Resumen
: El presente trabajo versa en una reflexión acerca de la intervención psicológica que, en el seno de una asociación, realizo junto a otros compañeros. Los participantes de la misma son hombres con condenas por agresiones sexuales a mujeres adultas. Uno de los objetivos del presente trabajo consiste en poner de manifiesto que mucho de lo que se sabe teórica y académicamente sobre los agresores sexuales, no es completamente fiel a la realidad una vez tienes a una de estas personas delante, y que existen enormes problemas metodológicos, de evaluación y de tratamiento.
Palabras clave: agresor sexual, psicopatía, evaluación, tratamiento.
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Resumen: El presente trabajo versa en una reflexión acerca de la intervención psicológica que, en el seno de una asociación, realizo junto a otros compañeros. Los participantes de la misma son hombres con condenas por agresiones sexuales a mujeres adultas. Uno de los objetivos del presente trabajo consiste en poner de manifiesto que mucho de lo que se sabe teórica y académicamente sobre los agresores sexuales, no es completamente fiel a la realidad una vez tienes a una de estas personas delante, y que existen enormes problemas metodológicos, de evaluación y de tratamiento.
Palabras clave: agresor sexual, psicopatía, evaluación, tratamiento.
Abstract: This paper is a reflection on the psychological intervention that, within an association, they carried out along with other fellow. The same participants are men with convictions for sexual abuse to adult women. One of the objectives of the present paper is to show that much of what we know theoretical and academically on sexual offenders, is not entirely faithful to reality once you have one of these people before, and that there are huge methodological problems of evaluation and treatment.
Keywords: sex offender, psychopathy, evaluation, treatment.
INTRODUCCIÓN
Con el fin de evitar y reducir en la medida de lo posible, potenciales malentendidos, lo primero que me gustaría hacer es una breve presentación. Por tanto, puedo decir que soy licenciada en Psicología y que he estudiado el Master de Ciencias Forenses en Análisis e Investigación Criminal de la Universidad Autónoma de Madrid; además de esto, he colaborado durante dos años con una asociación en distintos centros penitenciarios y uno de los colectivos con los que he trabajado es con agresores sexuales. Ésta es mi principal fuente bibliográfica1.
Dicho esto, el presente trabajo versa, como su propio título indica, en una reflexión acerca de la intervención psicológica que, en el seno de dicha asociación, he realizado junto a otros compañeros. Como acabo de mencionar, los participantes de la misma son hombres con condenas por agresiones sexuales y, aunque hay variedad en los delitos cometidos por ellos: desde lo que podríamos calificar de abusos hasta violaciones múltiples, sí es una característica grupal que todos han agredido a mujeres adultas. Éste me parece un dato importante porque como se ha puesto de manifiesto en numerosos estudios, el perfil de los agresores que se orientan a niños no es el mismo que el de los que se orientan a adultos (Castro, López-Castedo y Sueiro, 2009a; Castro, López-Castedo, y Sueiro, 2009b; Pardo, y González, 2007).
Por tanto, uno de los objetivos del presente trabajo consiste en poner de manifiesto que mucho de lo que se sabe teórica y académicamente sobre los agresores sexuales, no es completamente fiel a la realidad una vez tienes a una de estas personas delante. Con esto no quiero decir que lo que sabemos sea falso, o que no tenga ninguna utilidad, sino que nos tenemos que acercar a estos conocimientos con cautela, pues tratándose de personas, no hay dos iguales y, la historia de vida de dos hombres que han llegado a ser agresores sexuales, pueden no tener ningún punto en común salvo éste comentado, por lo que tanto la intervención a realizar, como las probabilidades de reincidencia, no serán las mismas en ambos casos.
