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Dedicado a la mujer que anhela el recuerdo de un beso robado, que el devenir del tiempo no borrará nunca.
Mi afición por la lectura de la genial obra de Cervantes “El Ingenioso Hidalgo D. Quijote de La Mancha” me lleva, una vez más, a cometer el atrevimiento de comentar algunos de los pasajes de esta insigne obra literaria. Si en otros artículos he comentado los valores de la justicia y de la libertad para Don Quijote de la Mancha, en éste quiero hacerlo sobre el tema del amor, porque aunque el lector no lo crea, estos tres valores -justicia libertad y amor- están estrechamente interconectados en el ideal de Don Quijote de un mundo más justo y mejor ordenado.
Si es verdad que el “amor mueve montañas” ello se hace realidad en el caso de nuestro caballero andante, donde su amor por “Dulcinea del Toboso” será la fuerza de su brazo en todas sus aventuras y desventuras; por ese amor que Don Quijote atesora en su corazón hacia su dama no le dolerán nunca, los frecuentes molimientos, los golpes, las magulladuras que le propinan, las burlas e incomprensiones de las gentes con las que se va topando y las muchas derrotas que sufre en su vagar caballeresco.
I.- Lo irreal del amor imaginario de Don Quijote
Nadie puede poner en duda que nuestro afamadísimo caballero andante Don Quijote de la Mancha es el paradigma de los hombres enamorados, él lo sabe muy bien y presume de ello. Lo comprobamos en el Capitulo XXII de la Primera Parte, el de los Galeotes, (I, XXII) donde tras interrogar al primero de ellos para informarse de las causas por las que va condenado a la pena de galeras, éste le contesta que por enamorado y Don Quijote le responde.”¿Por eso no más? Pues, si por enamorados echan a galeras, días ha que pudiera yo estar bogando en ellas”. Este enamoramiento de Don Quijote suponía, ni más ni menos, que todas las aventuras en las que se embarcaba tuvieran como finalidad única la de servir a su dama “Dulcinea del Toboso”, faro que guiaba sus aventuras y acicate de todas las peligrosas empresas que acometía.
Este enamoramiento de Don Quijote estaba adornado de las cualidades supremas que debería tener el amor humano: era casto, leal, sublime y desinteresado. Sin embargo, este enamoramiento, difícilmente alcanzable entre los humanos, en los términos que lo vivía nuestro caballero andante, no era otra cosa que un simple producto de su imaginación, algo que un caballero andante necesitaba para ser tal, como necesitaba un rocín, una armadura y/o como un escudero. Y es que la condición de caballero andante le impone a Don Quijote la obligación de entronizar en su corazón una gran dama en cuyo servicio serán todas sus andanzas caballerescas. Esta necesidad, que no es otra cosa que un símbolo dentro del mundo creado por Alonso Quijano cuando decide ser caballero andante e ir por los caminos buscando aventuras, lo podemos comprobar en este pasaje del Capítulo I de la Primera Parte de la obra de Cervantes “El Ingenioso Hidalgo D. Quijote de La Mancha”:
“Limpias pues sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín y confirmándose a sí mismo, se dio a entender que no le faltaba sino buscar una dama de quien enamorarse; porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma”. I, I.
Algo que también traslucimos en la conversación que Don Quijote tiene con Sancho en el Capítulo XXXI de la Primera parte:
“¡Oh, qué necio y qué simple que eres! -dijo don Quijote-. ¿Tú no ves, Sancho, que eso todo redunda en su mayor ensalzamiento? Porque has de saber que en este nuestro estilo de caballería es gran honra tener una dama muchos caballeros andantes que la sirvan, sin que estiendan más sus pensamientos que a servilla por sólo ser ella quien es, sin esperar otro premio de sus muchos y buenos deseos sino que ella se contente con acetarlos por sus caballeros.” I, XXXI.
Y es que los caballeros andantes necesitaban una dama, que venía a ser como su talismán, su amuleto de la suerte, a quien debían encomendarse en sus peligrosas aventuras para salir bien parados. Lo podemos comprobar en el Capítulo VIII de la Segunda parte, cuando Don Quijote decide ir al Toboso a ver a Dulcinea:
“Sancho amigo, la noche se nos va entrando a más andar, y con más escuridad de la que habíamos menester para alcanzar a ver con el día al Toboso, adonde tengo determinado de ir antes que en otra aventura me ponga, y allí tomaré la bendición y buena licencia de la sin par Dulcinea con la cual licencia pienso y tengo por cierto de acabar y dar felice cima a toda peligrosa aventura, porque ninguna cosa desta vida hace más valientes a los caballeros andantes que verse favorecidos de sus damas.” II, VIII.
