Resumen
Hoy, domingo 30 de noviembre de 2014, he almorzado con la noticia de que una pelea entre “grupos de radicales” ¿aficionados? al fútbol (“hinchas” del Atlético de Madrid y del Deportivo de la Coruña) ha ocasionado unas cuantas detenciones, unos cuantos heridos de diversa consideración y, posteriormente, un fallecido. El Huffington Post (el medio que he leído en ese momento), titulaba su entrada así: “Vergüenza, Rabia, Asco” .
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Independientemente de las opiniones vertidas, de todo tipo y condición, me han llamado la atención dos cosas. A saber:
La Vanguardia: <<Simeone: “Esto es un problema social, no del fútbol”>>
Marca: <<Cerezo: “Esto no tiene nada que ver con el Atlético ni con el Depor”>>
Permítanme, si les parece, realizar un pequeño análisis criminológico, con el objetivo de, por una parte, contradecir a Simeone y Cerezo y, por otra, mostrarles por qué es necesaria nuestra ciencia en un ámbito como el futbolístico (y no, precisamente, como cabría esperar).
Nótese que el título de este texto pretende evocarles al Profesor Marcus Felson: hay que pensar en pequeño para poder comprender por qué sucede lo que sucede. Las grandes y enrevesadas explicaciones no nos son útiles para avanzar en la comprensión y la prevención de estos hechos.
Intentemos, pues, comprender noticias lamentables como la de hoy.
En primer lugar, como Schaap, Postma, Jansenn y Tolsma (2014) han indicado, es difícil comparar el “hooliganismo” entre países, dada la variedad de “líneas de justificación” (Dunning, 2000)[1] que el fenómeno adquiere en cada región.
En lo que podemos estar de acuerdo, y contradiciendo al Sr. Cerezo, es que, como señalan Schaap et al. (2014), o Spaaij (2007), este fenómeno está estrechamente vinculado al fútbol y, por tanto, a los clubes. Dicen Schaap et al. (2014: 2) que “la violencia en el fútbol en general se considera un paraguas bajo el que englobar todo tipo de delitos y desórdenes asociados con los partidos de fútbol, incluyendo asaltos físicos y el vandalismo, pero a menudo también verbales expresiones (insultantes o racistas)”. Por tanto, Sr. Cerezo, algo sí tiene que ver con su equipo, con el Deportivo de la Coruña y con el resto de equipos de fútbol, ya sean los denominados “grandes o pequeños”.
En segundo lugar, con respecto a la opinión del Sr. Simeone, en tanto el fútbol forma parte de la sociedad, también es un problema del fútbol. Y sí, claro, la violencia es un problema social, por supuesto. Por tanto, la violencia y la delincuencia asociadas al fútbol y a las bandas organizadas que operan asociadas a él, son también un problema “del fútbol”.
Sintéticamente, como Bremmes y Femerda (2011) han señalado, la delincuencia violenta asociada al fútbol tiene como génesis frecuentemente las organizaciones “ultras” que defienden posiciones políticas, identidades nacionalistas o socio-económicas, que se organizan en “grupos de fans” de equipos de fútbol. Schaap et al. (2014: 2) además definen este violencia como “comportamientos de personas, solas u organizadas en grupos, relacionados con partidos de fútbol profesional, consistentes en disturbios, problemas de orden público, de seguridad y/o actos delictivos”. Por tanto, es un problema social; y, del fútbol, también. Qué duda cabe.
Más allá de que utilicemos el concepto de “bandas” por motivos históricos (Davies, 1998), cabe reseñar que es relevante hacer mención a este concepto por dos razones: en primer lugar, la organización de las actividades (de hecho, según las noticias, en estos hechos que nos ocupan se han citado varios grupos radicales vía un servicio de mensajería móvil); en segundo lugar, por el hecho de cómo operan los comportamientos de unos y otros dentro de los enfrentamientos.
En este sentido, Stott (2014) ha señalado que en los procesos de generación de altercados asociados a estos grupos la identidad colectiva genera escaladas en la violencia que se produce durante dichos conflictos. Ésta es una aproximación válida para poder entender cómo estos altercados producen en ocasiones resultados tan graves como el fallecimiento de un implicado, como en este caso.
Por otra parte, la identidad grupal tiene que ver con factores de riesgo que la literatura criminológica ha asociado con la delincuencia. Para ello, utilizaremos sucintamente el modelo de Triple Riesgo Delictivo (Redondo, 2008) para identificar algunos de dichos factores y enlazarlos con la última parte de este texto.