Las agresiones sexuales son una de las tipologías delictivas que en la actualidad causan más alarma social y, me atrevería a decir, más desprecio en la sociedad. Ciertamente, son un tipo de delito “desagradable”, que ataca a la esfera más íntima de la persona, su sexualidad, y que, al ser las víctimas mayoritariamente mujeres, influye en la perdurabilidad de las diferencias de género y contribuye a su cosificación. Se ha comprobado que uno de los síntomas que han tenido posteriormente muchas mujeres que han sido víctimas de agresiones sexuales, ha sido precisamente éste. Por otro lado, otro de los factores que lo hacen tan “despreciable” es la incapacidad que tenemos las personas de comprenderlo, de entender el por qué de una violación y por qué un hombre ha llegado hasta ese punto. Con esto no quiero decir que su comprensión acabara con el problema, pero sí que nos encontraríamos con una situación totalmente diferente: la sociedad es capaz de entender que una persona cometa un robo con violencia si se encuentra en una situación de desesperación en la que es el “único” medio que tiene para conseguir comida y mantener a su familia, al igual que si es una persona toxicómana que, en pleno síndrome de abstinencia comete un delito para poder adquirir más droga que le calme. Aunque en ninguno de estos dos casos la sociedad dejaría los delitos impunes, creo que todos podemos afirmar que estas “explicaciones” modifican sin duda las circunstancias del delito; en el caso de las agresiones sexuales, este tipo de explicaciones no se dan, y es lo que provoca esa aversión hacia las mismas.
AGRESOR SEXUAL VS. PSICÓPATA
El término psicopatía se ha popularizado entre la sociedad y se utiliza de forma, digamos, indiscriminada para hacer referencia a cualquier persona “mala”, que no piensa en los demás y que sólo mira por sus intereses. No obstante, la psicopatía es un trastorno de la personalidad que en el actual manual diagnóstico DSM-IV-TR, se encuadra dentro del trastorno antisocial de la personalidad (a partir de ahora, TAP). Tanto el TAP como la psicopatía no han dejado de estar envueltos en polémicas debido a la dificultad de la diferenciación entre uno y otro dificultada en mayor medida con la introducción del término sociopatía.
Tanto la psicopatía como la sociopatía se manifiestan de la misma manera: en su vertiente delictiva, a través de comportamientos y conductas antisociales, es decir, de forma contraria a las normas sociales, minusvalorando a los demás, buscando su propio beneficio... etc. No obstante, cabe decir que tras muchas investigaciones se pudo determinar que la diferencia entre estos dos términos se encuentra en las causas de dicha conducta antisocial: en el caso de la psicopatía, parece ser que la biología juega un papel más determinante, mientras que en el caso de la sociopatía, son ambientes empobrecidos y desfavorecidos los que mejor la explican (de Juan, 2005). Desde esta perspectiva, se entendía que el psicópata no tenía remedio, mientras que el sociópata, al no haber nacido así, sino “haberse hecho”, todavía podía rehabilitarse.
Llegados a este punto, ya no había, pues, malentendidos ni problemas de definición de ambas patologías. Sin embargo, las dificultades aparecieron cuando se detenía a personas con conductas antisociales y había que determinar si eran psicópatas o sociópatas. De nuevo tras muchas investigaciones (Hare, Cleckley, Lykken), llegaron a la conclusión de que, en el caso de la psicopatía, hay determinadas evidencias orgánicas observables que sirven para su diferenciación; algunas de ellas son la conductancia de la piel ante situaciones adversas, la hipoactividad prefrontal... por tanto, parecía que de nuevo los problemas se soslayaban y que no habría problemas en el diagnóstico de estas personas, que repercutiría necesariamente a la hora de poner (o no) un tratamiento. No obstante, la práctica puso de manifiesto que estas técnicas eran muy costosas, de difícil implantación en los juzgados o centros penitenciarios y, dados los problemas metodológicos y conceptuales, se eliminaron estos dos términos y se impuso el TAP como una categoría que englobaría a ambos.
¿Qué ocurrió entonces? Que la etiqueta TAP se convirtió en una especie de cajón de sastre en la que entraban diferentes patologías o patrones de personalidad, muy heterogéneos entre sí, que dificultaban tanto su comprensión, como su diagnóstico, como la intervención a realizar de forma posterior.