Esta protección que se suponía que las damas proporcionaban a sus Caballeros enamorados conllevaba dos cosas:
La primera, las constantes invocaciones a la dama de la que estaban enamorados dichos caballeros andantes antes de entrar en batalla, o de dar comienzo a alguna de sus peligrosas aventuras. En el caso de Don Quijote estas invocaciones a su Dulcinea están presentes en innumerables aventuras, entre las que podemos citar a título de ejemplo:
Mientras vela sus armas en la Venta antes de ser armado caballero del Capítulo III de las Primera Parte:
“Acorredme, señora mía, en esta primera afrenta que a este vuestro avasallado pecho se le ofrece; no me desfallezca en este primero trance vuestro favor y amparo” “Oh, señora de la fermosura, esfuerzo y vigor del debilitado corazón mío!, ahora es tiempo que vuelvas los ojos de tu grandeza a este tu cautivo caballero, que tamaña aventura está atendiendo”. I, III.
En la aventura de los molinos de viento del Capítulo VIII de la Primera Parte:
“Y diciendo todo esto y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante y embistió con el primero molino que estaba delante; y, dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle, a todo el correr de su asno, y cuando llegó halló que no se podía menear: tal fue el golpe que dio con él Rocinante.” I, VIII.
Cuando Don Quijote se retira a hacer penitencia en Sierra Morena en el Capítulo XXV de la Primera Parte:
“¡Oh Dulcinea del Toboso, día de mi noche, gloria de mi pena, norte de mis caminos, estrella de mi ventura, así el cielo te la dé buena en cuanto acertaras a pedirle, que consideres el lugar y estado a que tu ausencia me ha conducido, y que con buen término correspondas al que a mi fe se le debe.” I, XXV.
En el episodio de la cueva de Montesinos del Capítulo XXII de la Segunda Parte:
“¡Oh señora de mis acciones y movimientos, clarísima y sin par Dulcinea del Toboso! Si es posible que lleguen a tus oídos las plegarias y rogaciones deste tu venturoso amante, por tu inaudita belleza te ruego que las escuches; que no son otras que rogarte no me niegues tu favor y amparo, ahora que tanto lo he menester. Yo voy a despeñarme, a empozarme y a hundirme en el abismo que aquí se me representa, sólo porque conozca el mundo que si tú me favoreces, no habrá imposible a quien yo no acometa y acabe.” II, XXII.
La segunda, en el ofrecimiento de sus aventuras a sus damas y la remisión a las mismas de los éxitos que obtenían en las muchas aventuras que acometían. Esta es la pretensión de Don Quijote cuando hace esta reflexión en el Capítulo I de la Primera Parte:
“Si yo, por malos de mis pecados, o por mi buena suerte, me encuentro por ahí con un gigante como de ordinario les acontece a los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o, finalmente, le venzo y le rindo,, ¿no será bien tener a quien enviarle presentado y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora y diga con voz humilde y rendido: “Yo, señora, soy el gigante Caraculiambro, señor de la ínsula Malindrania, a quien venció en singular batalla el jamás como se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, el cual me mandó que me presentase ante vuestra merced, para que la vuestra grandeza disponga de mí a su talante”? I, I.
Este pensamiento de Don Quijote lo ha de llevar a cabo en algunas de las múltiples aventuras que emprende, de tal forma que a los vencidos y/o a los favorecidos por su fuerte brazo les impone como obligación la de presentarse ante su señora Dulcinea, bien es verdad que sin mucho éxito, como le ocurre en la aventura de los galeotes del Capítulo XXII de la Primera Parte:
“De gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben, y uno de los pecados que más a Dios ofende es la ingratitud. Dígolo porque ya habéis visto, señores, con manifiesta experiencia, el que de mí habéis recebido; en pago del cual querría, y es mi voluntad, que, cargados de esa cadena que quité de vuestros cuellos,…luego os pongáis en camino y vais a la ciudad del Toboso y allí os presentéis ante la señora Dulcinea del Toboso, y le digáis que su caballero, el de la Triste Figura se le envía a encomendar, y le contéis, punto por punto, todos los que ha tenido esta famosa aventura hasta poneros en la deseada libertad; y, hecho esto, os podréis ir donde quisiéredes, a la buena ventura.” I, XXII.
