El clac-clac de los pasos se alejaba lentamente. La habían dejado sola. De repente reaccionó y se percató, a través de las rejas, de la penetrante mirada de la funcionaria.
-¿Te has quedado pasmada o qué?- la increpó mientras accionaba el mecanismo de apertura de la puerta de entrada al recinto.
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Las diez de la noche. A esa hora el patio y el comedor del módulo se encontraban desiertos. A la funcionaria le habían hecho la puñeta. Con lo entretenida que era la película que estaban echando por la tele, pensó, mientras comenzaba a rellenar la ficha de admisión de la recién llegada.
– A ver, ¿nombre, fecha de nacimiento, DNI y tipo de delito?-, preguntó sin levantar la mirada de la cartulina.
– Dolores Jimenez Castroviejo, 6 de marzo de 1949. ¿Er denei?, de ése no me recuerdo – comentó nerviosa mientras apretaba con fuerza la bolsa de los enseres recibidos a la entrada, – y estoy aquí por matar a mi marío.
La funcionaria descolgó el teléfono y marcó tres números.
– ¿Huellas? Oye, dame el DNI de la que me habéis mandado esta noche al 2, que se ha quedado en blanco.
Después de tomar nota, sacó de un cajón desvencijado la Polaroid y le tomó las fotos de frente y de perfiles. Volvió a sentarse; la otra de pie, indecisa. Con un movimiento de mano abanicó las fotos, después las cortó, para pegar una de ellas en la ficha. Se levantó y con un gesto de la cabeza indicó que la acompañara. Cruzaron dos puertas enrejadas más, entraron en un largo pasillo y caminaron hasta la celda 19. Pulsó el interruptor externo de la luz e introdujo acto seguido la llave en la cerradura.
– Tu celda. Ah, y nada de discusiones con la compañera, que no quiero más movidas esta noche.
II
Igualica a la cocina de la casa, pensó entrando en el chabolo. Ahora sí Su Casa, desde que el Pepe ya no estaba con ellos, aunque mirándolo bien, no sabía cuándo podría disfrutarla; mientras estuviera en el talego… Aún estaba demasiado aturdida para tener las cosas claras. Y sus hijos, pobrecicos, ¿qué sería de ellos, estando ella en esta situación?
– ¿Cómo te llamas?- oyó que le preguntaban desde la cama de abajo, sacándola de repente de sus pensamientos.
– Dolores, Lola para las amigas. Y…, ¿y tú?
– Encarnación, puedes llamarme Encarni, pero bueno, mejor patusamos mañana que estoy muy jodia y voy a echarme un sueño. Prepara la piltra de arriba y date prisa.
Hizo la cama en penumbras. De mala manera trepó hasta su litera y se tumbó bocarriba, piernas y brazos separados, como un espantapájaros abatido por un vendaval. Así permaneció largo rato. No podía conciliar el sueño. Pepe volvía a cruzarse en sus pensamientos. No encontró otra salía, era una desgrasiá y él, un mal hombre, se justificaba repasando lo ocurrido.
Cuando se casaron, ella de quince, el de dieciocho, la felicidad había rondado su hogar, aunque brevemente, el tiempo justo de quedarse preñada. Él no volvió a acercarse a ella durante los embarazos: ni una caricia, ni un mimo y de sexo, por supuesto, abstinencia total. Y así los cuatro embarazos, uno tras otro, sin tiempo para recuperarse, enclaustrada entre cuatro paredes y el Pepe, mientras tanto, realizando sus trapicheos y emborrachándose casi a diario con los demás hombres del poblado. Sin embargo, lo peor fueron sus regresos de madrugada después de las juergas. Insultos, gritos, bofetadas y al final la violación, sí, la violación en pleno hogar. Pues era una violación en toda regla, sin su consentimiento, forzándola a hostias y, cuando la erección no daba de sí por las cantidades de alcohol ingeridas, cualquier cosa servía. Los dedos guarros, el palo de la escoba o el garrote.
III
-Se lo merecía el mu canalla, se mereció que lo matara- soltó por lo bajini.
A medida que crecían, los churumbeles iban percatándose de la situación, pero nada podían hacer. El papa era el papa y eso, en el poblado, era cosa sagrada.
Los años pasaron, de mal en peor, hasta ese fatídico 23 de septiembre.
Era la una y media de la madrugada y un portazo la despertó.
-Dolores, ¿dónde coño está? Prepárame argo pá papear, que vengo con gusa. ¿Mas oído?
Ella se levantó, se enfundó la bata y fue hacia la cocina. Estaba agotada y sin ganas de discutir. Comenzó a batir los huevos para la tortilla mientras colocaba la pesada sartén al fuego. En ese instante entró el Pepe tambaleante.
-A ver, disme, ¿qué has hecho hoy mientras yo currelaba, eh?
-Déjame tranquila, que te estoy preparando la cena- respondió dándole la espalda.
-Zorra, maj que zorra, ¿a qué juiste a la tienda de la esquina a ver al Paco? Te voy a dar muley, so lumiasca.
No terminó de escupir la retahíla de insultos cuando, mano en alto, descargó un sonoro bofetón en la mejilla derecha de Dolores. El cuerpo de ella, de espaldas al del su agresor, tambaleó hacía la izquierda, golpeándose la cabeza con el canto del armario de los platos. Se rehizo con torpeza, al tiempo que agarraba la sartén y, girando en redondo, golpeaba de plano la cara de Pepe. .
IV
Sonó un crujido. Un chisguete de sangre salpicó la pared. Había dado de lleno en el blanco. Mientras él se desmoronaba, Dolores descargó con furia de tigresa una y otra vez la pesada sartén sobre la cabeza de su víctima. En el suelo de tierra, los movimientos del cuerpo se fueron relajando, mientras un charco bermellón iba filtrándose a través del terreno.
Poco a poco apareció el resto de la familia, rodeando al cuerpo inerte del que fuera “Él”. No se oyó un murmullo, sólo los pitidos del marcado de un teléfono y un suave susurro al otro lado de la línea: Policía, ¿dígame?
-Recuento- escuchó a los lejos en el pasillo, mientras a su vez golpeaban con un objeto metálico las puertas. Despertó. El sonsonete de una voz y el rasgueo se acercaba: tac, tac, tac…
-Recuento. A ver, la nueva, póngase en pie para que la vea- le increparon a través de la puerta, mientras un ojo taladraba la mirilla.
-Funcionaria, que la Dolores no conoce las reglas- se escuchó comentar por debajo de las mantas.
-Y tú, Encarni, que te vea, no vayas de Kie que te plantificó un parte y te jodo.
Encarni, sin prisas, dejó asomar un brazo. Los pasos siguieron su camino. Eran las ocho de la mañana. Para Dolores, la primera noche de su nueva vida.