¿Qué sabemos ahora? En la actualidad sabemos que dentro del TAP podemos encontrarnos con sujetos psicópatas-sociópatas, cuyas posibilidades de tratamiento son más limitadas que para otros colectivos y, que también nos podemos encontrar a sujetos que presentan comportamientos antisociales pero que no son psicópatas-sociópatas (la solapación entre éstos se explica por la dificultad para diferenciarlos entre ellos).
Después de este breve recorrido por la evolución de los términos, me voy a centrar en los agresores sexuales. Como he mencionado en la introducción, la realización de este trabajo estuvo muy condicionada por mi experiencia en prisión con agresores sexuales y, aunque he comentado que en mi grupo terapéutico hay diferentes grados de agresión sexual, hay un mayor porcentaje de violadores, por tanto, es en éste tipo de agresión en el que me voy a centrar de forma mayoritaria.
He hablado de la falta de comprensión del fenómeno, por tanto, cuando nos encontramos ante una de estas personas, lo primero que nos viene a la cabeza es “es un psicópata, por eso hizo lo que hizo”, y con esta afirmación nos quedamos más tranquilos, nos sirve como explicación aunque, en realidad... no explica nada.
Hoy en día no hemos podido determinar el perfil de un agresor sexual tipo, es decir, no hemos podido observar diferencias claras ni entre ellos, ni respecto a personas no delincuentes. Esto es así porque, para empezar, la información con la que contamos es muy deficiente: normalmente se detectan dentro del ámbito judicial, es decir, cuando se les detiene, pero éstos son sólo una parte de las agresiones sexuales que se cometen (hay que tener en cuenta la cifra negra de estos delitos, estimada según Vicente Garrido en el 55%, Serrano, 2011; Serrano y Fernández, 2009). De manera general podemos decir que lo que conocemos de estos agresores (como grupo) son los informes periciales de agresores condenados anteriormente, otro tipo de informe pericial y el expediente judicial.
La teoría de mayor auge hoy en día sobre agresiones sexuales es la de Marshall, aunque hay otras muchas. Este autor ha encontrado algunas características comunes en todos los agresores sexuales que detallo a continuación:
Alto arousal en el momento de cometer la agresión.
Empiezan a actuar muy pronto, es decir, son muy jóvenes cuando cometen su primer delito.
Orientación heterosexual.
No son más reincidentes que en otros delitos, pero sí más recayentes.
Operan en zonas urbanas.
No presentan desórdenes psicóticos.
La mayoría no busca tratamiento: no tienen sentimientos de culpa.
Inmadurez psicosexual, problemas serios de carencias en valores sociales, problemas en la socialización, ansiedad, neuroticismo...
Como podemos observar, algunas de estas características son comunes a las de la psicopatía, pero otras muchas no. Según la escala de Hare, más del 30% de los agresores sexuales son psicópatas, pero algunos autores lo han criticado porque eran todos reclusos, lo que ya de por sí constituye un sesgo, y porque, por otro lado, no se sabe si la psicopatía era sobrevenida por el tiempo que llevaban privados de libertad. El hecho de ser psicópata conlleva una mayor probabilidad de ser un agresor sexual, pero desde luego, NO es su causa. En cualquier caso, y como acabo de mencionar, no hay un perfil único de agresor sexual. A este respecto, lo que se suele hacer en el ámbito forense es realizar una clasificación de acuerdo a las necesidades específicas de este contexto, independientemente de las teorías teórico-clínicas (Vázquez, 2005), de forma que encontramos una clasificación de los agresores sexuales en cuatro grupos:
Gráfico 1: Clasificación forense de agresores sexuales
¿Que nos indica esta clasificación? Pues un poco la conclusión a la que habíamos llegado anteriormente: que ni todo agresor sexual es psicópata, ni todo psicópata que delinque es agresor sexual.