En primer lugar, en cuanto a los factores personales relevantes para explicar hechos violentos como el que nos ocupa, señalaremos: ser varón, niveles hormonales y tendencia al riesgo (Redondo, 2008: 30). En segundo lugar, en relación a factores de apoyo prosocial (carencia de los mismos, a nuestros efectos), utilizaremos los siguientes: amigos delincuentes, desvinculación con contextos familiares y cultura pro-delictiva (Redondo, 2008: 32). Por último, en relación a factores de oportunidad, reseñaremos éstos: insulto/provocación, espacios públicos y anónimos y personas aisladas (Redondo, 2008: 36).
¿Cómo articulamos estos mecanismos propuestos para comprender cómo tienen lugar estos lamentables hechos?
La investigación empírica en criminología muestra que la búsqueda de sensaciones (tendencia al riesgo) se asocia de manera robusta con la delincuencia (Lipsey y Derzon, 1997), especialmente en varones. También se ha venido a asociar altos niveles de testosterona con la agresión (Tremblay, 1998) entre varones. Estrechamente relacionado con estos factores, la cultura pro-delictiva que aparece presente en estos casos suele adquirirse mediante los amigos antisociales (Farrington, Loeber y Ttofi, 2012) que en los casos de la violencia entre grupos de “aficionados radicales” suele sustituir a otros grupos de amigos (Messner y Zimmerman, 2012). Curiosamente, recientes estudios señalan que las conductas de altruismo intra-grupales se asocian con altos niveles de testosterona, lo cual podría amplificar la intensidad de las conductas violentas en enfrentamientos inter-grupales. En este sentido, Diekhof, Wittmer y Reimers (2014) ponen en duda que la testosterona promueva las respuestas agresivas desde la perspectiva intra-grupal; sin embargo, las autoras señalan que sí tendría importantes implicaciones en la preparación cognitivo-social (para la agresión) de los hombres.
Scheele, Striepens, Kendrick, et al. (2014) apuntan en su estudio sobre los efectos opuestos de la oxitocina en los juicios morales en hombres y mujeres (primando los efectos de ésta, aparentemente, sobre la progesterona para explicar las diferencias en los comportamientos de agresión, altruismo y cuidado de la prole) que dichos niveles se asocian con la intensidad de las conductas agresivas. También en este sentido, una tesis doctoral de Jones (2014) defendida en Texas State University-San Marcos, va en la misma dirección. Especialmente interesante resulta la medida compuesta por el apoyo social y las conductas solidarias, en la que se testó la influencia de la oxitocina, la vasopresina, la testosterona y el estradiol, con resultados un tanto ambiguos, aunque primando el papel de la oxitocina en las conductas de agresión.
Aunque está bastante asentado el conocimiento acerca de la testosterona y la agresión, parece que la función del contexto y de la capacidad cognitiva de los individuos puede modular las respuestas mediadas por la testosterona, llegando a favorecer incluso los comportamientos altruistas antes que los antisociales, lo cual tiene importantes implicaciones a nivel contextual.
En este sentido, cobra especial relevancia la afectación de las hormonas que citábamos anteriormente sobre los procesos morales, ítem crítico para la aparición de conductas delictivas desde un punto de vista situacional, como señalan Wikström, Oberwittler, Treiber y Hardie (2012). A mayor abundamiento, nos centramos desde este punto de vista sobre algunas consideraciones efectuadas por Wortley (2008) sobre los insultos y/o provocaciones, presentes en estos hechos, como no puede ser de otra manera, las expectativas (en este caso, generadas a través de las conversaciones por mensajería electrónica) y el anonimato brindado por el grupo.
Con relación a las expectativas del uso de la violencia, el uso de la provocación previa operaría en doble sentido: por una parte, minimizando las consecuencias de los actos (violentos) propios (Wortley, 2008). Del mismo modo, se difumina la responsabilidad percibida al justificarse la conducta culpando a factores externos (Sykes y Matza, 1957). Por otra parte, se minimizan las consecuencias que sufren las víctimas, dado que en este tipo de enfrentamientos se suele considerar que el bando opuesto merece las consecuencias (Priks, 2010; Wortley, 2008).
