Resumen
Una interpretación del caso Urdangarin
La imputación del marido de la Infanta, D. Iñaki de Urdangarín, permite abrir muchos debates, no solo jurídicos, sino también político-sociales (y, por qué no, éticos).
Una conducta, “inapropiada” cuando menos, ha abierto el debate sobre la monarquía en España. Resulta irónico que un vasco afincado en Cataluña pueda haber sido el “causante” del mayor daño a la monarquía en nuestro país, siempre tan cuestionada desde ámbitos nacionalistas, quizá por lo que significa de unidad, como respetada por todos (incluidos éstos) por su brillante papel en la consolidación de la democracia.
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Cuando parecía que la gran labor de nuestro Monarca y el presagio de un Heredero con las mismas virtudes, habría aparcado el debate, que se había reducido en muchos casos a palabras altisonantes de quienes no tienen un mensaje que llevar a la sociedad o unas propuestas que merezcan su apoyo, y que como famosillos de “gran hermano” buscan su minuto de gloria, surge el caso Urdangarín que permite a quienes agazapados esperaban salir de sus escondites para cuestionar una forma de organización que hasta ahora no nos había ido nada mal y que resulta, es obligado decirlo, infinitamente menos costosa para las arcas públicas que algunos de esos reinos de taifas que se han dado en llamar comunidades autónomas (no siempre hay que buscar fuera el ejemplo) y que la mayoría de las jefaturas de estado del mundo.
Resulta curioso como un hecho puntual puede tener tantas y tan malas lecturas. De la indignación por una conducta “inadecuada” (dejemos otros calificativos para cuando se pronuncie la justicia), hemos pasado a la desconfianza total en un sistema que es capaz de condenar (pecado mortal) al Robin Hood de los jueces y no tiene valor para imputar a un miembro (o tal vez debería decir miembra) de la Casa Real. Quizá la culpa de todo esto la tengan los propios protagonistas. Hay muchos políticos que quiere jugar a jueces y muchos jueces que gustan de la política y eso hace que nos fijemos en lo que dicen y no en lo que hacen, invirtiendo el viejo refrán que decía haz lo que yo digo pero no hagas lo que yo hago.
¿Me entienden? Seguro que no, como casi tampoco los ciudadanos entendemos lo que pasa.
Pero París bien vale una misa y en toda guerra mueren inocentes. Y el calendario no entiende de fechas y a un día le sigue irremediablemente el siguiente, pero las agendas las programan las personas, a veces los políticos, a veces (triste es) sus asesores. Y cuando Fuenteovejuna clamaba por acabar con el senado, las comunidades autónomas, las diputaciones, las prevendas (y post-vendas, que se ponen tratamiento vividor hasta la muerte) de los políticos, sus sueldos, sus coches oficiales, … y un montón de cosas, alguien pareció pensar que era mejor “sacrificar” a un inocente para que los demás pudieran pervivir (ya no les vale con vivir hoy, sino que se han convertido en inmortales pues es imposible pasar a mejor vida). Y cuando digo inocentes no me estoy refiriendo al Sr. Urdangarín que eso lo dirá (o no) la justicia, sino a la Corona como institución, que ha sido la más ejemplar de todas desde el advenimiento de la democracia.
Ahora los programas del corazón han tomado el sitio que dejó (si alguna vez lo tuvo) el 15-M. Pasaron las elecciones y no pasó nada. Los mismos siguen mandando y ningún cambio se atisba en el horizonte más allá de unas restricciones consecuencia de la crisis y los mercados, y del inventor de la alianza de civilizaciones. Resulta curioso que quien no fue capaz de sembrar unidad en su casa haya querido ser el valedor de una unidad mundial. Le nombraron presidente del gobierno, pero el prefirió jugar a pirómano, promoviendo reformas de los estatutos de autonomía que no hicieron más que crispar innecesariamente los ánimos, nos mantuvo en un sinvivir con esa leve recesión que vivía la economía española (o nos engañó a todos o nos puso de manifiesto su incompetencia, cualquiera de las dos cosas eran suficientes para haberle retirado su dorada jubilación), y después de haber prometido el pleno empleó nos hizo a todos salir al campo para buscar unos brotes verdes que se debieron secar con los primeros fríos, porque nadie los vio. La verdad es que como profeta no tuvo precio y prueba de ello es que todos los videntes y similares han desaparecido de los programas de televisión, abrumados por su capacidad de predicción.