¿Qué encontramos en prisión? He comenzado diciendo en la introducción que mi grupo de internos presentaba variabilidad en los delitos cometidos, dentro del terreno de las agresiones sexuales. Además, he comentado que no hay un único perfil para este tipo de agresores, y que bajo mi punto de vista, una cuestión es la información teórica y académica y otra muy distinta, la realidad que encontramos. Con esta información, creo que el lector tendrá claro que la respuesta a la pregunta planteada en este epígrafe es “de todo”. Me explico: voy a retomar las características antes expuestas, y voy a ir comentando una a una:
Alto arousal en el momento de cometer la agresión. De manera general, sí puedo decir que se ha dado en todos los casos que yo he conocido (12), aunque en 3 de ellos había influido el consumo de sustancias tóxicas.
Empiezan a actuar muy pronto, es decir, son muy jóvenes cuando cometen su primer delito. De manera general, también es una característica que se ha cumplido (entiendo por “jóvenes” si el delito se produjo en torno a los 20 años, aunque conozco un par de casos que ya de adolescentes comenzaron a realizar actos no ilegales, pero sí típicos de desviación sexual, por ejemplo, voyerismo y seguir a mujeres por la calle manteniendo fantasías sexuales).
Orientación heterosexual. Ésta sí, en todos los casos sin excepción.
No son más reincidentes que en otros delitos, pero sí más recayentes. En este caso, no dispongo de datos puesto que todos los internos de mi grupo de tratamiento eran primarios, no obstante, 2 de ellos cumplían condena por varios delitos sexuales.
Operan en zonas urbanas. De nuevo encuentro diversidad, en una proporción de alrededor del 50%.
No presentan desórdenes psicóticos. En principio, cabe decir que no, por tanto, que ésta característica se cumple en la totalidad de los casos que yo conozco, no obstante, es un problema que abordaré en el siguiente epígrafe.
La mayoría no busca tratamiento: no tienen sentimientos de culpa. Cuestión difícil de abordar; en mi caso, los internos que participan en el grupo vienen de forma voluntaria, si bien el someterse a una intervención psicológica de estas características conlleva ciertos beneficios penitenciarios y en muchos de ellos, la principal motivación para acudir es ésta.
Inmadurez psicosexual, problemas serios de carencias en valores sociales, problemas en la socialización, ansiedad, neuroticismo... en general, por lo que yo he podido observar durante el tiempo que llevo interviniendo con ellos, sí es una característica extendida, aunque el programa de intervención que llevamos a cabo no aborda cuestiones sexuales de forma directa.
Esto puede significar que, como se pone de manifiesto en el ámbito forense, no hay un tipo específico de agresor sexual, sino que existirían diferentes perfiles de agresores sexuales, cada uno de ellos con unas características y unas problemáticas cualitativamente diferentes al resto que requerirían de programas de intervención “individualizados” para cada tipo de perfil. Esto me lleva a lo que quería comentar en el epígrafe siguiente.
EL PROBLEMA DE LA EVALUACIÓN
En Psicología Clínica, el aspecto esencial y más importante es la evaluación, muy por encima del tratamiento incluso. La evaluación nos permite obtener mucha información y muy detallada acerca de la persona, además, al ser sesiones individuales, favorece que se establezca una buena alianza terapéutica basada en unos principios fundamentales como son la confianza entre terapeuta e interno (en este caso), y que éste último tenga claras dos cuestiones: por un lado, que todo lo que se diga en las sesiones queda bajo el secreto profesional del terapeuta, por lo que no debe tener miedo de expresarse y, por otro, que el terapeuta no va a juzgarle por lo que diga o haya hecho, sino que está ahí con el fin de conocer para intervenir, y ayudarle a superar los problemas que le han hecho llegar a prisión.
