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«El saber es la única propiedad que no puede perderse jamás»
Con motivo del IV centenario de la muerte de Cervantes, he querido hacer un sencillo y humilde homenaje al autor más universal de las letras españolas, mediante una breve reflexión sobre la identidad femenina en la obra más importante de este autor y que le ha hecho inmortal, “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”.
1. Las mujeres reales y fantásticas que compartieron aventuras con Don Quijote de la Mancha
En la sociedad en la que Don Quijote acomete sus múltiples aventuras y desventuras, allá por el Siglo XVI, el papel de la mujer no era otro que el estar sometida a los dictámenes del varón, su ámbito de autonomía femenino nunca excedía el del hogar y, si no sentía en su vida la vocación de hacerse moja, se convertía en esposa y protegida de su marido. A esta mujer no se le podía presuponer tacha o falta alguna, había de estar adornada de virtudes tales como la de ser parca en el hablar, discreta en el mirar, digna en el proceder, diligente en el actuar y, ante todo y sobre todo, sumisa y obediente.
Este tipo de mujer, lo encarna a la perfección el personaje de Camila, mujer de Anselmo, cuya historia se relata dentro del Quijote, como novela aparte, con el título “El curioso impertinente”. Esta mujer es sometida, sin que ella lo sepa, a una prueba de fidelidad por parte de su marido, quien desea saber si Camila sería capaz de superar las solicitudes amorosas, previamente acordadas, que le haría llegar su mejor amigo, Lotario. Camila es una mujer honesta, fiel y hacendosa y su marido lo sabe de sobra, pero ello no parece ser suficiente para él, quien, a pesar de conocer las virtudes de su esposa, la pone a prueba, que por cierto, esa prueba diabólica tiene un final trágico, que yo no quiero desvelar por si el lector de este artículo, no hubiere leído la historia y le pica el deseo de conocer su desenlace, que sepa que lo puede encontrar entre los capítulos XXXIII y XXXV de la primera parte del Quijote.
De las muchas mujeres que se cruzan en la vida de Don Quijote, pues lo primero que salta a la vista cuando seguimos a nuestro Hidalgo en su aventuras, son los numerosos personajes femeninos con los que se topa, tenemos que empezar haciendo referencia, en primer lugar, a su amada Dulcinea, dama imprescindible para cualquier caballero andante, que se precie. Con este propósito Don Quijote se inventó a Dulcinea del Toboso, una mujer ideal, aunque irónicamente basada en la labradora Aldonza Lorenzo, poco agraciada físicamente. Esta función instrumental de Dulcinea, la pone de manifiesto Don Quijote en esta frase «…… porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma» (Capítulo I de la primera 1ª parte). Don Quijote necesita tener una dama a quien encomendarse y convertirla en el motor impulsor de todas sus venturas y esa es Dulcinea del Toboso. Hasta tal punto que cuando la existencia de Dulcinea se cuestiona, don Quijote admite que no es importante averiguar si existe o no, lo cual delata que sólo le importa tenerla como imagen: «Dios sabe si hay Dulcinea o no en el mundo, o si es fantástica, o no es fantástica; y éstas no son de las cosas cuya averiguación se ha de llevar hasta el cabo. Ni yo engendré ni parí a mi señora, puesto que la contemplo como conviene que sea una dama que contenga en sí las partes que puedan hacerla famosa en todas las del mundo” (Capítulo XXXII de la 2ª parte).
Además de Dulcinea del Toboso en la vida de Don Quijote, están presentes otras mujeres, empezando por su ama y por su sobrina, servidoras, sumisas e incultas; Teresa Panza, la mujer de su escudero, mujer sencilla y analfabeta; a quien no se le puede negar el esfuerzo que hace para sacar adelante la casa y el cuidado de sus hijos, mientras su marido anda envuelto en las desventuras de Don Quijote. De las penurias económicas sufridas por la ausencia de Sancho Panza, dan buena muestra estas palabras de Teresa Panza a la vuelta de su marido a casa, tras la segunda salida de Don Quijote “mostradme esas cosas de más consideración y más momento, amigo mío, que las quiero ver, para que se me alegre este corazón, que tan triste y descontento ha estado en todos los siglos de vuestra ausencia” (Capítulo LII de la 1ª parte).
