Resumen
Durante la última década el mundo ha presenciado alteraciones importantes en la distribución del poder. La Unión Soviética se derrumbó y el poder ruso continúa declinando. La influencia de China, por otra parte, ha crecido rápidamente y es posible que siga aumentando. No obstante, y a pesar de estos acontecimientos espectaculares, la realidad fundamental del equilibrio mundial del poder es la misma que existía en 1990, Estados Unidos sigue siendo la única superpotencia con recursos a nivel mundial en todas las dimensiones del poder: militar, económica y política. Cuando el mundo se apresta a comenzar un nuevo siglo, ha quedado demostrada la equivocación de quienes, hace sólo una década, vaticinaban una inevitable decadencia estadounidense.
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Esto no quiere decir que el equilibrio bipolar de la Guerra Fría haya sido reemplazado por un mundo unipolar. Hay muchos objetivos importantes de seguridad, economía y política que Estados Unidos no puede lograr por sí mismo. Tampoco sería exacto calificar al mundo de multipolar mientras a todos los estados, salvo Estados Unidos, les falte uno o más recursos claves de poder. Por el contrario, la distribución del poder tiene hoy día una configuración compleja, es algo así como un tablero de ajedrez tridimensional. En el tablero superior el poder militar es mayormente unipolar, en éste Estados Unidos es el único país que cuenta tanto con armas nucleares intercontinentales como con fuerzas aéreas, navales y terrestres grandes y modernas que pueden ser desplegadas a todas partes del mundo. En el tablero del medio, el poder económico es tripolar, aquí Estados Unidos, Europa y Japón representan cerca de dos tercios del producto mundial. El crecimiento de China hará el poder económico cuadripolar, poco después de la llegada del próximo siglo. En el tablero del fondo están las relaciones transnacionales que cruzan las fronteras fuera del control de los gobiernos; sus protagonistas son de tal variedad que comprenden desde banqueros hasta terroristas. En este caso el poder está ampliamente dispersado.
De importancia análoga a la de las alteraciones en la distribución del poder son los tres cambios que han ocurrido en la naturaleza del poder y los procesos mediante los cuales éste puede ejercerse. Primero, los instrumentos económicos de poder internacional han venido creciendo en importancia durante varias décadas. Sin embargo, esto no debe exagerarse, como lo han hecho algunos al sugerir que el poder económico ha reemplazado al poder militar como herramienta principal en la escena política mundial. Los instrumentos económicos todavía no pueden compararse con la fuerza militar en cuanto a su efecto coercitivo y disuasivo. Las sanciones económicas por sí solas no fueron suficientes para persuadir a Iraq de que se retirara de Kuwait. Lo que es más, una sola crisis regional de seguridad puede causar la caída de los mercados de valores y extinguir la inversión. En cambio la seguridad económica y política está íntimamente ligada, como pudo verse en la reciente crisis financiera asiática.
Segundo, las armas modernas han cambiado la función del poder militar. Existen dos tendencias contradictorias. Por una parte la adquisición de armas nucleares por las grandes potencias ha hecho que por espacio de varias décadas parezca de un costo inimaginable la posibilidad de un conflicto directo entre ellas. Por consiguiente, tales armas han llegado a un estado de agarrotamiento, y sólo son útiles para disuadir a otros. Por la otra, los cambios en la tecnología de la información (computadoras, telesensores y satélites) han dado origen a una nueva generación de armas inteligentes que permiten gran precisión y un mínimo de víctimas civiles y daños. Estas tendencias hacen el poder militar menos costoso y más utilizable.
El tercer cambio, y quizá el mayor en cuanto a la naturaleza del poder, es la importancia creciente de la fuerza suave, la que se debe en gran parte a la revolución de la información que está transformando al mundo. La fuerza suave es la habilidad de lograr los resultados deseados en asuntos internacionales mediante la atracción, y no la coerción. La fuerza dura incluye el uso coercitivo del poder militar y las sanciones económicas y busca lograr que otros hagan lo que uno quiere. La fuerza suave tiene por objeto hacer que otros quieran lo que uno quiere. Dicha fuerza suave puede basarse en el atractivo de las ideas de uno o en la capacidad de crear circunstancias para moldear las preferencias de otros. Estados Unidos sigue siendo líder mundial en recursos de fuerza suave, como lo demuestra el movimiento hacia la democracia y el mercado libre en más de 30 países durante la última década.
