Resumen
Antes de que la policía noruega detuviera a Anders Bering Breivik –autor confeso de la masacre de más de 70 personas en Oslo y la isla de Utøya, el 22 de julio de 2011– mientras la información era todavía algo confusa, una noticia de alcance del diario The New York Times atribuyó la autoría del coche bomba que estalló en el centro administrativo de la capital noruega a la desconocida organización islamista Ansar al-Jihad al-Alami que, al parecer, lo habría reivindicado mediante un comunicado. Aquel titular, procedente de los Estados Unidos, corrió como la pólvora y se coló en todos los informativos.
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Los medios de comunicación se hicieron eco de esta primera hipótesis e, inmediatamente, la culpa de aquel brutal atentado recayó en los terroristas más radicales del Islam. Incluso se echó mano de las hemerotecas para encontrar otros dos hechos circunstanciales que parecían avalar esta conexión: en enero de 2006, el diario noruego Magazinet había reproducido las polémicas caricaturas del profeta Mahoma que Dinamarca publicó cuatro meses antes y Noruega tenía tropas desplegadas en Afganistán… Para qué más, era obvio. Se trataba de un nuevo atentado: 11-S Nueva York, 11-M Madrid, 7-J Londres… y 22-J Oslo. Otra masacre basada en el odio del fundamentalismo musulmán golpeaba ese tranquilo remanso que, cada año, otorgaba el Premio Nóbel de la Paz. ¿Cabía mayor infamia?
Nadie recordó que en Escandinavia ya existían varios antecedentes de perturbados que mataban indiscriminadamente (si fuera psiquiatra hablaría del síndrome amok que padecen esos individuos). Ocurrió el 7 de noviembre de 2007, cuando Pekka Eric Auviven asesinó a ocho personas en Tuusula; y sucedió de nuevo al año siguiente, en Kauhajoki, donde el joven Matti Juhani Saari disparó y mató a otros 10 compañeros de instituto. Ni se prestó atención al modus operandi: ¿un terrorista musulmán que pone un coche bomba se marcha, acto seguido, a una isla situada a 40 km para terminar su espantosa misión y seguir matando? Ni tampoco se hizo caso a las frías estadísticas según las cuales la población musulmana de Noruega se concentra en apenas 147.000 personas; nada que ver con los más de 6.000.000 que residen en Francia, los 4.000.000 de Alemania o los 2.800.000 de Gran Bretaña.
Precisamente, el musulmán británico Ahmed J. Versi, director del semanario Muslim News, que lleva 20 años luchando contra la islamofobia en su país, puso el dedo en la llaga hace unos días al afirmar que si un musulmán mata es un terrorista; pero si lo hace un europeo, es sólo un loco.
¿Por qué se tiende a criminalizar a todos los musulmanes por culpa de una minoría integrista que no representa a la totalidad del Islam?
Durante el último año, tres de los líderes europeos más influyentes –el premier británico David Cameron, la canciller alemana Angela Merkel y el presidente francés, Nicolas Sarkozy– han coincidido en declarar el fracaso del modelo de sociedad multicultural europea en la que vivimos.
El fracaso de este multiculturalismo tuvo su origen al finalizar la II Guerra Mundial, cuando muchas naciones del Viejo Continente fomentaron la llegada masiva de trabajadores, mediante programas de reclutamiento. Las fábricas alemanas, francesas, holandesas, británicas o escandinavas necesitaban una mano de obra que la exhausta pirámide de población europea no podía cubrir, por culpa de los millones de bajas que ocasionó el conflicto de 1939 a 1945. Suecia tuvo la iniciativa de buscar obreros en el extranjero, pero fue Alemania la que implantó el sistema de Gastarbeiter (trabajadores invitados) en 1955.
Impulsar esta incipiente inmigración fue relativamente sencillo, pero nadie pensó en las consecuencias de aquella política a largo plazo y, mucho menos, se planteó que los trabajadores invitados de religión musulmana quisieran instalarse definitivamente en los países de acogida, reagrupar a sus familias y exigir sus derechos para construir mezquitas y lugares de oración; atribuir efectos civiles a los matrimonios celebrados de acuerdo con sus ritos; enseñar el Islam en las escuelas; conciliar el trabajo con la práctica de su fe; recibir alimentos halal en hospitales, prisiones y colegios; enterrar a sus difuntos de acuerdo con sus propias creencias; obtener beneficios fiscales por el desarrollo de sus actividades; o algo que ha resultado tan polémico como que las mujeres se puedan cubrir la cabeza con un velo, etc.