Teresa Panza es también una mujer muy realista y conservadora, como se pone de manifiesto en el capítulo V de la 2ª parte, con una visión del mundo muy consecuente con su realidad, alejada de las fantasías de su marido, como podemos apreciar en este discurso que hace a su marido: “Vivid vos, y llévese el diablo cuantos gobiernos hay en el mundo; sin gobierno salistes del vientre de vuestra madre, sin gobierno habéis vivido hasta ahora y sin gobierno os iréis, o os llevarán, a la sepultura cuando Dios fuere servido. […] casadla (se refiere a Mari Sancha, la hija de ambos) con su igual, que es lo más acertado; que si de los zuecos la sacáis a chapines, y de saya parda de catorceno a verdugado y saboyanas de seda, y de una “Marica” y un “tú” a una “doña tal” y “señoría”, no se ha de hallar la mochacha, y a cada paso ha de caer en mil faltas, descubriendo la hilaza de su tela basta y grosera”. Como podemos comprobar, está claro que Teresa Panza se conforma con lo que es y con lo que tiene, sin pretender abarcar aquello que no le corresponde (Capítulo V de la 2ª parte).
Son otras muchas las mujeres que aparecen en la vida de nuestro Caballero andante, como es el caso de reina Ginebra con su dama Quintañona; la recia Maritornes, mujer desinhibida sexualmente, ruda, inculta que trabaja en la venta de Palomeque, que es descrita con unos rasgos, realmente, poco atractivos: ancha de cara, llana de cogote, de nariz roma, de un ojo tuerta y del otro no muy sana y de espaldas cargadas, pero adornada de otras virtudes como la de ser cumplidora de la palabra dada porque presumía muy de hidalga, la de ser puntual a sus citas, aunque se hubiese concertado para cosas tan deshonestas como yacer con un arriero y la de ser compasiva cuando a iniciativa propia da al manteado de Sancho Panza agua y no duda en cambiarla por vino a petición del mismo Escudero; la épica Marcela, feminista en su discurso, autónoma, libre, e independiente de los hombres; la bella Dorotea culta, aventurera y dueña de su vida; la Duquesa, mujer noble, culta, aburrida de la vida ordinaria, cruel en sus bromas y juegos; Zoraida, la mora hija de Aji Morato, que huye de su casa y ayuda a un grupo de cristianos a escaparse de Argel y expresa su deseo de casarse con uno de ellos (un personaje forjado como trasunto del propio Cervantes); Luscinda la enamorada de Cardenio, que es obligada por sus padres a casarse con don Fernando; tras el enlace, se desmaya y los asistentes al acto comprueban que lleva en su pecho una carta en la que aparece escrito que sólo puede ser de Cardenio, reafirmado su amor por él y, al mismo tiempo, la obligación que tenía de obedecer a sus padres; Clara de Viedma, la hija del oidor, enamorada de don Luis, que renuncia a casarse sin el consentimiento de su padre; Casildea de Vandalia, la imaginaria dama del Caballero de los Espejos; la hermosa Quiteria, prometida del rico Camacho; Altisidora que por burla fingía estar enamorada de don Quijote; la Dueña Rodríguez; Melisendra esposa de don Gaiferos, a quien tenía cautiva el rey Moro Marsilio, que por su marido es rescatada, lo que motiva la persecución por parte de los moros.
Llegado este lance, don Quijote destruye el teatro y los muñecos, con el fin, según él, de salvar a los fugitivos, acto que es presenciado y soportado con gran asombro y desesperación por parte de Maese Pedro, que era uno de los galeotes liberado por Don Quijote, de nombre de Ginés de Pasamonte, que ahora se dedica como titiritero y representa con un teatrillo de marionetas la liberación de Melisendra; Doña Guiomar de Quiñones mujer del regente de la vicaría de Nápoles; la reina doña Maguncia del famoso reino de Candaya y su hija la infanta Antonomasia: Belerna la dama del caballero Durandarte y las hijas de Ruidera; Leandra hermosa hija de un rico labrador; doña Cristina mujer del Hidalgo Diego de Miranda, caballero del verde gabán; doña Dolorida, alias de la Condesa Trifaldi; Leonora la hija del rico Balbastro; la princesa Micomicona; Sanchica la hija de Teresa y Sancho Panza; la intrépida Claudia Jerónima, que no duda en matar a su prometido cuando se entera que se ha desposado con otra mujer; Leandra la mujer de Palomeque el ventero, mujer caritativa, donde las haya, que se duele de las calamidades de sus prójimos, razón ésta que le movió a acudir a curar a Don Quijote cuando llegó a su venta molido a palos, tras la aventura de los yangüeses.
