Resumen
Ya hemos visto, que el inductivismo, es una metodología que va de lo particular a lo general, intentando encontrar leyes universales aplicables a toda la población que se estudia o investiga. Esta metodología, es propia de las ciencias naturales, donde su método de abordaje ha consistido históricamente en analizar distintas muestras, y hacer coextensibles a todos los especimenes de la especie los resultados obtenidos. Y también, dividir categóricamente a dicha población, en diversas tipologías bien delimitadas unas con otras, con características persistentes en el tiempo, y por sobre todas las cosas, genéricas.
Artículo completo
El positivismo, nacido de la mano del sociólogo Augusto Comte ha adoptado esta metodología parida de las ciencias naturales y ha sido aplicado a los fenómenos sociales sin modificación de sus postulados. Algo parecido ha sucedido con el evolucionismo de Darwin, llevado al evolucionismo social por Spencer, aduciendo que las sociedades, al igual que las especies, evolucionan, son como órganos sociales con diversos estadíos de evolución, y que las más fuertes o aptas se antepondrán las menos evolucionadas, débiles, o menos adaptadas a la probable evolución que pueda llegar a darse.
En el campo de la Criminología o Antropología Criminal, como se llamaba en la segunda mitad del Siglo XIX, esta metodología, ha tenido un impacto muy profundo, no sólo en los pioneros de esta naciente disciplina, sino también en la acogida de la misma que tuvo nuestro país.
A saber, ha sido el célebre médico italiano Cesar Lombroso quien comienza a estudiar sistemáticamente a los delincuentes condenados y que estaban recluidos en prisiones. El método de estudio e investigación de Lombroso, ha sido, precisamente en propiciado por el positivismo, el inductivo, heredero de la tradición de las ciencias naturales y médicas.
En primer lugar, su método de estudio es el anátomo – clínico y el anátomo – patológico, siendo la observación directa por parte del profesional, una herramienta fundamental. Es el profesional quien debe estar estrictamente capacitado y entrenado en los conocimientos teóricos, para poder operativizar la empiria que tiene frente a su quehacer diario.
No dejemos de lado tampoco que este autor también realizaba autopsias médicas a los delincuentes, para tratar de dilucidar qué diferencias había en su constitución genética que los diferenciara de los no – delincuentes. Obviamente, lo que buscaba Lombroso era precisamente la causa de por qué alguien devenía delincuente; una determinación que lo constituyera como tal. Y la delincuencia para él era algo parecido a una enfermedad, tal como lo pensaban los positivistas de la época, haciendo una diferenciación tajante entre lo normal y lo patológico.
Es decir, que a partir de las múltiples observaciones que llevaba adelante, en el caso por caso, se perdía la singularidad de cada sujeto evaluado, para pasar a integrar un componente de la regla general que llegaría a elaborar: que todos los delincuentes son seres atávicos, con morfología orgánica bien diferenciada del resto de la sociedad no delincuente, y fácilmente identificable. En función de esta concepción, un sujeto que jamás había delinquido, pero que presentaba una semejanza con cualquier delincuente, era considerado proclive a la actividad delictual y por lo tanto, peligroso para la sociedad y el orden público. A este sujeto, había que mirarlo con recelo, vigilarlo, a los fines de anticiparse a su futura conducta previamente determinada por su bagaje genético.
No es de extrañar entonces, que la terapéutica criminológica que se propusiera desde esta escuela, y sobre todo la recibida aquí en Argentina, fuera el confinamiento absoluto del sujeto criminal de por vida, o eventualmente, la pena de muerte, ya que la genética del sujeto es inalterable, y no podría ser modificada bajo ningún tipo de tratamiento.
Acá tenemos múltiples ejemplos que apuntan en esta vía, pero me interesa sobre manera el expuesto por el Dr. Francisco de Veyga. Este referente de la criminología positivista argentina, en el texto llamado “Los Lunfardos”, y publicado en la Revista Archivos de Psiquiatría, Criminología, y Ciencias Afines, define a esta categoría de delincuentes como los menos especializados y menos peligrosos del escalafón delictivo, pero igualmente, como se consideraba que nunca se podría modificar la conducta de ellos, deberían ser encarcelados de por vida y sometidos a trabajos forzados.
Este autor, junto a José Ingenieros, también utilizaban el método inductivo, y su laboratorio de estudio ha sido históricamente el Depósito de Contraventores de la Policía de la Capital, ubicado en la calle 24 de noviembre de la Ciudad de Bs As en un primer momento, y luego el Instituto de Criminología de la novel Penitenciaría Nacional, demolida ya hace varias décadas, que ocupara el predio del hoy Parque Las Heras de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Herederos de esta tradición positivista, al igual que Lombroso, partían del caso por caso, en pos de realizar reglas generales no estáticas, sino dinámicas, para tratar de explicar la conducta criminal (es sabido que el mismo Lombroso ha modificado su postura en relación a las causas de la criminalidad). ¿Qué problemática histórica ha acarreado esta metodología? Precisamente, la pérdida de la individualidad de cada caso; la generalización; y por sobre todo, la conformación de tipologías genéricas, donde no se tenía en cuenta ni el momento histórico, ni el espacio geográfico donde se cometían los delitos.
Tenemos hoy en día, algunas posturas que continúan con esta tradición arengando reglas generales de escaso o nulo contenido científico tales como “La pobreza genera delincuencia” o “La cárcel es una Universidad del delito”, de gran aceptación en la sociedad, que en definitiva propugnan soluciones mágicas para el control o represión del delito o para la baja de las tasas de criminalidad, sin tener en claro un serio diagnóstico de la situación. Lo que quiero decir, es que aún hoy, el positivismo sigue teniendo un gran impacto en el imaginario social, y por lo tanto, genera de algún modo un efecto en la población del cual se sirven diversos personajes para llevar adelante sus objetivos en esta materia. A tales fines, sería interesante no sólo trabajar científica y operativamente para reducir el delito, sino también hacer una intensa campaña de concientización en la sociedad para que se vea o analice esta problemática desde otro punto de vista.
Sería muy hipócrita decir que los positivistas sólo han investigado la “realidad social” y que han recolectado los datos “puros” de dicha realidad. Es decir, que el dato recolectado sería neutro, y sólo ellos lo han hecho es estandarizarlo. En realidad, considero que ellos ya estaban abordando la realidad social desde una concepción ideológica muy bien definida, y el marco teórico y metodología de investigación o abordaje era funcional a dicha ideología. O sea, en metodología de la investigación, es indivisible el marco teórico (postura teórico – ideológica del investigador) con la operativización de su objeto de estudio (modo de abordaje operativo del objeto de estudio).
Por eso el positivismo ha nacido de las ciencias naturales, porque en este campo disciplinario, el dato sí es objetivo. Es decir, que el dato, la realidad, es inamovible. Nadie pondría en duda que la célula molecular, es precisamente tal. Sí se podría poner en duda la denominación por convención científico – social que han adquirido estos componentes, pero no se pone en duda que precisamente que por ejemplo, las plantas realizan la fotosíntesis para poder vivir, o que la mitosis y la meiosis son formas de reproducción de las células. Por eso aquí, el caso por caso, está bien aplicado, y hasta en cierto punto, es factible y acertado que cada cual pierda su carácter individual. Pero en el campo de las ciencias sociales, los fenómenos que se buscan estudiar, tienen otra connotación y otra determinación, y por lo tanto, no hay que perder de vista precisamente eso: que estos fenómenos son de otras características y causalidades, y que cada sociedad es diferente de las otras.