El amor de Don Quijote por su dama es platónico, por ello no le importan muchos los atributos físicos de aquella, hasta tal punto que fija su enamoramiento en una persona de carne y hueso, que no es otra que una labradora de un pueblo vecino de nombre Aldonza Lorenzo, poco agraciada físicamente, pero a don Quijote esto de la un poco igual, porque él no la quiere para otra cosa que para idealizarla en sus pensamiento de enamorado. Nos lo demuestra cuando discute con Sancho sobre el linaje de su dama en el Capítulo XXV de la Primera Parte:
“Así que, Sancho, por lo que yo quiero a Dulcinea del Toboso, tanto vale como la más alta princesa de la tierra. Sí, que no todos los poetas que alaban damas, debajo de un nombre que ellos a su albedrío las ponen, es verdad que las tienen.
¿Piensas tú que las Amariles, las Filis, las Silvias, las Dianas, las Galateas las Alidas y otras tales de que los libros, los romances, las tiendas de los barberos, los teatros de las comedias, están llenos, fueron verdaderamente de carne y hueso y de aquellos que las celebran y celebraron? No, por cierto, que las más se las fingen por dar subjeto a sus versos y porque los tengan por enamorados y por hombres que tienen valor para serlo. Y así, básteme a mí pensar y creer que la buena de Aldonza Lorenzo es hermosa y honesta; y en lo del linaje, importa poco que no han de ir a hacer la información dél para darle algún hábito, y yo me hago cuenta que es la más alta princesa del mundo. Porque has de saber, Sancho, si no lo sabes, que dos cosas solas incitan a amar, más que otras, que son la mucha hermosura y la buena fama, y estas dos cosas se hallan consumadamente en Dulcinea, porque en ser hermosa, ninguna le iguala, y en la buena fama, pocas le llegan. Y para concluir con todo, yo imagino que todo lo que digo es así, sin que sobre ni falte nada, y píntola en mi imaginación como la deseo, así en la belleza como en la principalidad…” I, XXV.
Así, don Quijote, concibe idealmente a Dulcinea y cambia la realidad con su imaginación, como lo demuestra esa expresión “píntola en mi imaginación como la deseo”, pues ni siquiera la conoce, dado que no la ha visto nunca. Lo comprobamos cuando le pide a su fiel Escudero, que le guíe al “Palacio de Dulcinea” en el Capítulo IX de la Segunda Parte:
“Tú me harás desesperar, Sancho -dijo don Quijote-. Ven acá, hereje: ¿no te he dicho mil veces que en todos los días de mi vida no he visto a la sin par Dulcinea, ni jamás atravesé los umbrales de su palacio, y que sólo estoy enamorado de oídas y de la gran fama que tiene de hermosa y discreta?”. II, IX.
Lógicamente ese amor de Don Quijote por una dama a la que nunca ha visto, hace que se ponga en duda la propia existencia de Dulcinea por algunas de las personas que con nuestro Caballero tratan. Es el caso de la Duquesa del capítulo XXXII de la Segunda parte, que le dice a nuestro caballero enamorado:
“No hay más que decir -dijo la duquesa-; pero si, con todo eso, hemos de dar crédito a la historia que del señor don Quijote de pocos días a esta parte ha salido a la luz del mundo, con general aplauso de las gentes, della se colige, si mal no me acuerdo, que nunca vuesa merced ha visto a la señora Dulcinea, y que esta tal señora no es en el mundo, sino que es dama fantástica, que vuesa merced la engendró y parió en su entendimiento, y la pintó con todas aquellas gracias y perfeciones que quiso. II, XXXII.
Nuestro Caballero andante ha hecho en su imaginación un retrato de su dama, adornado de todas las virtudes posibles, puesto que es el mismo quien la ha “pintado” como quiere que sea, así lo podemos comprobar en el XXXII de la Segunda Parte:
“En eso hay mucho que decir -respondió don Quijote-. Dios sabe si hay Dulcinea o no en el mundo, o si es fantástica o no es fantástica; y éstas no son de las cosas cuya averiguación se ha de llevar hasta el cabo. Ni yo engendré ni parí a mi señora, puesto que la contemplo como conviene que sea una dama que contenga en sí las partes que puedan hacerla famosa en todas las del mundo, como son: hermosa, sin tacha, grave sin soberbia, amorosa con honestidad, agradecida por cortés, cortés por bien criada, y, finalmente, alta por linaje, a causa que sobre la buena sangre resplandece y campea la hermosura con más grados de perfeción que en las hermosas humildemente nacidas…” II, XXXII.
