Resumen
Las anomalías de origen en la base material de la psique del hombre, predisponen su conducta hacia el rompimiento de las normas que rigen la vida en sociedad, además de la incidencia de factores diversos, inherentes a la volición o nolición en el ejercicio del libre albedrío, que constituye la quididad y los accidentes del desarrollo psíquico que producen al “ser-antisocial”.
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El ser humano en su estado neonato es libre hasta en tanto empieza a tener contacto con su entorno, pues una vez que sus sentidos abstraen el contenido de su exterior, se empieza a convertir en un individuo sujetado, con todas las ataduras que le impregnan quienes le rodean. El hombre “necesariamente” pierde la esencia de su libertad, cuando adquiere conciencia de sí y de su lugar en el mundo. Lo cual nocivamente puede llegar al punto de alienarlo -o en el mejor de los casos-, permearle con los elementos necesarios para negarse a transitar el sendero del “ser-antisocial”.
Así témenos que cuando el hombre es alienado, de manera nociva se sitúa en el “pathos de la indignación”, lo que en filosofía criminológica está compuesto por todos los actos que el poder político permite que se desarrollen y permanezcan, formando una subcultura de la criminalidad, sin que la sociedad civil accione para evitar su desarrollo y proliferación, ya que cuando de manera intermitente algun individuo o un grupo de la sociedad civil se pronuncian contra este fenómeno, son “eliminados” ante la pasividad del poder político.
El nivel de conciencia del “ser-antisocial” ante su posición en el mundo es cada vez más evolucionado, pues éste respeta las normas que considera mínimas con el propósito de estar en condiciones de realizar actos antisociales que le reditúen mayor placer o ganancias económicas, poder y demás, dependiendo de la naturaleza de dicha conducta; respetando normas de vialidad para no provocar la atención de las autoridades, asimismo cuando están recluidos muestran excelente conducta, lo que les permite alcanzar beneficios de libertad anticipada.
La conducta producto del “ser-antisocial” es una verdad con vigencia tópico-temporal. José Ortega y Gasset señala con relación a la temporalidad que ésta no afecta directamente la conducta, sino a su presencia en la psique del individuo. El acto que acontece en determinado espacio y tiempo adquiere su adjetivo de conducta antisocial como un cambio que ocurre en los instantes de la mente humana según el contexto. Así ciertas conductas en ciertos grupos sociales son aceptadas, mientras que en culturas diferentes se les considera como conductas nocivas que fracturan el pacto social.
Bajo una perspectiva desde la ética, el “ser-antisocial”, al desplegar una conducta con el propósito de romper con las normas sociales, se sumerge ante la inmoralidad en su nivel más alto, manteniendo dicho nivel con diversos matices según el daño que provoque en la sociedad, entendiendo como sociedad al mero individuo y a la colectividad como tal. Todas las conductas antisociales se consideran actos inmorales, pero la sola mención de inmoralidad no implica necesariamente que el “ser-antisocial” sea consciente de este aspecto ético, sin embargo, para el sujeto pasivo de aquélla siempre será una conducta inmoral maximizada, aunque no lo sea para el “ser-antisocial”.
La categorización de la conducta antisocial en un cuerpo normativo emanado del poder político surge como un mecanismo de defensa colectivo, que pretende en espíritu la preservación de la especie humana y su entorno en armonía, contra los actos nocivos del “ser-antisocial”. Abatir el conglomerado de conductas antisociales, implica el rompimiento intergeneracional de paradigmas en la cultura, que ha permitido la proliferación del “ser-antisocial”, paradigmas como la falaz creencia de la superioridad del hombre sobre la mujer y la consecuente falta de equidad.
Bibliografía
Licenciado en Derecho con Estudios en Psicología Educativa