Ella y su hija emplastan al golpeado hidalgo y lo atienden en todo momento; las dos damas-prostitutas, la Tolosa y la Molinera, son las primeras mujeres con las que contacta don Quijote tras su primera salida y que asisten a la ceremonia en la venta en que es armado caballero nuestro Hidalgo. Estas damas son descritas como poco agraciadas físicamente, quizás esta descripción nos traslade la idea, no tanto de que las prostitutas no puedan ser hermosas; como lo que realmente les afea sea la ocupación que tienen, indisolublemente unida al honor y la honestidad, que por ser la que es, impide que la belleza aflore. Sin embargo, esta idea tan negativa hacia las prostitutas luego se transforma en positiva cuando son ellas las que dan de comer y beber a nuestro valeroso Hidalgo, le ayudan a desvestirse y le ciñen la espada y la espuela en el ritual burlesco con el que Don Quijote es armado caballero, a quien, por cierto, en su locura le parecieron dos hermosas doncellas o dos graciosas damas solazándose en la puerta de lo que para nuestro Hidalgo era un castillo, hasta tal punto que cuando Don Quijote les pregunta su nombre y le contestan humildemente que se llaman Tolosa y Molinera, Don Quijote les replicó que le hiciesen merced que de allí en adelante se pusiesen don y se llamasen “doña Tolosa” y “doña Molinera».
2. Los valores que identifican la condición femenina en El Quijote
Hay dos personajes femeninos en el Quijote como son los de Dorotea y Marcela, dos claros ejemplos de los valores que identifican la condición femenina: la libertad, la independencia y la dignidad. Como sabrá el lector, el anhelo de libertad fue el acicate de las más arriesgadas empresas en las que se embarcó Don Quijote en sus muchas aventuras, la mayoría de las cuales no terminaron bien para su integridad física y la de su fiel escudero. Este ansia de libertad, le lleva a Don Quijote a pronunciar estas certeras palabras en una de las conversaciones que mantiene con su escudero “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres” (Capítulo LVIII de la 2ª parte).
Dorotea, el mejor ejemplo de mujer valiente. Ella es una mujer que accede a los deseos libidinosos de don Fernando convencida de los nobles propósitos que él le hace ver, pero luego descubrirá que todo es mentira y acongojada por su deshonra, saldrá dispuesta a buscar a su burlador para que repare lo que ha hecho cumpliendo su promesa de matrimonio. Sale de su casa y, en un símbolo de la perdición total, se enfrenta a un mundo en el que está totalmente desprotegida, hasta el punto de necesitar disfrazarse de hombre para poder evitar los peligros que acechan a una mujer sola en un mundo dominado por los hombres. Dorotea es una mujer valiente, que deja su familia, sus bienes y sus comodidades para vivir sola en el bosque y evitar así la pena de sus padres.
Dorotea lucha por recuperar el respeto de la sociedad, el respeto de sus padres y su honor personal. Ella quiere que la persona que le quitó su honra, sea quien se la devuelva y, con este objetivo, Dorotea haciendo gala de valentía y dignidad, a pesar de su condición de labradora, hará frente a todo un caballero poderoso como es don Fernando, su burlador, con estas palabras: “Yo soy aquella labradora humilde a quien tú, por tu bondad o por tu gusto, quisiste levantar a la alteza de poder llamarse tuya; soy la que, encerrada en los límites de la honestidad, vivió vida contenta hasta que a las voces de tus importunidades y, al parecer, justos y amorosos sentimientos abrió las puertas de su recato y te entregó las llaves de su libertad, dádiva de ti tan mal agradecida cual lo muestra bien claro haber sido forzoso hallarme en el lugar donde me hallas y verte yo a ti de la manera que te veo. Pero, con todo esto, no querría que cayese en tu imaginación pensar que he venido aquí con pasos de mi deshonra, habiéndome traído solo los del dolor y sentimiento de verme de ti olvidada. Tú quisiste que yo fuese tuya, y quisístelo de manera que aunque ahora quieras que no lo sea no será posible que tú dejes de ser mío. […] Tú no puedes ser de la hermosa Luscinda, porque eres mío, ni ella puede ser tuya, porque es de Cardenio; y más fácil te será, si en ello miras, reducir tu voluntad a querer a quien te adora, que no encaminar la que te aborrece a que bien te quiera. Tú solicitaste mi descuido, tú rogaste a mi entereza, tú no ignoraste mi calidad, tú sabes bien de la manera que me entregué a toda tu voluntad: no te queda lugar ni acogida de llamarte a engaño; y si esto es así, como lo es, y tú eres tan cristiano como caballero, ¿por qué por tantos rodeos dilatas de hacerme venturosa en los fines, como me hiciste en los principios?” (Capítulo XXXVI de la 1ª parte). Después de este discurso, el abrumado caballero, sólo podrá declarar: “Venciste, hermosa Dorotea, venciste; porque no es posible tener ánimo para negar tantas verdades juntas”. Dorotea consigue así que don Fernando repare su deshora haciéndola su esposa.