Como vemos, Don Quijote obligado a seguir fielmente el ejemplo de los antiguos caballeros andantes, entre los cuales está el ser caballero enamorado de “la más alta princesa del mundo”, adorna a su dama de las más altas virtudes. Este amor de nuestro Caballero por su dama se puede enmarcar en el consabido tópico del “morir de amor”, tal como lo podemos comprobar en la carta que Don Quijote dicta a su Escudero en el Capítulo XXV de la Primera parte, cuando se retira a hacer penitencia por su dama, como era costumbre entre los caballeros andantes.
“Soberana y alta señora:
El ferido de punta de ausencia y el llagado de las telas del corazón, Dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene. Si tu hermosura me desprecia, si tu valor no es en mi pro, si tus desdenes son en mi afincamiento, maguer [aunque] que yo sea asaz de sufrido, mal podré sostenerme en esta cuita, que, además de ser fuerte, es muy duradera. Mi buen escudero Sancho te hará entera relación, ¡oh bella ingrata, amada enemiga mía!, del modo que por tu causa quedo: si gustares de acorrerme, tuyo soy; y si no, haz lo que te viniere en gusto; que con acabar mi vida habré satisfecho a tu crueldad y a mi deseo.
Tuyo hasta la muerte,
El Caballero de la Triste Figura”. I, XXV.
Evidentemente, como no podía ser de otra manera, para un Caballero enamorado, como lo es Don Quijote, su dama es la más hermosa, nadie puede superar en belleza en este mundo, ni en el que viene a la sin par Dulcinea. Esto se pone de manifiesto con frecuencia en algunos comentarios de Don Quijote, como los siguientes:
Ante los mercaderes toledanos en el Capítulo IV de la Primera Parte.
“Y así, con gentil continente y denuedo, se afirmó bien en los estribos, apretó la lanza, llegó la adarga al pecho, y, puesto en la mitad del camino, estuvo esperando que aquellos caballeros andantes llegasen, que ya él por tales los tenía y juzgaba; y, cuando llegaron a trecho que se pudieron ver y oír, levantó don Quijote la voz, y con ademán arrogante dijo:Todo el mundo se tenga, si no confiesa que no hay en el mundo todo doncella más hermosa que la emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso”. I, IV.
Don Quijote, como buen enamorado, no admite réplica a su amada; en verdad, no hay nada que más le hiera que el que se ponga en tela de juicio la belleza y/o la nobleza de su dama:
Al vencer al bachiller Sansón Carrasco, disfrazado de El Caballero de los Espejos en el Capítulo XIV de la Segunda Parte:
“En esto, volvió en sí el de los Espejos, lo cual visto por don Quijote, le puso la punta desnuda de su espada encima del rostro, y le dijo: Muerto sois, caballero, si no confesáis que la sin par Dulcinea del Toboso se aventaja en belleza a vuestra Casildea de Vandalia; y demás de esto habéis de prometer, si de esta contienda y caída quedárades con vida, de ir a la ciudad del Toboso y presentaros en su presencia de mi parte, para que haga de vos lo que más en voluntad le viniere; y si os dejare en la vuestra, asimismo habéis de volver a buscarme, que el rastro de mis hazañas os servirá de guía que os traiga donde yo estuviere, y a decirme lo que con ella hubiéredes pasado; condiciones que, conforme a las que pusimos antes de nuestra batalla, no salen de los términos de la andante caballería.” II, XIV.
En las bodas del rico Camacho del Capítulo XXI de la Segunda Parte.
“Rióse don Quijote de las rústicas alabanzas de Sancho Panza;parecióle, que, fuera de su señora Dulcinea del Toboso, no había visto mujer más hermosa jamás. Venía la hermosa Quiteria algo descolorida, y debía de ser de la mala noche que siempre pasan las novias en componerse para el día venidero de sus bodas.” II, XXI.
Ante el reto del Caballero de la Blanca Luna (Sansón Carrasco) en la playa de Barcelona del Capítulo LXIV de la Segunda Parte.
