Resumen
Dicen que vivimos en una sociedad civilizada, y no llego a creérmelo. Si busco en el diccionario el significado, me dice quecivilizado es alguien ilustrado y educado, incluso civilizar lo equiparan a sacar a alguien del estado “salvaje”. Si esto es civilizado, hemos perdido el “rumbo”, porque sino somos capaces de solucionar nuestros problemas de una forma amigable, si incluso conflictos entre personas que antes se querían, acaban en la más encarnizada pelea ¿Dónde está la educación y los comportamientos no bárbaros ni salvajes? Quizá la definición de civilización es la equivocada, tal y como la advirtió Voltaire cuando dijo” la civilización no suprimió la barbarie, la perfeccionó e hizo más cruel y bárbara”.
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Estos problemas, para intentar solucionar nuestras diferencias de una forma no violenta, se ven a diario en todos los ámbitos de la vida cotidiana, pero los que más pena me dan, por los daños colaterales que conllevan, son cuando una pareja pone fin al matrimonio, para empezar “una guerra”.
Un divorcio es una cosa de dos personas y si no subyacen motivos graves, esto debería ser una norma general para todos los que rodean a la pareja. Sin embargo, el divorcio de una pareja en muchas ocasiones, obliga a los que están a su alrededor a posicionarse en favor de uno u otro cónyuge, tal parece que quién ha sido parte de la familia o del entorno de amigos durante un tiempo, debe pasar a ser el enemigo, en un mal entendido sentimiento de solidaridad.
Automáticamente se crean dos bandos y si por casualidad alguien quiere permanecer neutral, le tachan de “traidor” y “mala persona” y en medio de esta guerra cruzada quedan las víctimas más indefensas: los hijos. El que una persona quiera llevarse medianamente bien con ambas partes, lo que al fin y al cabo redunda en el beneficio de los hijos, para que así disfruten de cierta normalidad, no es bien recibido por la parte de la pareja que en teoría empezó el enfrentamiento. Todos conocemos casos, en mi experiencia personal lo más terrible es como el odio y el afán por hacer mal, al que fue su cónyuge arrastra a la familia y los allegados.
Y en este guerra “sin cuartel”, por regla general el hombre es el que resulta más perjudicado, puesto que de la noche a la mañana, debe abandonar el domicilio (el lugar que hasta ese momento era su hogar), deja de ser el padre de sus hijos a tiempo completo para convertirse en el que va a buscarlos cada quince días y otros momentos, exhaustivamente tasados. En ocasiones, no comprendo a la sociedad en que vivimos, pues por querer proteger a la parte más débil, teóricamente la mujer y por supuesto no siempre es así, rebajamos los derechos del hombre a extremos tan inhumanos como degradantes. El hombre, ya no puede ejercer como padre al 100% salvo para cumplir con su obligación económica. Creo que el sistema debería buscar una fórmula a esta violencia psicológica y moral que se ejerce sobre muchos hombres divorciados, un remedio que alivie el sentimiento de haberlo perdido todo, y que a buen seguro evitaría que estos pensamientos extremos, se traduzcan en acciones delictivas graves. Porque realmente no hay nadie más peligroso que el que no tiene esperanza y siente que no tiene nada que perder.
Para los hijos es también complicado ver como sus padres no sólo no están juntos sino que tal parece que se odian a muerte. En ocasiones, más de las que debieran ocurrir, son utilizados y alienados en contra del otro cónyuge y una vez más el que tiene todas las de ganar es el que disfruta de la custodia de los hijos y pasa más tiempo con ellos, ya que el contacto diario facilita que se les predisponga en contra del cónyuge que ha tenido que abandonar el domicilio. Y esto a veces no queda ahí, sino que la alienación se produce también en contra de los allegados que teóricamente se han posicionado a favor del otro. Es una batalla entre dos bandos en la que los hijos están metidos de lleno en el fuego cruzado convirtiéndose así en víctimas inocentes.
Estos conflictos aunque no están calificados como conductas delictivas generan víctimas, y el deber de todos los que trabajamos en Justicia Restaurativa es atender las necesidades de todas las víctimas, especialmente las más vulnerables. Esta Justicia reparadora, en lugar de tratar todos los casos de forma similar, tiene en cuenta las circunstancias de las partes, por eso más que mediación familiar cuando el divorcio está totalmente enquistado y ha acarreado una guerra, lo ideal sería un proceso restaurativo en el que participe no sólo la pareja sino familiares de ambos, en un intento por pacificar las relaciones y así evitar la “escalada del conflicto” como forma también de no perjudicar a los hijos comunes.
Siempre he oído que donde “hubo amor, cenizas quedan” por eso, no llego a entender que personas que se querían, y que tuvieron hijos, acaben odiándose de una forma tan o más intensa, de ahí que estos procesos restaurativos tenga importancia también para ayudar a “cicatrizar” las heridas y resentimientos entre ambos y para enseñarlos que el dialogo, la escucha y empatía deben guiar su relación en el futuro, una relación que debe continuar porque tienen un nexo en común: los hijos.
