Resumen
¿Cuál es el grado de libre albedrío que el cerebro nos permite?, ¿estamos sometidos a un determinismo biológico que nos conduce a comportarnos de una manera predeterminada?
Desde una perspectiva de la psicología evolutiva y social, un organismo se hace a sí mismo desde el mismo momento en que empieza a interactuar con su ambiente. A medida que el individuo se desarrolla e interactúa con su contexto social, sus respuestas se tornan coherentes con un código ético que le permite responder a los estímulos con una intensidad y dirección determinada, con la que el individuo se siente identificado, lo que configura su personalidad y le hace diferente al resto.
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Pero esto último comentado, aunque parezca evidente, ha sido puesto en entredicho, a lo largo de la historia. Si nos centramos en la parte agresiva y violenta típica de la conducta criminal. Cessare Lombroso, uno de los autores más conocidos en Criminología y que junto a Ferri y Garófalo, a mediados del siglo XIX, establecieron las bases de la escuela positiva, sostenía que existía un hombre predestinado a hacer el mal, matando, violando e incluso practicando el canibalismo. A ese hombre delincuente le denominó “atávico”, es decir, un individuo no evolucionado, en la acepción Darwiniana, que aun poseía caracteres propios de sus antepasados. La piedra angular sobre la que Lombroso sostenía su hipótesis atávica proviene de la autopsia que realizó a uno de los más famosos bandidos italianos de la época, el calabrés Vilella, y en la que encontró una cavidad que sólo se halla en las razas primitivas y en ciertos mamíferos, la foseta occipital media, destinada a recibir una tercera parte del lóbulo mediano y que posteriormente verificó en otros delincuentes.
Anatómicamente, a estos sujetos se les puede reconocer por la siguiente expresión fenotípica: enormes mandíbulas, grandes arcos cigomáticos, mayor amplitud de las órbitas, las orejas en asa, insensibilidad al dolor y agudeza visual. Aunque si algo puso de manifiesto Lombroso y colaboradores fue que la capacidad para hacer el mal puede ser prevista en función de esa serie de rasgos anatómicos (fenotípicos) que reflejaban, finalmente, el desarrollo filogenético del individuo criminal respecto al no criminal.
Los hallazgos de Lombroso sobre las diferencias entre delincuentes y no delincuentes, unido a los estudios sobre diferencias psicológicas, encabezadas por Galton, que acuñó el término ”Eugenesia”, ciencia cuyo objetivo era sustituir la selección natural por una selección inteligente en aras al mejoramiento racial, tuvo un papel determinante en la historia de la civilización, concretamente en la década de los años 30 donde surgieron por todo el mundo una serie de movimientos racistas y fascistas radicales. Como ejemplo más terrorífico de sus consecuencias fue la exhibida por el régimen nacionalsocialista de la Alemania nazi y su limpieza étnica apelando a la pureza de una raza ária. Después del horror que vivió la humanidad y el desprecio que se vivió por el ser humano, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, se firmo la declaración sobre los derechos universales del hombre. Con lo cual, el determinismo quedó relegado a uno de los momentos más nefastos de la aplicación de la ciencia al bien de la humanidad.
Pero, los años 80 trajeron de nuevo un “renacimiento” de los postulados positivistas o deterministas, gracias a la tecnología que posibilitaba la identificación de los procesos cerebrales relacionados con la toma de decisiones, en este caso, una decisión criminal que lleva asociada una conducta violenta o delincuente.