Decía que las elecciones nos han dejado más de lo mismo, pero con menos dinero (tal vez por ello debería decir menos de lo mismo) y más impuestos. Hay que poner al día las cuentas y en eso está D. Mariano Rajoy, envidiando quizá la suerte de su compañero de partido en Andalucía, el Sr. Arenas. Hay derrotas que saben a victorias. De la que se ha librado quien fuera un gran ministro (eso que podemos haber ganado para el futuro). Hace unos años, cuando desaparecieron los gobernadores civiles, a quien fuera buen alcalde de Valladolid le oí decir al entonces subdelegado del gobierno en esa ciudad, en tono tan amistoso como irónico: “hay que ver José Luis, toda la vida queriendo ser gobernador civil y ahora los quitan”. Quizá D. Mariano podría hacer lo mismo: “Andalucía es nuestra o de nadie. Quedan cerradas las comunidades autónomas hasta nueva orden”.
Pero esos debates no tocan y ahora lo importante es D. Iñaki, sus negocios y lo que nos cuesta a los españoles la seguridad de su familia. Y en esto pasará la crisis y volveremos a repetir los mismos vicios y errores. En época del Sr. Aznar otra crisis obligó a importantes ajustes y una vez superada nos comportamos otra vez como nuevos ricos que derrochan el dinero que poco les costó ganar.
Como ven, un hecho puntual, las andanzas empresariales de un hidalgo caballero, pueden dar para mucho. Como también deberían dar para poner orden de una vez por todas en nuestra justicia, pues a veces da la impresión de que en los juzgados trabajan corresponsales de los medios. Nunca he alcanzado a entender como la información y la documentación que obran en los sumarios, y que fueron declarados secretos, salen y llegan con tanta facilidad y rapidez a los medios. Nuestra justicia no es un ejemplo ni de rapidez (salvo en las filtraciones), ni de eficacia, ni de eficiencia. Posiblemente por culpa de un sistema que ha sido incapaz de evolucionar con los tiempos, pero que nadie parece atreverse a meter mano y los pocos que lo intentan salen magullados. Pero si en los últimos años el Tribunal Constitucional ha dictado menos sentencias que nunca, no se alcanza a explicar que el más trascendente de los asuntos que le han planteado en los últimos tiempos (excepción hecha del estatuto catalán y la ilegalización de formaciones políticas) como ha sido la doctrina Parot, haya tardado seis años en darle respuesta, casi los mismo que acabará llevando su renovación (¿no debería ser sancionable la irresponsabilidad de quienes deben hacerlo?).
Pero el tiempo pasará y todo será igual que siempre, y el Real Madrid otra vez campeón de Europa.
Bibliografía
Segovia (Castilla y León | España 1965).
Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid.
Jurista del Cuerpo Superior de Técnicos de Instituciones Penitenciarias.
Profesor de derecho Penitenciario en la Escuela de Práctica Jurídica de Valladolid desde 2002.
Experto en derecho penal juvenil y derecho penitenciario.
Miembro del Comité de Expertos de la Revista Infancia, Juventud y Ley.
Vocal y miembro fundador de la Sociedad Científica de Justicia Restaurativa.
Experto de la Unión Europea en misiones de corta duración en Venezuela (2003), Polonia (2005) y El Salvador (2010).
Colaborador habitual en publicaciones, jornadas, seminarios y cursos.
Libros publicados:
- “La justicia penal juvenil en España: legislación y jurisprudencia constitucional”, Editorial Club Universitario, Alicante 2006.
- “Compendio de legislación y jurisprudencia penitenciaria”, Editorial Club Universitario, Alicante 2008.
- “La justicia juvenil en España: comentarios y reflexiones”, Editorial La Ley, Madrid 2009.
- “Legislación penal juvenil comentada y concordada”, Editorial La Ley, Madrid, 2011.