro amante masculino del dios Apolo fue Cipariso, hijo del rey Télefo de Misia, que solía ir acompañado de un ciervo, regalo del propio dios Apolo y, cuando Cipariso mató al ciervo accidentalmente durante una cacería, pidió a Apolo que hiciera que sus lágrimas rodasen eternamente. Apolo accedió a la petición, transformando a Cipariso en un ciprés, del que se dice que es un árbol representativo de la tristeza, porque su savia forma gotitas en el tronco que asemejan lágrimas.
También Apolo cometió algún que otro asesinato, pues mató uno a uno a los siete hijos de Níobe, esposa de Anfión, rey de Tebas, solamente porque Niobe presumía de ser más fértil que Leto, la madre de Apolo. También mató a Coronea, que era su amada, pero que compartía lecho además con un apuesto joven de Tesalia. Esta aventura de Coronea era ocultada a los dioses y a los mortales excepto a los cuervos, que hasta ese momento eran tan blancos como la nieve. Cuando una de estas aves observó aquella situación de deslealtad hacia Apolo, voló tan rápido como pudo para contárselo. Apolo en un arrebato de ira decidió matar a Coronea con una ráfaga de flechas. Coronea antes de morir pudo decirle a Apolo que dentro de su vientre llevaba un hijo suyo. Apolo desesperado y enfurecido con su actitud de arrebato y con el ave que le había transmitido la mala noticia, decidió cambiarle el plumaje a todos los cuervos y éstos se convirtieron en aves de color negro.
Apolo fue castigado por sus actos de violencia con el destierro durante nueve años del Olimpo. En este tiempo trabajó como pastor para el rey Admeto de Feras en Tesalia. También, estuvo sirviendo al rey Laomedonte en la construcción de las enormes murallas alrededor de la ciudad de Troya.
Pero la actividad delictiva de los dioses del Olimpo no estuvo sólo en manos del género masculino, también las diosas cometieron actos criminales -no iban a ser menos- así ocurrió con Artemisa, la hermana melliza de Apolo y diosa cazadora. Como joven virgen, Artemisa despertó el interés de muchos dioses y hombres, pero ninguno de ellos logró ganar su corazón, a excepción de su compañero de caza Orión, quien murió accidentalmente a manos de la propia diosa.
Artemisa era una diosa muy vengativa y propicia a la cólera, mató a las siete hijas de Níobe, la reina de Tebas y esposa de Anfión, porque ésta alardeó de su superioridad sobre Leto, porque había tenido catorce hijos (los Nióbides), siete varones y siete mujeres (a los varones los mató Apolo, como ya hemos dicho).
Artemisa mató también a Quione hija de Dedalión por su orgullo y vanidad atravesándole la lengua con una lanza, que le produjo una herida de la que moriría poco después, porque Quíone, envanecida por su hermosura, tuvo la osadía de despreciar a Artemisa. Otra de las víctimas importantes de Artemisa fue la ninfa Calisto, a la que mató por orden de Hera (esposa de Zeus), quien quería castigarla por haberse dejado seducir por Zeus, como si la culpable fuese la seducida y no quien la sedujo. También mató a Acteón, un célebre cazador iniciado en este arte por el centauro Quirón, tras transformarle en un ciervo, hizo que los propios perros de Acteón, lo hicieron pedazos y devoraran sus carnes y, ello, porque Acteón la vio desnuda mientras se bañaba en los bosques cercanos a la ciudad beocia de Orcómeno.
Se ve que las diosas eran muy celosas de su intimidad, pues hasta las dulces y gráciles ninfas mataron a flechazos y puñaladas a Leucipo, hijo de Enómao rey de Pisa, porque disfrazado de mujer se metió al río Ladón a bañarse con ellas y descubierta su condición de hombre, despertó la ira del grupo, cometiendo en su persona un asesinato.
Otra diosa que tampoco se quedó corta en su actividad delictiva fue Atenea la diosa de la guerra, civilización, sabiduría, estrategia, de las artes, de la justicia y de la habilidad, la hija favorita de Zeus, nacida de su frente completamente armada después de que éste se tragase a Metis.
Esta diosa mató a los Gigantes Palante y Encélado. Una vez desollado el primero, se hizo una coraza con su piel; respecto al segundo, lo persiguió hasta Sicilia, donde lo inmovilizó arrojándole encima toda la isla. También castigó a Tiresias, quien la sorprendió bañándose desnuda, dejándolo ciego. La madre de éste, Cariclo, le suplicó que deshiciera la maldición, pero ello era imposible, por lo que Atenea concedió a Tiresias el don de la profecía y éste se convirtió en un famoso adivino.
Atenea era una diosa tremendamente vanidosa que no soportaba que nadie le hiciera sombra, como diosa de las artes y los oficios se la vinculaba al arte del hilado y el bordado. En una ocasión, una joven mortal originada de Lidia, llamada Arácnea, tuvo la osadía de desafiar a la diosa hilandera, y llegó a proponer un torneo con ella, la diosa herida en su amor propio por las pretensiones de Arácnea, hizo trizas su maravillosa labor y transformó a su rival en una vulgar araña.
Atenea también, injustamente, convirtió a la joven y hermosa Medusa hija del dios marino Forcis y el monstruo acuático Ceto (la única mortal de las tres gorgonas) en un monstruo con los cabellos de serpientes y con una mirada aterradora, que era capaz de convertir en piedra a cualquiera que se cruzara en su camino y, todo porque la joven tuvo la desgracia de ser violada en su tempo por el dios Poseidón, lo que Atenea consideró una profanación, como si la joven Medusa hubiera sido la culpable y no la víctima.
3. Algunas valoraciones
Sobre este pequeño repaso que hemos hecho por la carrera delictiva de algunas de las deidades más importantes del Olimpo, podemos hacer algunas valoraciones:
La primera, como hemos podido comprobar, cometen delitos todas las deidades, tanto los dioses, como las diosas y, mientras más importante es la deidad más delitos comete ésta. Bien es cierto, que la tipología delictiva es diferente, pues la lascivia de los dioses les llevan a cometer innumerables delitos relacionados con el sexo, lo que en nuestro actual Código Penal se correspondería con el Título VIII ”Delitos contra la libertad e indemnidad sexuales ”, delitos que no comenten las diosas.
La segunda, los delitos que cometen las deidades, raramente conllevan castigo alguno, salvo honrosas excepciones, los crímenes de los dioses quedan impunes, particularmente, si ese dios tiene una jerarquía superior. No así los delitos que cometen los mortales, sobre todo cuando la víctima del delito es un dios, esos delitos sí que reciben severos castigos, algunos de por vida.
La tercera, es curioso observar que las diosas son más crueles que los dioses en sus reacciones contra los humanos cuando se sienten ofendidas por éstos, especialmente, contra las mujeres mortales a las que consideran culpables, cuando en realidad son víctimas, como hemos tenido ocasión de comprobar.
Hechas estas breves valoraciones, le dejo al lector la grata labor de hacer las comparaciones –mutatis mutandis– que se le puedan ocurrir con nuestro actual sistema punitivo, seguro que encontrará alguna.
Javier Nistal Burón, es licenciado en Derecho y diplomado en Criminología. Pertenece al cuerpo funcionarial de juristas de Instituciones Penitenciarias. Ha publicado más de un centenar de artículos doctrinales en distintas Revistas especializadas; asimismo, es coautor de varias publicaciones y autor de algunos libros sobre la temática penitenciaria.