Con todo, la paradoja de la seguridad y la política estadounidenses en el siglo XXI sigue siendo el hecho de que aunque es el estado más poderoso, Estados Unidos no puede lograr todos sus objetivos internacionales actuando solo. El país no cuenta con los prerrequisitos internacionales o nacionales para solucionar todos los conflictos. En todos los casos el papel que desempeñe debe guardar proporción con los intereses estadounidenses en juego y con el costo de satisfacerlos. De tal manera que Estados Unidos debe continuar facilitando y movilizando coaliciones internacionales para hacer frente a amenazas de seguridad compartidas. La Guerra del Golfo y las fuerzas de mantenimiento en Bosnia son casos pertinentes.
La conclusión de la Guerra Fría redujo pero no eliminó la posibilidad de guerras mundiales entre las grandes potencias. Las guerras regionales y locales son más probables que los conflictos mundiales. Sin embargo, la seguridad entre los estados es mayor porque ha disminuido la importancia para las grandes potencias de los recursos inherentes al territorio. Anteriormente, los estados importantes se veían tentados a adquirir territorio por sus materias primas, potencial agrícola, fábricas industriales o importancia estratégica, bien fuera como plataforma para ataques militares o como amortiguador contra los ataques de otros. Esos motivos para la adquisición forzada de territorio tienen mucha menos fuerza hoy. La producción económica moderna depende tanto del capital humano y los servicios como del territorio. Quizá más importante es que los conflictos de las grandes potencias son ahora menos probables debido a que éstas son democracias o aspiran a serlo, y la historia ha demostrado que es menos probable que las democracias liberales luchen entre sí. Por esta razón el avance del proceso democrático en Rusia y del pluralismo y los derechos humanos en China son tanto objetivos de seguridad como finalidades morales de la política norteamericana.
En cuanto a conflictos regionales y locales, el poder estadounidense puede ser un factor importante para limitar la frecuencia y efectos destructivos de los conflictos. En algunos casos, incluso es posible reducir el nivel del conflicto en disputas civiles e internas. Aunque Estados Unidos no puede ser un policía mundial solitario (el pueblo estadounidense no quiere tener esa función), puede servir, a veces, de "jefe del pelotón de policía", que dirige coaliciones cambiantes de amigos y aliados que tienen como objeto solucionar inquietudes compartidas de seguridad. Ello requiere atención sostenida a las instituciones y alianzas, las cuales agregan su influencia al poder estadounidense. También exige la inversión en fuerzas militares y atención a su despliegue mundial.
El presupuesto militar de Estados Unidos se ha reducido en 40 por ciento y el personal de las fuerzas armadas en un tercio, comparado con lo que existía en momentos de mayor intensidad de la Guerra Fría. No obstante, todavía destacamos 100.000 tropas en Europa, otras 100.000 en Asia y 20.000 en el Golfo Pérsico y sus alrededores. Esta capacidad, combinada con la colocación anticipada de equipos y las maniobras conjuntas con aliados y países amigos, ayuda a darle forma al ámbito político en esas regiones críticas y es, por tanto, una forma de defensa preventiva. Los principales países en esas regiones ven con agrado estas fuerzas. La OTAN no ha perdido su popularidad en Europa y actualmente adapta su misión a las circunstancias del mundo posterior a la Guerra Fría. En Asia muchos líderes temen que el retiro de Estados Unidos llevaría a una carrera de armas en la región y a la pérdida de la estabilidad política que cementó las bases para el extraordinario crecimiento económico que ha tenido lugar allí. Cuando el Departamento de Defensa emitió su Informe de la Estrategia de Asia Oriental, en 1995, en el que prometía mantener sus alianzas y despliegues de base avanzada, el informe fue recibido con amplia acogida.
Una grave amenaza de seguridad en el mundo posterior a la Guerra Fría es la propagación de las armas de destrucción masiva. Hasta ahora el historial de la no proliferación nuclear es impresionante. En 1963, el presidente John F. Kennedy predijo que para esta época habría docenas de estados con armas nucleares. Ciertamente hay ese número de estados con la capacidad para construir tales armas, pero la mayoría ha decidido renunciar a la bomba. Existen los cinco estados con armas nucleares mencionados en el Tratado de no Proliferación (TNP), de 1970, (Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña, Francia y China); India y Pakistán, que hace poco realizaron ensayos nucleares y, supuestamente, Israel. Sudáfrica, que había construido una media docena de bombas en la década de 1980, posteriormente renunció a ellas. Y estados al margen de la ley internacional como Iraq y Corea del Norte han visto sus programas suspendidos. La prórroga permanente del TNP en 1995 fue una indicación alentadora de que el régimen de no proliferación se afianza.