La llegada masiva a Europa de trabajadores que profesaban el Islam coincidió –a mediados del siglo XX– con otro fenómeno que agravó la situación. El inicio del proceso descolonizador y el posterior nacimiento de un gran número de nuevos Estados de mayoría musulmana en el norte de África y en Oriente Medio dio paso a la emigración de muchos de los habitantes de aquellas ex colonias europeas a las antiguas metrópolis (especialmente Francia y Reino Unido) atraídos por la bonanza económica y la calidad de vida; pero esta nueva oleada coincidió con un cambio de criterio y las mismas autoridades que habían fomentado la llegada de trabajadores, decidieron que había que implantar medidas proteccionistas para restringir la entrada de más extranjeros.
Como consecuencia, la Unión Europea se encontró, dentro de sus fronteras, con más de 20.000.000 de musulmanes (el 4,13% de la población total); una comunidad cada vez más numerosa y heterogénea (procedente de distintas nacionalidades, etnias, lenguas e incluso escuelas jurídicas) que había que integrar en una sociedad que les resultaba completamente ajena a sus propias tradiciones.
Otro autor musulmán, el escritor egipcio Alaa Al-Aswany, reflexionaba en su blog (alaaalaswany.maktoobblog.com) sobre este tema diciendo que (…) es cierto que la política occidental nos trata como pueblos coloniales que no merecen tener los mismos derechos que los ciudadanos de Occidente, y es cierto que sus medios de comunicación están predispuestos en contra de los árabes y los musulmanes, pero también es verdad que la lectura retrógrada del Islam que hacen los wahabíes y que se ha extendido por el mundo islámico ayuda a arraigar una imagen injusta y errónea de nuestra religión. Tenemos la obligación de empezar por nosotros mismos. Debemos rescatar al Islam de todas las tonterías, falsedades e ideas retrógradas que se han asociado a él sin ninguna base.
Ahí radican las dos caras del problema: 1) Por un lado, para la sociedad europea el Islam continúa siendo un absoluto desconocido sobre el que aún pende el sambenito que heredamos de los tiempos de las Cruzadas, cuando los ejércitos europeos se enfrentaron contra los infieles sarracenos, desde finales del siglo XI hasta comienzos del XIII, para liberar los Santos Lugares; aquella lucha marcó a fuego el estereotipo de que los musulmanes eran seres sanguinarios y amorales, creándose una leyenda que, en gran medida, ha perdurado en el subconsciente colectivo europeo y, por extensión, en todo el occidental; y 2) Por otra parte, en una religión como la musulmana donde no existe una jerarquía ni ninguna autoridad incontestable que puede decir –por ejemplo– si los talibanes afganos representan una visión justa o equivocada de la fe, como ha señalado el escritor libanés Amin Maalouf, es necesario que esta comunidad participe activamente en la sociedad europea de la que también forman parte, olvidando sus propias desavenencias internas para crear una representación institucional que ofrezca la cara visible del Islam, con interlocutores válidos que puedan sentarse a negociar con los gobiernos (como sucede con los católicos, protestantes o judíos) y organismos (como el Conseil des Théologiens belga o el Board of Counsellors británico) a los que dirigirse en caso de duda para interpretar correctamente el Islam.
Ojalá que, entre todos, podamos olvidarnos de cualquier muestra de radicalismo, de las ideas del Califato universal y de Eurabia o del choque de civilizaciones; argumentos que se alimentan del simple desconocimiento y del miedo que siempre sentimos por todo lo que nos resulta diferente.
Bibliografía
Valladolid (Castilla y León | España 1969).
Escritor (director de Quadernos de Criminología | redactor jefe de CONT4BL3 | columnista en las publicaciones La Tribuna del Derecho, Avante social y Timón laboral | coordinador de Derecho y Cambio Social (Perú) | colaborador de noticias.juridicas.com); ha publicado en más de 600 ocasiones en distintos medios de 19 países; y jurista [licenciado en derecho y doctorando en integración europea, en el Instituto de Estudios Europeos de la Universidad de Valladolid | profesor de derecho constitucional, política criminal y DDHH (UEMC · 2005/2008)].
Sus últimos libros son Las malas artes: crimen y pintura (Wolters Kluwer, 2012) y Con el derecho en los talones (Lex Nova, 2010).
Este blog te acercará a lo más curioso del panorama criminológico internacional de todos los tiempos; y, si quieres conocer otras anécdotas jurídicas, puedes visitar el blog archivodeinalbis.blogspot.com