Dentro de los centros penitenciarios la intervención que se realiza es en formato grupal. En este sentido, la evaluación toma otro papel decisivo y es que, si bien los grupos terapéuticos presentan muchas ventajas, también tienen sus inconvenientes, siendo el principal el hecho de que los temas se traten de manera general para que todos los internos puedan verse identificados y perciban una relación con ellos mismos. De esta forma, cualquier tratamiento grupal tiene que ser necesariamente complementado con sesiones individuales en las que se haga más hincapié en las necesidades individuales de cada participante, y esto sólo lo sabemos si hemos realizado una buena evaluación inicial.
¿Qué ocurre en el ámbito forense y penitenciario? La realidad es que las evaluaciones son bastante escasas... en el ámbito forense se circunscriben a probar la imputabilidad del acusado, por tanto, es una evaluación muy específica que no recoge las circunstancias de vida, de personalidad, psicopatológicas, sociales... de la persona; por otro lado, en el ámbito penitenciario, lo cierto es que el tratamiento no es algo al que los reclusos tengan fácil acceso, por diferentes cuestiones en las que no quiero entrar porque quedan fuera del objetivo del presente trabajo pero que personalmente resumiría en falta de recursos humanos, esto es, de psicólogos (hay un número claramente insuficiente para atender a toda la población penitenciaria española). Sí es cierto que se llevan a cabo programas de tratamiento, los cuales están disponibles en la página web de Instituciones Penitenciarias y en ellos se recoge una primera fase de evaluación, no obstante, a lo que yo me refiero en este apartado tiene mucho que ver con mi experiencia personal.
Cuando yo comencé mi intervención, el grupo de internos con el que yo iba a trabajar ya había realizado con anterioridad el mismo programa, por tanto, las personas encargadas de aquel grupo nos informaron muy brevemente de las características y peculiaridades de los que a partir de ese momento iban a ser “nuestros internos”. Ya he comentado algo acerca de la psicopatía, de la sociopatía y de los problemas que existen para su correcta evaluación. Pues bien, antes de entrar por primera vez nos dijeron que tres de nuestros internos eran “psicópatas”, uno de ellos de libro. Y nos preguntamos nosotros “¿y quién les ha evaluado?”, la respuesta fue “nadie, pero... ¡está clarísimo!”. ¿Qué quiero decir con esto? Simplemente, que puesto que conocemos la existencia de personas con psicopatía, que son difícilmente rehabilitables, que la gran mayoría de ellos cometen delitos graves y de gran alarma social y que, por sus características de personalidad son muy difícilmente detectables por la gran facilidad que tienen para camuflarse y de adaptarse a las diferentes situaciones en que se encuentran y que, para mayor complejidad, no existen muchos profesionales formados y especializados que conozcan a la perfección herramientas de evaluación ampliamente validadas (por ejemplo, PCL-R de Hare, o el test proyectivo de Roscharch) y que sean capaces de emitir un diagnóstico con poco género de dudas (el cual es imprescindible para proponer una estrategia de intervención y unos objetivos terapéuticos adecuados a la persona), lo menos que podemos hacer es no tomarnos a la ligera la problemática que hay al respecto, procurar que nuestra intervención sea lo más profesional que seamos capaces y poner todo de nuestra parte para que esta situación se vaya solventando poco a poco.
Quizás sean objetivos muy ambiciosos, pero creo que nunca está de más el hacer todo lo que esté en nuestras manos para que la ciencia avance y conocer más de estas personas, no utilizándolas como un medio anteponiendo el desarrollo de la ciencia ante todo2, sino simplemente porque el tener esta información repercutirá en mejores programas de intervención, que disminuirán la reincidencia de estas personas y que reducirán, de la misma forma, la delincuencia de carácter sexual. Que a lo mejor sólo lo conseguimos con uno, bien, creo sinceramente que el esfuerzo habrá merecido la pena.