Marcela, un buen ejemplo de mujer libre e independiente. El pastor Grisóstomo se suicida porque Marcela no atiende a sus razones amorosas. Ella es acusada y despreciada por ser la causante de esta muerte. En el entierro del pastor, Marcela se muestra a todos los presentes y Ambrosio, un amigo del difunto, se dirige a ella en estos términos tan duros: “¿Vienes a ver, por ventura, ¡oh fiero basilisco destas montañas!, si con tu presencia vierten sangre las heridas deste miserable a quien tu crueldad quitó la vida? ¿O vienes a ufanarte en las crueles hazañas de tu condición, o a ver desde esa altura, como otro despiadado Nero, el incendio de su abrasada Roma, o a pisar, arrogante, este desdichado cadáver, como la ingrata hija al de su padre Tarquino? Dinos presto a lo que vienes, o qué es aquello de que más gustas; que, por saber yo que los pensamientos de Grisóstomo jamás dejaron de obedecerte en vida, haré que, aun él muerto, te obedezcan los de todos aquellos que se llamaron sus amigos”.
La respuesta de la pastora Marcela es un verdadero canto revolucionario a la libertad de la mujer, su derecho a elegir y de su derecho a que las dejen en paz, pero además es bien razonable pues utiliza argumentos inapelables cuando se expresa de la siguiente mantera: “Yo conozco –dice- que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama.” Se permite ridiculizar razonamientos masculinos que se presentan como naturales: ¿y si quien ama lo hermoso es feo, será entonces esta desigual lógica la suya: “quiérote por hermosa: hasme de amar aunque sea feo”? Se permite incluso imaginar lo que ocurriría si los seres hermosos, con ser muchos, hubieran de corresponder a la muchedumbre de deseos que suscitan. Su lógica es implacable.
Además, Marcela exhibe el poder de la libertad individual, cuando dice “Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la libertad de los campos”. Que nadie se queje del daño causado por una hermosura que ella no eligió y que, en uso de su libertad, ha puesto lejos de quienes la desean: “Fuego soy apartado y espada puesta lejos”. Que nadie se queje si no se siente obligada a amar por voluntad propia: “El pensar que tengo de amar por elección es escusado”. Por último, Marcela se manifiesta totalmente independiente cuando se expresa en estos términos “el que me llama fiera basilisco déjeme como cosa perjudicial y mala; el que me llama ingrata no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida ni los buscará, servirá, conocerá ni seguirá en ninguna manera […] Yo, como sabéis, tengo riquezas propias, y no codicio las ajenas; tengo libre condición, y no gusto de sujetarme […] Tienen mis deseos por término estas montañas”. La conclusión de este discurso cae por su propio peso, cual es que a Grisóstomo “antes lo mató su porfía que mi crueldad”. Marcela prefiere estar sola, sin hombres, para poder vivir libre en las montañas en vez de jugar el papel tradicional de la mujer que tiene que casarse cuando un hombre la desea. Ella no quiere ser la mujer que tiene que seguir las exigencias de un hombre, quiere vivir su propia vida y no ser controlada por otra persona. Con sus propias palabras Marcela lo dice expresamente: “Yo nací libre, y para vivir libre escogí la soledad de los campos» (Capítulo XIV de la 1ª Parte).
El plantel de las mujeres en el Quijote es tan amplio como variado, las hay que son reinas, princesas y duquesas, otras sin embargo simples pastoras y/o labradoras, las hay que son ricas y otras que son pobres, unas que son cultas y otras analfabetas, unas que son doncellas y otras prostitutas, unas son hoscas y otras compasivas, las hay que son serias y otras divertidas, graciosas, socarronas y hasta irónicas, las hay que son dóciles y apasionadas y otras inquietas y temperamentales, las hay fuertes y otras que son vulnerables etc., pero todas ellas están dotadas, en su condición femenina, del brillo y el esplendor que se merecen en igualdad con los hombres, tienen personalidad, son libres e independientes, valores que la sociedad de aquellos tiempos -siglo XVI- les negaba y que Don Quijote les reconoce, como si fueran mujeres del siglo XXI, por lo que podemos afirmar que las mujeres de Don Quijote vivieron en el siglo XVI, como si lo hubieran hecho en el siglo actual. Desgraciadamente, hoy día, en muchos países, las mujeres que son de este siglo XXI, viven conforme lo hacían en el siglo XVI, echando de menos que un caballero andante como Don Quijote luche por la dignificación de su condición femenina y pelee por sus derechos, desafiando las limitaciones que estas mujeres encuentran en su sociedad.
Javier Nistal Burón, es licenciado en Derecho y diplomado en Criminología. Pertenece al cuerpo funcionarial de juristas de Instituciones Penitenciarias. Ha publicado más de un centenar de artículos doctrinales en distintas Revistas especializadas; asimismo, es coautor de varias publicaciones y autor de algunos libros sobre la temática penitenciaria.