El hilo conductor de estos factores de riesgo se hallaría estrechamente vinculado al carácter organizado de estos grupos (Stott, 2014): como Wortley (2008) señala, los procesos de obediencia tienen lugar cuando los sujetos perciben las órdenes (en este caso, de enfrentarse a otros grupos) como legítimas, y refuerzan así su sentimiento de pertenencia al grupo (Dunning, 2000). A esto se sumaría el hecho de que, como señalan (Adang, 2002; Stott, Adang, Livingstone y Schreiber, 2008; Spaaij y Anderson, 2010), el anonimato mediado por la interacción social negativa detona los procesos violentos y/o produce escaladas en la intensidad de los conflictos.
En síntesis, estos factores de riesgo y estas características situacionales (por supuesto, sin obviar otros procesos y factores presentes) pueden dar cuenta de por qué una persona de más de cuarenta años haya muerto en un enfrentamiento entre más de 200 personas pertenecientes a distintos grupos ultras antes de un partido de fútbol, sin pensar en un niño pequeño (recuperando el título de este texto) que, según parece, queda huérfano.
La utilidad de la Criminología para comprender y prevenir este fenómeno trasciende la mera aplicación de técnicas de control y gestión en el espacio público. Es importante comprender que la mera punición (sustanciada en el necesario castigo a los responsables, como no puede ser de otro modo) no es útil para prevenir futuros hechos similares.
Trasladando la pelota al campo de los clubes de fútbol, por una parte se hace necesaria la intervención en las escuelas de fútbol repartidas a lo largo y ancho de nuestra geografía. Hay que intervenir con los jugadores y jugadoras, qué duda cabe, pero especialmente con los asistentes a los partidos de fútbol en categorías inferiores, en los cuales se oyen auténticas barbaridades y se producen frecuentes acciones violentas (especialmente, verbales, entre los asistentes, que suelen ser los padres de los chicos y chicas que practican el deporte). ¿Por qué no una figura auspiciada por los clubes y Ayuntamientos sustanciada en un agente cívico deportivo, que intervenga y medie en los conflictos verbales y riñas de los y las asistentes a los partidos en estas categorías? ¿Por qué no utilizar a los/as criminólogos/as a tales efectos?
Y, en el caso de los clubes profesionales: ¿por qué no incorporar entre sus empleados profesionales destinados a intervenir en estos casos? Porque, no olvidemos, si son aficionados a dichos clubes, éstos son también responsables del mantenimiento de estas estructuras vinculadas a ellos. Y no estoy pensando, precisamente, en expulsión de esas personas como socios: antes bien, estaría pensando en medidas alternativas, como el abandono de esas estructuras a cambio de una segunda oportunidad, vinculada a la ejecución de tareas y actividades prosociales dentro del mismo club. Una especie de “probation” para socios, por decirlo de algún modo. Tómese esto sencillamente como una idea rápida y surgida fruto de la pasión con la que se está escribiendo este texto. Sin embargo, podría profundizarse en ella, si se desea, por lo que animo a quien le parezca interesante a desarrollarla, por qué no.
No deseo acabar este texto sin condenar de forma expresa todos los tipos de violencia que se desarrollan en el seno de un deporte, en este caso, el fútbol, que debería trasmitir valores prosociales y formar a los chicos y chicas aficionados a su práctica en base a dichos valores.
No olvidemos que la prevención es un juego de todos. La prevención también es “fair play”.
Referencias
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Boksem, M. A. S., Mehta, P. H., Van der Bergh, B., van Son, V., Trautmann, S. T., Roelofs, K., Smidts, A. y Sanfey, A. G. (2013). Testosterone Inhibits Trust but Promotes Reciprocity. Psychological Science, 24 (11), 2306-2314.
Bremmers, B. y Ferwerda, H. (2011). Ultras. Sfeermakers of Vechtjassen? Arnhem: Bureau Beke.
Davies, A. (1998). Youth Gangs, Masculinity and Violence in Late Victorian Manchester and Salford. Journal of Social History, 32 (2), 349-369.
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[1] Traducción adaptada a cargo del autor. Dunning (2000) lo llama “fault lines”, lo que vendría a ser traducido como “líneas de falla”, literalmente, lo cual se considera que no es fiel al concepto que dicho autor maneja.
Bibliografía
Profesor e investigador asociado del Centro Crímina para el estudio y la prevención de la delincuencia de la Universidad Miguel Hernández. Convencido absolutamente de que la evidencia criminológica es el camino para mejorar los problemas relacionados con la delincuencia y la seguridad y de que los/as criminólogos/as son, cada día, más necesarios.