“…Caballero de la Blanca Luna, cuyas hazañas hasta agora no han llegado a mi noticia, yo osaré jurar que jamás habéis visto a la ilustre Dulcinea, que si visto la hubiérades, yo sé que procurárades no poneros en esta demanda, porque su vista os desengañara de que no ha habido ni puede haber belleza que con la suya comparar se pueda; y así, no diciéndoos que mentís, sino que no acertáis en lo propuesto, con las condiciones que habéis referido, aceto vuestro desafío, y luego, porque no se pase el día que traéis determinado; y sólo exceto de las condiciones la de que se pase a mí la fama de vuestras hazañas, porque no sé cuáles ni qué tales sean: con las mías me contento, tales cuales ellas son. Tomad, pues, la parte del campo que quisiéredes, que yo haré lo mesmo, y a quien Dios se la diere, San Pedro se la bendiga.” II, LXIV.
Al final del combate, derrotado por el Caballero de la Blanca Luna (Sansón Carrasco) del también Capítulo LXIV de la Segunda Parte.
“Don Quijote, molido y aturdido, sin alzarse la visera, como si hablara dentro de una tumba, con voz debilitada y enferma, dijo: Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo, y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza, y quítame la vida, pues me has quitado la honra.” II, LXIV.
En el inconmensurable amor que Don Quijote le profesa a su dama, hay que destacar el alto grado de fidelidad que le tiene. Don Quijote no le es infiel a su Dulcinea ni con el pensamiento. Nos lo pone de manifiesto en muchos episodios, tales como estos:
En la Venta donde fue armado caballero del Capítulo XVI de la Primera Parte.
“Esta maravillosa quietud, y los pensamientos que siempre nuestro caballero traía de los sucesos que a cada paso se cuentan en los libros autores de su desgracia, le trujo a la imaginación una de las estrañas locuras que buenamente imaginarse pueden. Y fue que él se imaginó haber llegado a un famoso castillo —que, como se ha dicho, castillos eran a su parecer todas las ventas donde alojaba—, y que la hija del ventero lo era del señor del castillo, la cual, vencida de su gentileza, se había enamorado dél y prometido que aquella noche, a furto de sus padres, vendría a yacer con él una buena pieza; y, teniendo toda esta quimera, que él se había fabricado, por firme y valedera, se comenzó a acuitar y a pensar en el peligroso trance en que su honestidad se había de ver, y propuso en su corazón de no cometer alevosía a su señora Dulcinea del Toboso, aunque la misma reina Ginebra con su dama Quintañona se le pusiesen delante.” I, XVI.
En palacio de la duquesa en el Capítulo XLIV de la Segunda Parte, en varios episodios
“De nuevo nuevas gracias dio don Quijote a la duquesa, y, en cenando, don Quijote se retiró en su aposento solo, sin consentir que nadie entrase con él a servirle; tanto se temía de encontrar ocasiones que le moviesen o forzasen a perder el honesto decoro que a su señora Dulcinea guardaba” II, XLIV.
“Y, en esto, sintió tocar una arpa suavísimamente. Oyendo lo cual, quedó don Quijote pasmado, porque en aquel instante se le vinieron a la memoria las infinitas aventuras semejantes a aquélla, de ventanas, rejas y jardines, músicas, requiebros y desvanecimientos que en los sus desvanecidos libros de caballerías había leído.Luego imaginó que alguna doncella de la duquesa estaba dél enamorada, y que la honestidad la forzaba a tener secreta su voluntad; temió no le rindiese y propuso en su pensamiento el no dejarse vencer y encomendándose de todo buen ánimo y buen talante a su señora Dulcinea del Toboso, determinó de escuchar música y, para dar a entender que allí estaba, dio un fingido estornudo, de que no poco se alegraron las doncellas, que otra cosa no deseaban sino que don Quijote las oyese.” II, XLIV.
“¡Qué tengo de ser tan desdichado andante, que no ha de haber doncella que me mire que de mí no se enamore …! ¡Que tenga de ser tan corta de ventura la sin par Dulcinea del Toboso, que no la han de dejar a solas gozar de la incomparable firmeza mía…! ¿Qué la queréis, reinas? ¿A qué la perseguís, emperatrices? ¿Para qué la acosáis, doncellas de a catorce a quince años? Dejad, dejad a la miserable que triunfe, se goce y ufane con la suerte que Amor quiso darle en rendirle mi corazón y entregarle mi alma.Mirad, caterva enamorada, que para sola Dulcinea soy de masa y de alfeñique, y para todas las demás soy de pedernal; para ella soy miel, y para vosotras acíbar; para mí, sola Dulcinea es la hermosa, la discreta, la honesta, la gallarda y la bien nacida, y las demás, las feas, las necias, las livianas y las de peor linaje;para ser yo suyo, y no de otra alguna, me arrojó la naturaleza al mundo. Llore o cante Altisidora; desespérese Madama, por quien me aporrearon en el castillo del moro encantado, que yo tengo de ser de Dulcinea, cocido o asado, limpio, bien criado y honesto, a pesar de todas las potestades hechiceras de la tierra.” II, XLIV.
