Ponerse en el lugar de los demás, eso es la empatía. Y hacerlo tanto desde el mundo de las ideas, con lo que pensamos o tomando la perspectiva de otra persona, como desde el de las emociones, es decir, de cómo nos sentimos ante lo que ocurre a los demás. Empatizar es fácil para algunos, parece que les viene de fábrica y no tienen que hacer mucho esfuerzo para ello, pero es difícil y complejo para muchos otros. Nacemos con una predisposición biológica a ser más o menos empáticos, marcada por los genes, las hormonas y cómo se ha formado nuestro cerebro. Sin embargo, la educación recibida, las experiencias vividas y el ambiente en el que crecemos hacen que se desarrolle en mayor o menor medida la capacidad de empatizar. Estadísticamente hablando las mujeres son más empáticas, debido a la interacción de factores biológicos como las hormonas y socio-culturales como la educación. Pero no por ello todas las mujeres son empáticas y ningún hombre lo es, nada más lejos de la realidad, hay muchas diferencias individuales de una persona a otra. Aunque se ha descrito algunas conductas cooperativas en animales, la empatía nos caracteriza como humanos, y ha contribuido notablemente en nuestro desarrollo ético y moral.
Somos empáticos por naturaleza, es una tendencia natural, aunque bien es cierto que diversos estados psicológicos como la depresión y la ansiedad impiden que se pueda ser empático. Es por ello habitual que cuando se padece depresión o ansiedad no se muestre empatía hacia los demás, pero en la gran parte de los casos se volverá a mostrar conforme se trate y solucione el trastorno emocional. Algunas personas que padecen diversos trastornos de la personalidad carecen de empatía, lo que dificulta notablemente su relación con los demás. Así, el psicópata carece de empatía emocional, aunque conserva la cognitiva, por lo que puede tomar la perspectiva de los otros pero nunca comprender sus emociones. Otras alteraciones de la personalidad en los que se carece de empatía son el trastorno narcisista, el límite y el esquizoide. Además de todos ellos, los trastornos del espectro autista se caracterizan por la falta de empatía, lo que en muchos casos va parejo a la dificultad para relacionarse con otras personas.
Estamos en el siglo XXI, el siglo del cerebro, ya que se ha producido un espectacular avance en el conocimiento de su funcionamiento y su implicación en multitud de comportamientos, enfermedades y rasgos de la personalidad. Y la empatía no es una excepción: los estudios de imagen cerebral han permitido avanzar en el conocimiento de las bases cerebrales de la empatía, y empiezan ya a mostrarnos qué le ocurre al cerebro al empatizar con otra persona. Es lo que se ha hecho, por ejemplo, al observar el dolor ajeno. Pero no podemos hablar de empatía sin nombrar la cooperación y el altruismo. La motivación que hay a la base del altruismo es la empatía hacia el sufrimiento de los demás, por lo que ambos conceptos están fuertemente relacionados. Las personas empáticas tienen una gran disposición para ayudar a los demás, y no sólo eso, es más difícil que se comporten de forma violenta. Cuanto más empático es alguien utilizará mucho menos la violencia como forma de resolver los conflictos.
Comprender la empatía es fundamental para prevenir y tratar la violencia ya que se tratan de dos caras de la misma moneda. Y tanto es así que las áreas cerebrales implicadas en ambas son bastante similares. Lo muestran los estudios científicos al analizar la activación de la corteza prefrontal, el lóbulo temporal, la amígdala y otras estructuras del sistema límbico. Aunque hoy por hoy no se puede afirmar con rotundidad que las mismas áreas del cerebro regulen la empatía y la violencia, esta hipótesis de trabajo podría abrir nuevos caminos en la investigación para prevenir y tratar los problemas derivados de la violencia humana. Y ello queda patente en el desarrollo de la Neurocriminología, desde mi punto de vista el futuro de las ciencias relacionadas con la violencia y la criminalidad. Se considera a nuestra especie la “más violenta” del reino animal, pues podemos llegar a cometer genocidios y otras atrocidades, pero también la más empática, ya que no hay otra más cooperativa y altruista. No es posible mostrar al mismo tiempo empatía y violencia, lo que de algún modo va en línea con el control de ambas por parte del mismo circuito neuronal.
Las consecuencias prácticas de estos hallazgos podrían utilizarse en el ámbito de la investigación aplicada, por ejemplo tendrían implicaciones positivas para la rehabilitación de criminales y violentos. Estamos lejos todavía de poder intervenir en el cerebro del psicópata, ya que carece de la capacidad de empatía emocional, pero sí en el del resto de criminales y violentos. Al ser muy difícil para un cerebro empático comportarse violentamente, el fomento de la empatía sería una estrategia terapéutica eficaz para evitar la reincidencia y reducir la violencia. Ya en los más pequeños, la educación para la empatía es un camino efectivo para disminuir los conflictos y los actos beligerantes. Pero hace falta mucha más investigación en este campo de trabajo, para saber por ejemplo que genes, neurotransmisores u otras sustancias químicas son fundamentales en el comportamiento empático. Ello supondría un gran avance en el desarrollo de la psicofarmacología de la violencia y en otras terapias, pues por el momento no existe una solución clara para controlar muchos de los actos violentos. Integrando los psicofármacos con las terapias psicológicas y otras terapias efectivas se avanzaría notablemente en el fomento de la empatía y en la disminución de la violencia humana y por extensión de la criminalidad.
La empatía aporta multitud de ventajas en todos los ámbitos de nuestra vida e incluso contribuye a que seamos más felices. Por ejemplo ser empático facilita que se tenga mayor capacidad para conciliar la vida personal y profesional de forma satisfactoria. Las personas más empáticas suelen tener más amigos y buenas relaciones con los compañeros de trabajo. Además, no tienen miedo al cambio, son flexibles y están dispuestas a mejorar, ahí reside una de sus grandes riquezas. A lo largo de este libro se pretende dar una visión global de la empatía, con el fin de acercar al lector a los conocimientos actuales sobre la temática, así como poner de manifiesto los beneficios de la misma para crear una sociedad menos violenta y más solidaria. El libro “La empatía, entenderla para entender a los demás” finaliza con el siguiente párrafo: “Una sociedad empática es más permisiva y tolerante, más respetuosa con los derechos de todos, no establece dogmas o formas de vida más adecuadas que otras, ya que se basa en la aceptación y el respeto siempre que no se haga daño a los demás. Es lo que conocemos por una sociedad más civilizada y es que la empatía es nuestra tendencia natural más desarrollada, que puede llevarnos a un mundo mejor, con predominio de la paz, un mundo menos violento y en el que todos tengamos cabida, independientemente de los ideales, las creencias o las fronteras”.
Luis Moya Albiol (Valencia, 1971) es profesor titular del Departamento de Psicobiología de la Universitat de València. Es doctor en Psicología y Premio Extraordinario de Doctorado por esta universidad. También es docente en doctorado y en estudios de Máster. Dirige un equipo de investigación sobre Neurociencia Social, centrado en el estudio de la cooperación y la empatía, la violencia y el estrés social. Ha publicado más de 50 artículos en revistas científicas, y es autor del manual Psicobiología de la violencia. Se distingue además por su contribución a la divulgación de la ciencia en televisión, radio, revistas especializadas y prensa.