La amenaza más grande en la esfera nuclear actualmente es el problema de los llamados armas nucleares sin control, o sea el peligro de que bombas o elementos nucleares puedan escapar el control de los estados que integraban la Unión Soviética y llegar al mercado negro. La ayuda de Estados Unidos a Rusia en esta materia, mediante el Programa de Cooperación para Reducir Amenazas, del Departamento de Defensa, es una política de seguridad nueva y diferente para un mundo nuevo. La política de no proliferación, en todo su alcance, incluso la propagación de armas químicas y biológicas y de sus medios de transporte, continúa siendo básica para nuestra política de seguridad.
Finalmente, hay una nueva dimensión del problema de seguridad que no puede solucionarse por medios militares clásicos, la amenaza de terroristas que utilizan armas de destrucción masiva. Por espacio de 40 años los estadounidenses vivieron con el temor de un ataque nuclear soviético. El fin de la Guerra Fría redujo la posibilidad de un holocausto nuclear pero, irónicamente, la posibilidad de una explosión nuclear dentro de Estados Unidos probablemente ha aumentado. Y la amenaza no es exclusivamente nuclear, el acceso de los terroristas a armas biológicas y químicas, tales como ántrax, ricina y sarin es más fácil que el acceso a materiales nucleares.
En años recientes ha surgido un nuevo tipo de terrorista, menos interesado en promover una causa política y más dedicado a erradicar lo que considera un mal. Sus móviles son a menudo una forma distorsionada de religión y considera las armas de destrucción masiva un medio apropiado para sus fines. Actualmente hay una mayor disponibilidad de estas armas. El surgimiento de las mafias en los estados soviéticos ha traído consigo un aumento en el contrabando de materiales nucleares (hasta ahora, afortunadamente, en pequeñas cantidades). Estudiantes graduados o técnicos de laboratorio pueden producir agentes químicos y biológicos. En Internet se encuentran fórmulas generales. En 1995 una secta japonesa empleó el agente neurotóxico sarin en un tren subterráneo de Tokio, que causó 12 muertes. También experimentó con agentes biológicos. Recientemente el presidente Clinton firmó una orden presidencial por la cual se asigna prioridad máxima en la política de seguridad estadounidense al terrorismo y a las amenazas contra infraestructuras esenciales (incluso los sistemas de información).
En conclusión, el mundo posterior a la Guerra Fría tiene buenas y malas noticias para la política de seguridad estadounidense. En el plano militar y económico, es probable que Estados Unidos siga siendo la potencia preponderante en el futuro predecible. Ningún otro país iguala el poder estadounidense. La perspectiva de una guerra entre potencias es poco probable. Estados Unidos tiene la capacidad para ayudar a moldear las circunstancias con el fin de reducir la posibilidad de amenazas futuras. Aunque esto no quiere decir que Estados Unidos pueda (o desee) actuar como policía del mundo o que podría controlar todos los conflictos, ciertamente significa que cuando decide organizar coaliciones con aliados y estados del mismo parecer hay posibilidades razonables de contener y algunas veces reducir los conflictos. Por otra parte, las malas noticias consisten en que en el plano transnacional, donde existe una gran dispersión de poder y nadie tiene el control, se ha presentado una nueva forma de amenaza frente a la cual nuestros instrumentos tradicionales de seguridad son inadecuados. Este es un terreno que requerirá más atención en el futuro.
“Yo mantengo todas las declaraciones equivocadas que hice”.
G. Bush
Bibliografía
De fuertes convicciones y principios, tenaz y audaz, valiente, licenciada en derecho, ciencias de la información, ciencias políticas, criminología, Master en Diplomacia y Relaciones Internacionales, preparo mi doctorado sobre la paz y la seguridad internacional; gestión de conflictos, trabajo aplicando leyes. Nos volvemos justos realizando actos de justicia; templados, realizando actos de templanza; valientes, realizando actos de valentía. El destino no reina sin la complicidad secreta del instinto y de la voluntad.