En casa de D. Antonio Moreno, en Barcelona del Capítulo LXII de la Segunda Parte.:
“Fugite, partes adversae!: dejadme en mi sosiego, pensamientos mal venidos. Allá os avenid, señoras con vuestros deseos; que la que es reina de los míos, la sin par Dulcinea del Toboso, no consiente que ningunos otros que los suyos me avasallen y rindan. Y, diciendo esto, se sentó en mitad de la sala, en el suelo, molido y quebrantado de tan bailador ejercicio.” II, LXII.
Hablando con Sancho de Altisidora, que por burla fingía estar enamorada de don Quijote del Capítulo LXVII de la Segunda Parte.
“Quísome bien, al parecer, Altisidora; diome los tres tocadores que sabes, lloró en mi partida, maldíjome, vituperóme, quejóse, a despecho de la vergüenza, públicamente: señales todas de que me adoraba, que las iras de los amantes suelen parar en maldiciones.Yo no tuve esperanzas que darle, ni tesoros que ofrecerle, porque las mías las tengo entregadas a Dulcinea………” II, LXVII.
Hablando con Altisidora en el Capítulo LXX de la Segunda Parte:
“Iba Altisidora a proseguir en quejarse de don Quijote, cuando le dijo don Quijote: Muchas veces os he dicho, señora, que a mí me pesa de que hayáis colocado en mí vuestros pensamientos, pues de los míos antes pueden ser agradecidos que remediados;; yo nací para ser de Dulcinea del Toboso, y los hados, si los hubiera, me dedicaron para ella; y pensar que otra alguna hermosura ha de ocupar el lugar que en mi alma tiene es pensar lo imposible. Suficiente desengaño es éste para que os retiréis en los límites de vuestra honestidad, pues nadie se puede obligar a lo imposible.” II, LXX.
II.- Conclusión
Lo hasta aquí expuesto sobre el amor de Don Quijote por su adorada la sin par Dulcinea nos permite llegar a la siguiente conclusión: El amor de nuestro caballero andante por su adorada dama sólo estuvo en su imaginación, porque el código de caballerías exigía tener una dama, y por eso, don Quijote la crea desde la única imagen de mujer que tiene en su memoria, una labradora vecina del pueblo de al lado, de la que había estado enamorado cuando era joven. Por tanto, Dulcinea no es nada, ni nadie; simplemente una quimera, un simple deseo de don Quijote, por ello el enamoramiento de nuestro caballero andante fue un puro invento, lo que le convierte a él en un enamorado de atrezzo -de adorno-. Lamentablemente el amor real es un amor más físico, es algo que uno puede ver y sentir, que no se sueña, que se vive, por ello este amor real no es lo perfecto que lo imagina Don Quijote. Nuestro querido caballero andante eligió libremente, dentro de su locura, de quién enamorarse, en la vida real suele ocurrir que no eliges de quien te enamoras, ni mucho menos puedes escoger las virtudes de tu enamorada o viceversa, de ser así no habría ningún fracaso en el amor.
Ahora bien, sin lugar a dudas, ésta fue la más bella invención de Don Quijote, en medio de su locura. Ese encantamiento y ese delirio de nuestro caballero andante por su dama es algo de lo que casi todos, alguna vez, querríamos ser “víctimas”, pues ello nos convertiría en auténticos caballeros andantes, o más bien malandantes, sobre todo si ello tiene lugar ya en la madurez de la vida, como le ocurrió a nuestro enamorado caballero, que tenía ya los 55 años de edad.
Bibliografía
Javier Nistal Burón, es licenciado en Derecho y diplomado en Criminología. Pertenece al cuerpo funcionarial de juristas de Instituciones Penitenciarias. Ha publicado más de un centenar de artículos doctrinales en distintas Revistas especializadas; asimismo, es coautor de varias publicaciones y autor de algunos libros sobre la temática penitenciaria.