EL TRATAMIENTO
Aunque no lo he dicho anteriormente, aprovecho este apartado para comentar que, teniendo en cuenta que la psicopatía tiene un sustrato biológico, es decir, con lo que nacemos, y que es lo que lo diferencia de la sociopatía, cabría pensar que todo aquél que nace con esta “tara”, va a ser un delincuente irremediablemente; sin embargo, no todos los psicópatas son delincuentes. Esto es así porque para que una persona cometa un delito no basta con que tenga determinado funcionamiento neuronal, hormonal ni de neurotransmisores, al igual que tampoco basta con haberse criado en un ambiente desfavorecido. Según el modelo que presentó Gonzalo Barahona (2011), para ser un delincuente sexual son precisas tres tipos de vulnerabilidades: biológica, psicológica y social. Esto significa que si el sujeto nace con estas predisposiciones hacia la psicopatía, pero se desenvuelve en un ambiente protector, en el que le marcan muy firmemente los límites de su conducta y aprende a tener en cuenta los intereses de los demás y no sólo los suyos propios, no necesariamente tiene por qué acabar delinquiendo.
Dicho esto, y en relación con las tasas de reincidencia, éstas se estiman en un 20%, pero cuando nos ofrecen datos hay que tener en cuenta de dónde provienen y qué es lo que han medido. Por ejemplo, en función de los datos de los que yo dispongo, éste 20% que reincide hace referencia a sujetos psicópatas, frente a los no psicópatas, según las investigaciones de Hare.
En relación con el tratamiento que reciben estas personas en prisión, ya he comentado que hay un programa oficial de Instituciones Penitencias vigente en el territorio nacional, a excepción de Cataluña; en dicha comunidad tienen otro programa de similares características desde el año 1996 y que ha demostrado resultados equivalentes. Dichos programas, así como el que yo utilizo en mi intervención en prisión, son de orientación cognitivo-conductual y sus principales objetivos son los siguientes (detallo los puntos comunes):
Reconocer el delito y asunción de la responsabilidad.
Tomar conciencia de los factores influyentes y entrenar respuestas de enfrentamiento.
Incrementar su empatía hacia la víctima y modificar las distorsiones cognitivas.
Realizar modificaciones de estilo de vida diseñadas para promover una abstinencia continuada.
Aprender que prevenir la recaída es un proceso en curso en el que debe tomar un papel activo y vigilante.
Los contenidos principales de cada programa se detallan en la siguiente tabla:
INSTITUCIONES PENITENCIARIAS | CATALUÑA | ASOCIACIÓN |
Análisis de la historia personal | Distorsiones cognitivas | Comunicación y habilidades sociales básicas |
Distorsiones cognitivas | Mecanismos de defensa | Emociones |
Conciencia emocional | Conciencia emocional | Distorsiones cognitivas |
Comportamientos violentos | Empatía con la víctima | Asunción de la responsabilidad y mecanismos de defensa |
Mecanismos de defensa | Prevención de recaídas | Identidad de género |
Empatía hacia la víctima | Estilo de vida positivo | Empatía con la víctima |
Prevención de recaídas | Violencia | |
Estilo de vida positivo | Prevención de recaídas | |
Educación sexual | ||
Modificación del impulso sexual |
Fuente: Elaboración propia
Como se puede comprobar, el contenido es bastante similar en unos casos y otros. Al igual que ocurre con la metodología: ésta se da en tres niveles, una evaluación inicial e individual, las sesiones grupales y una fase final de seguimiento. Donde más variabilidad encontramos entre los tres programas es en la segunda fase de intervención grupal, puesto que en el programa de Instituciones Penitenciarias se estructura en dos sesiones semanales de 3 horas cada una, en el de Cataluña en cuatro sesiones grupales semanales, más una individual, y en el que llevamos a cabo en la asociación en una sesión semanal de 2 horas.