Hoy en día, se ha pasado de la hipótesis de la fosa occipital propuesta por Lombroso, a la hipótesis del cerebro frontal propuesta por los psiconeurólogos (Denson, Pedersen, Ronquillo, & Nandy, 2009). Los nuevos estudios, ya eran capaces de detectar los correlatos neurológicos de las emociones que sustentan la conducta criminal. Si tenemos en cuenta que en un tipo de delincuentes (los agresivos), la emoción que prevalece es la ira, ésta se ha correlacionado con daños en la corteza orbitofrontal, que es la zona encargada de inhibir los impulsos procedentes del sistema límbico. Este tipo de lesiones poseen una relación claramente conocida con un tipo de agresión, la violenta (Damasio, 1994) aunque también se ha encontrado esta correlación en la reactiva, incluso si la lesión ocurre a edades tempranas (Blair, 2001). Por supuesto, este cambio hacia la neurología de la delincuencia no estaría completo sin tener en cuenta el papel que la serotonina como neurotransmisor tiene en la comunicación que se establece entre distintas áreas cerebrales, al afectar a la sinapsis que se establece entre ellas y que, sobre todo, afecta al control de los impulsos (Bond, 2005; Kuepper, et al., 2010), por lo que una persona se encuentra más indefensa a los estímulos y respuestas provenientes de la amígdala, parte cerebral que mantiene el acervo de las respuestas de supervivencia del individuo.
Pero qué aporta el descubrimiento de un correlato causal neural al estudio de la delincuencia. Los sujetos que exhiben un trastorno antisocial de inicio en la infancia son el grupo de delincuentes que cometen la mayoría de los actos violentos registrados (Moffitt & Caspi, 2001). Por lo cual, parece más que conveniente su estudio con el manido objetivo científico de explicar, predecir y controlar, en este caso, la conducta delincuente. Por tanto, conocer cuál es el umbral de respuesta de un sujeto y la configuración genómica que conforma el grado de vulnerabilidad a responder agresivamente, abrieron nuevos campos de investigación que permitían la clasificación e identificación de los sujetos más propensos a actuar violentamente, con lo cual, de nuevo, nos podemos ver tentados en apartar a estos sujetos de la sociedad, como ya hemos intentado anteriormente.
En definitiva, cuánta responsabilidad puede imputarse a una persona por sus acciones, cuando ha sufrido un desarrollo evolutivo traumático, sufriendo diversos factores de riesgo, que le han imposibilitado desarrollar eficazmente sus procesos cerebrales de inhibición. Y sí ya de por sí, su dotación genética está configurada por marcadores potencialmente vulnerables a cierta disposición agresiva. Quizás nos encontraríamos ante el final de la culpabilidad por la realización de actos violentos.
Finalmente, aunque nos encontramos algo más cerca de descubrir a ese delincuente nato y, con ello, dar por concluido ese determinismo neural, que podríamos llamar la vertiente moderna del determinismo antropométrico de Lombroso. Que no tiemblen los juristas y penalistas, pues según Libet (1999), la evolución ha dotado al ser humano de un “veto” consciente que podría interrumpir una acción preparada por el cerebro.
BIBLIOGRAFÍA
Blair, R. J. R. (2001). Neurocognitive models of aggression, the antisocial personality disorders, and psychopathy. Journal of Neurology, Neurosurgery & Psychiatry, 71(6), 727-731.
Bond, A. J. (2005). Antidepressant treatments and human aggression. Eur J Pharmacol, 526(1-3), 218-225. doi: 10.1016/j.ejphar.2005.09.033
Damasio, A. R. (1994). Descartes' error : emotion, reason, and the human brain. New York: Putnam.
Denson, T. F., Pedersen, W. C., Ronquillo, J., & Nandy, A. S. (2009). The angry brain: Neural correlates of anger, angry rumination, and aggressive personality. Journal of Cognitive Neuroscience, 21(4), 734-744.
Kuepper, Y., Alexander, N., Osinsky, R., Mueller, E., Schmitz, A., Netter, P., et al. (2010). Aggression–interactions of serotonin and testosterone in healthy men and women. Behav Brain Res, 206(1), 93-100. doi: 10.1016/j.bbr.2009.09.006
Moffitt, T. E., & Caspi, A. (2001). Childhood predictors differentiate life-course persistent and adolescence-limited antisocial pathways among males and females. Development and Psychopathology, 13(2), 355-375.
Bibliografía
Profesor de la Universidad a Distancia de Madrid (UDIMA) en los grados de Criminología y Psicología, impartiendo las asignatura de Psicología de la Personalidad y las Diferencias Humanas II, Psicología Jurídica, Psicología Criminal e Introducción a la Criminología.