La solución no es única ya que el Estado debe darse cuenta de la desigualdad notoria existente para el hombre en casos de ruptura matrimonial y buscar soluciones más justas y adaptadas a la realidad social del tiempo en que vivimos. ¿Por qué los hijos deben perder al padre? ¿Por qué para ver a los hijos deben ceñirse a un régimen de visitas prestablecido y rígido, si ambos son progenitores por igual? ¿Esto no perjudica también a los niños? Por supuesto que sí, muchos hablan del interés del menor para otorgar la custodia a la madre, sin embargo, este término me inquieta bastante ¿Qué es el interés del menor? No niego que disfrutar de la madre sea algo necesario e importante, pero perder la figura de un padre en su día a día, en ningún caso puede ser beneficioso para ellos. Como mujer creo en la igualdad y así la reivindico pero precisamente por eso, esta igualdad debe ser solicitada tanto para lo beneficioso como para lo menos ¿Por qué? No es menester que luchemos por la igualdad para aspectos que nos perjudican por nuestro sexo y luego nos “agarremos” a la condición de “ser mujer”, para conseguir una discriminación positiva a nuestro favor.
La custodia compartida debería ser la norma general, ya que ambos progenitores tienen las mismas obligaciones pero también los mismos derechos, sin olvidar por supuesto que nuestra constitución proclama la igualdad ante la ley sin discriminación entre otras, por razón de sexo. Otra cosa, es que uno de los progenitores por sus circunstancias personales no sea apto o no pueda hacerse cargo de los hijos, entonces sí sería lógico si la norma general no puede aplicarse, otorgar la custodia a uno de los cónyuges. Pero entender por norma, que la mujer es la apropiada y la única para tener la custodia y por defecto el hombre no, se me antoja “machismos conveniente” promovido por el Estado y auspiciado por algunas mujeres. Muchas desde que rompen su matrimonio, dejan de ver a la ex pareja como padre o marido y lo ven exclusivamente como una “cartera”, como el que está obligado exclusivamente a pagar, nada más. Esta custodia compartida generaría un ambiente pacífico y positivo, hombres más satisfechos y menos desesperados y con sentimientos menos negativos y niños más felices ya que disfrutarían de una manera lo más normal posible de sus padres, sin sentir que han perdido a uno. Y también tendría un efecto preventivo positivo para evitar que las desavenencias puedan acabar en delitos.
Sin embargo, vivimos en una sociedad civilizada que no lo es tanto en la que solemos preferir entrar en una “lucha encarnizada” antes que un acuerdo que beneficie a todos, no sé si será un orgullo malentendido o cuestiones culturales. Los cónyuges suele meterse en juicios interminables, reclamando unos u otros bienes o dinero como si esto fuera lo más importante. Esta lucha judicial les nubla la razón pues cuando acabe si acaba, los gastos habrán sido mucho más altos que los bienes que reclamaban.
La solución no es tan difícil:
- Custodia compartida como norma general y en virtud de la igualdad imperante en nuestro derecho.
- Procesos restaurativos para casos graves y para promover una pacificación de todos los implicados y una curación de las víctimas del conflicto.
- Mediación familiar para los asuntos no graves y así evitar que se tornen en más serios.
No obstante, en un mundo en el que parece que hemos perdido la capacidad de dialogar, aquello de “hablar” para resolver las disputas, es necesario recuperar estos valores para que las personas acepten voluntariamente participar en estos procesos de resolución de los conflictos de forma pacífica. Es necesario que fomentemos la empatía y así no queramos que nadie sufra lo que no queremos sufrir nosotros y sobre todo debemos aprender que siempre hay una forma de solucionar los problemas en la que todos podemos ganar mucho a cambio de ceder un poco.
Bibliografía
Follow @VirginiaDomingo (Burgos, 17 de mayo 1975)
Soy periodista frustrada, estudié derecho, por defecto y a pesar de todo, me gustó. Fui durante más de ocho años Juez Sustituta, lo que me hizo ver la realidad de la justicia y su falta de humanidad, así llegué en el 2004 a la Justicia Restaurativa. Actualmente soy la coordinadora del Servicio de Mediación Penal de Castilla y León (Burgos) y presidenta del Instituto de Justicia Restaurativa-Amepax ( la entidad que proporciona este servicio). Soy experta y consultora internacional en Justicia Restaurativa. Mediadora Penal y Presidenta de la Sociedad Cientifica de Justicia Restaurativa. Miembro del Comité de investigación del Foro Europeo de Justicia Restaurativa, participo regularmente en las reuniones de este Foro y he ofrecido varias charlas a nivel internacional, asimismo he realizado diversos trabajos de investigación sobre Justicia Restaurativa y mediación en materia penal. Y sigo luchando porque se regule la Justicia Restaurativa como un derecho más para las victimas de cualquier delito con independencia del lugar donde lo sufran.