De la misma forma, se realiza una selección de los internos que, a priori, se vayan a beneficiar más de la intervención. Normalmente, los criterios a seguir suelen ser que estén en condiciones de obtener la libertad condicional en el plazo de 3 a 4 años y que tengan un reconocimiento, aunque sea mínimo o parcial, del delito y una cierta motivación inicial para participar en el programa, así como poseer un CI superior a 80 y tener conocimientos básicos de lectoescritura, para poder seguir el desarrollo, los contenidos y las tareas del programa sin problemas.
En relación con los resultados de dichos programas hay diversas investigaciones que muestran ampliamente su eficacia en la prevención de recaídas, tanto en delitos sexuales como en otros de otra naturaleza.
¿Qué encontramos en prisión? Como ya he apuntado en numerosas ocasiones, mi intervención en prisión es externa, a través de una asociación, esto nos otorga una serie de características que nos diferencia del resto de intervenciones que se realizan en los centros penitenciarios, algunas nos favorecen (como el hecho de ser gente “de fuera” que nada tenemos que ver con la Institución, lo cual nos facilita la confianza con los internos), pero otras nos dificultan el trabajo (como el periodo de tiempo tan limitado que tenemos para realizar nuestras intervenciones y no poder acceder más a menudo a las instalaciones, por ejemplo, para hacer las tan necesitadas sesiones individuales). Esta dependencia de la dirección del Centro repercute en que en bastantes ocasiones no podamos acudir en los días previstos y que estas sesiones no puedan recuperarse en otro momento, lo que ralentiza el ritmo del programa, se pierde continuidad...
A pesar de estos inconvenientes, yo creo firmemente que la intervención que tanto nosotros como los profesionales que trabajan en prisiones llevamos a cabo en ellas, con agresores sexuales o con personas de otra tipología de delitos, son de gran importancia y tienen una incidencia mucho mayor de lo que la sociedad e incluso nosotros mismos pensamos. Idílicamente, lo mejor sería que ninguno reincidiera y esto es algo que en ocasiones se nos reprocha, pero es que hay que tener en cuenta que, utópicamente, ninguno debería estar en prisión... Dejando de lado estas quimeras, lo que tenemos que tener claro es que tanto el delito como el delincuente, son convenciones sociales para mantener el orden social que en un momento histórico determinado se ha establecido en una serie de reglas que indican lo que se puede y lo que no se puede hacer. Lo que quiero decir con esto es que, aunque no hubiera delitos sexuales, ni violaciones, ni violadores, la sociedad se “inventaría” otras conductas indeseables e intolerables y estaríamos ante la misma disyuntiva:
Ante todo, el crimen es un problema de la comunidad que surge en la comunidad y que debe resolverse por la comunidad (Baratta).
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1 Por razones de confidencialidad y secreto profesional, no voy a mencionar el nombre de la asociación ni de los internos con los que trabajo, por ello que la bibliografía y fuentes consultadas no estén debidamente completas.
2 Quiero aclarar este punto: como psicóloga, creo que la relación terapéutica, aunque presenta unas características propias, es una relación interpersonal como otra cualquiera que se define de forma prioritaria como la influencia mutua entre dos personas. Es decir, como terapeuta, entiendo que mi paciente puede “beneficiarse” con cuestiones, puntos de vista, diferentes filosofías... que yo pueda aportarle, pero no considero que sea incompatible que esta influencia no pueda ser bidireccional, teniendo siempre presente las características propias de la relación terapéutica y que estamos en un contexto profesional en el que las relaciones de amistad quedan al margen.
SOBRE LA AUTORA
Beatriz de la Torre Álvarez es Psicóloga por la Universidad Autónoma de Madrid, donde también ha estudiado el Máster de Ciencias Forenses en Análisis e Investigación Criminal, desarrollado por el Instituto de Ciencias Forenses y de la Seguridad de dicha universidad. Durante dos años ha colaborado con una asociación sin ánimo de lucro, desarrollando programas de intervención psicológica en diversos centros penitenciarios. Sus principales áreas de interés son el comportamiento violento, los delitos contra la libertad e indemnidad sexuales, y las personas que los perpetran.