Resumen
El último eslabón en la cadena de teorías que tratan de explicar el comportamiento criminal femenino nos conduce hasta el supuesto evidente final de la conducta delictiva: el encarcelamiento de los delincuentes.
Todo encarcelamiento produce una serie de efectos en la persona que sufre este proceso y la mujer no va a librarse de ellos.
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Las investigaciones desvelan que las mujeres sufren no sólo de manera diferente su estancia en prisión en relación con los hombres en su misma condición sino que tienen problemas añadidos que hacen que su situación sea más inestable y triste. A escala global se observa una enorme vulnerabilidad social, física y psicológica de las mujeres encarceladas, que llevan sensiblemente peor su situación que los hombres (tradicionalmente, la pena privativa de libertad ha supuesto para la mujer una aflicción añadida frente a los condenados varones), y ello por varias razones.
El rápido incremento de la población reclusa femenina ha provocado el deterioro, el desfase y la sobreocupación de las instalaciones penitenciarias del país, si bien se han ido habilitando módulos de mujeres en la práctica totalidad de las prisiones de nueva creación éstos son pequeños, casi residuales y peor dotados cumpliendo casi una finalidad de retención preventiva. La mujer, además, representa un número muy reducido del total de personas internadas en establecimientos penitenciarios lo que lleva en la práctica a la existencia de muchas menos cárceles de mujeres que de hombres y que, a la vez, en la mayoría de ellas el nivel de ocupación sea muy bajo, esto plantea un problema económico serio: por el menor número de reclusas, la cárcel de mujeres es más deficitaria, siendo por otra parte, su abandono mayor.
Los centros exclusivos para mujeres en el país no son más que cuatro (Ávila, Barcelona, Madrid y Sevilla) lo que hace que cumplan en muchas ocasiones su pena alejadas de su núcleo familiar y social; en el resto de centros de reclusión las mujeres presas sufren una discriminación específica: entre otras muchas gozan de menos posibilidades que los varones en actividades laborales, de formación y de ocio; la atención médica específica es totalmente insuficiente y a menudo carecen del material higiénico que necesitan; se infantilizan sus comportamientos hasta el extremo; los trabajos que desarrollan en prisión reproducen los estereotipos de género y no les ofrecen competencias ocupacionales útiles una vez en libertad ; experimentan más dificultades para acceder al régimen abierto puesto que apenas existen secciones abiertas para ellas; a pesar de la menor conflictividad de los colectivos de mujeres, el rigor y el régimen de las medidas de seguridad es semejante al de los módulos de hombres…
Otro dato a tener en cuenta también es que las mujeres presas lo están en su mayoría por delitos que no suponen una gran alarma social: pequeños hurtos y robos y tráfico de drogas a pequeña escala por lo que en muchas ocasiones la prisión genera sufrimientos desproporcionados al delito cometido y crea por tanto efectos negativos.
Por otro lado las mujeres en prisión suman dificultades específicas por ser mujeres pues surgen problemas paralelos que se generan a nivel familiar con la encarcelación de una mujer. Un porcentaje bastante alto de mujeres que ingresan en los centros penitenciarios son madres, incluso muchas de ellas viven sus embarazos o dan a luz cumpliendo sus condenas, muchas son además las principales encargadas de otros miembros de sus familias como ancianos, parientes discapacitados o que padecen alguna enfermedad; las evidencias demuestran que el encarcelamiento de las mujeres no puede ser visto de forma aislada ya que las consecuencias son a menudo devastadoras para sus hijos, familia y entorno más cercano y por ello la mujer sufre una angustia en prisión que los hombres encarcelados no padecen.
Si a las realidades discriminatorias que las mujeres han padecido antes de su ingreso en prisión (cargas familiares, situación de exclusión social, malos tratos y abusos familiares…) añadimos la discriminación en las condiciones de vida que padecen las mujeres presas con respecto a los hombres dentro de la institución penitenciaria, podemos concluir que la actual situación de las prisiones agrava las condiciones de exclusión social, porque la violencia, las rupturas de todo tipo y las situaciones dramáticas terminarán por arrastrar y bloquear a las mujeres en un proceso de repetición alienante a lo largo de toda su vida.
Bibliografía
Doctora en Sociología, especializada en desviación social y género.
Especialista en Investigación Criminal.
Apasionada de la justicia y la igualdad.
Intentando continuar la estela de las grandes mujeres y excepcionales penalistas Doña Concepción Arenal y Doña Victoria Kent en la creencia de que el delincuente (y la delincuente) es una persona y por ello su comportamiento y sus necesidades deben ser estudiados, conocidos y de ser posible (en la medida de lo posible) dar una respuesta y solución.