Resumen
"Madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermana y papá al otro mundo, pero ten presente que muero por persona honrada. Adiós, madre querida, adiós para siempre. Tu hija que ya jamás te podrá besar ni abrazar. Que no me lloréis. Que mi nombre no se borre de la historia". Julia Conesa
Al finalizar la guerra los juicios sumarísimos, las detenciones, las torturas y las ejecuciones estaban a la orden del día y a pesar del comunicado oficial donde se decía que aquel que no tuviera delitos de sangre no sería condenado a la pena capital fueron muchos los españoles (sobre todo mujeres) para los que esta afirmación resultaría una cruel falacia.
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El 1 de agosto de 1939, 57 personas fueron procesadas en el juzgado situado en Las Salesas, algunos eran capaces de vislumbrar porqué estaba allí, otras apenas lo llegaron a comprender, el miedo y la incredulidad era el mismo para todos ellos. El sufrimiento al oír el veredicto dos días después, también:
"Reunido el Consejo de Guerra Permanente número 9 para ver y fallar la causa número 30.426 que por el procedimiento sumarísimo de urgencia se ha seguido contra los procesados (…) responsables de un delito de adhesión a la rebelión (…). Fallamos que debemos condenar y condenamos a cada uno de los acusados (…) a la pena de muerte".
La ejecución de dicha sentencia se produjo tres días después, el 5 de agosto.
Para justificar la severidad de las penas impuestas, el caso se asoció con el quimérico proyecto de atentado contra la vida del general Franco durante el Desfile de la Victoria del 1 de abril, pero la sentencia dictada el 3 de agosto recoge como acusación definitiva la reorganización de la JSU y del PCE para cometer actos delictivos contra el “orden social y jurídico de la nueva España”.
Estos sangrientos juicios de agosto (el día 12 tuvo lugar un nuevo consejo de guerra contra miembros de la JSU, las 27 personas juzgadas fueron fusiladas el 9 de septiembre) sirvieron no sólo para diezmar a la recién reconstituida JSU sino para dar un escarmiento a toda la sociedad, el mensaje era claro, cualquiera que osara rebelarse contra el orden establecido sería duramente castigado y también sirvió como campaña de represión ejemplarizante desencadenada a raíz del atentado a finales de julio contra el comandante de la guardia civil Isaac Gabaldón, su hija y su chófer en Talavera de la Reina.
Para llegar a entender este último motivo conviene recordar que el comandante Gabaldón era inspector de policía militar de la 1ª Región Militar y el encargado del “Archivo de Masonería y Comunismo” y por tanto disponía de miles de documentos incautados a los partidos y organizaciones republicanas, documentos que servían de base textual para la tramitación de denuncias pero la realidad es que los juicios de agosto no tuvieron más relación con ese atentado que la exorcización de un clima de venganza que justificara los fusilamientos de los cincuenta y seis sentenciados, jóvenes en su inmensa mayoría. El atentado sí fue cometido por tres militantes de las JSU, los cuales se encontraban entre los 57 encausados aquellos primeros de agosto, pero todas las mujeres y gran parte de los hombres fusilados por este asunto fueron detenidas durante abril y mayo, con lo que nada tuvieron que ver con este atentado que sirvió de cortina de humo para justificar su asesinato, de hecho los autores materiales del atentado no fueron ejecutados ese día sino al día siguiente.
Lo que más conmocionó a la sociedad no fue la cantidad de muertes (sólo en la saca del 14 de junio de 1939 habían sido fusiladas 80 personas y diez días después habían sido 102 presos) sino la juventud de la mayoría de los sacados; por lo menos ese fue el caso de las menores de veintiún años (edad en la que estaba situada la mayoría de edad en esa época) que se encontraban entre las treces fusiladas del primer consejo de guerra: Virtudes González García (18), Luisa Rodríguez de la Fuente (18), Victoria Muñoz García (18), Adelina García Casillas (19), Julia Conesa Conesa (19), Dionisia Manzanero Salas (20), Elena Gil Olalla (20) y Ana López Gallego (21), las demás tenían edades superiores Martina Barroso (22), Joaquina López Laffite (23), Carmen Barrero (24), Pilar Bueno (26) y Blanca Brissac (29), sin embargo todas pasarían a la historia como Las Menores o Las Trece Rosas.
Julia Vellisca del Amo de 19 años, se libró de las ejecuciones para ser condenada a doce años de cárcel.
Tras pasar por diversas comisarías Las Trece Rosas fueron ingresando en Ventas durante los meses de mayo y junio de 1939, Ana, Martina y Victoria fueron recluidas en el departamento de menores de edad aunque no todas lo eran y sin embargo otras como Virtudes, Adelina, Elena, Dionisia, Luisa y Julia no fueron instaladas en ese departamento, lo cual resultó un problema cuando llegó la hora de la saca.
Cuando Las Menores regresaron a Ventas tras el consejo de guerra con la petición de pena de muerte, fue un auténtico mazazo para toda la prisión; las chicas escribieron a sus familias pidiéndoles que acudieran a las Salesas y solicitaran el indulto, que consiguieran avales de los vecinos que testificaran su buen comportamiento para pedir la revisión de su causa, también entregaron instancias de indulto al capellán de prisión para que les diera curso, intentaron todo aquello que estaba en sus manos para evitar su fatal destino, sin embargo nada se pudo hacer pues la decisión ya estaba tomada y se ejecutaría de cualquier forma: por un lado la directora de Ventas, Carmen de Castro, no llegó nunca a cursar las instancias de indulto entregadas al capellán y se quedaron en la mesa de su despacho y por otro la sentencia se ejecutó sin esperar a recibir el “enterado” del Generalísimo y es que la ejecución de las penas de muerte permanecían en suspenso hasta que se recibía la firma, “el enterado”, del general Franco como Jefe del Estado que era, sin embargo en este caso se firmaría ocho días después del fusilamiento.
La noche del 5 de agosto las funcionarias fueron sacando a Las Menores para recluirlas en el salón de actos habilitado como capilla, fueron por toda la prisión ya que se hallaban diseminadas en diferentes galerías, con el consiguiente sufrimiento añadido para las presas, compañeras que las habían conocido, cuidado y querido.
Mientras esperaban a que el furgón fuera a recogerlas estuvieron acompañadas por el capellán y fueron obligadas a confesarse si querían escribir cartas de despedida a sus familiares y así lo hicieron, pero ninguna comulgó, también pudieron despedirse de algunas compañeras, las que pudieron asistirlas en ese momento. La hora de entrega estaba fijada para las cuatro y media de la mañana y las presas de Ventas escucharon los tiros de gracia de Las Menores a eso de las ocho de la mañana, las mujeres fueron fusiladas después que los hombres, algunas tenían familiares entre ellos y esperaban verlos en las tapias del cementerio del Este para poder, al menos, despedirse de ellos, sin embargo cuando llegaron ya les habían ejecutado.
El día 5 por la mañana cuando las familias acudieron a la cárcel a recoger firmas para solicitar el aplazamiento de sentencia, les dijeron que ya las habían fusilado, de allí se fueron directamente al cementerio con la finalidad de poder verlas, el último consuelo que les quedaba después de robarles la posibilidad de luchar por su vida y su libertad.
No podemos olvidar que las Treces Rosas en realidad debieron de ser Catorce, pues Antonia Torres Llera, sentenciada a muerte en la misma causa, no fue ejecutada en esta saca ya que figuraba como Antonio en la orden de entrega, sin embargo fue fusilada el 19 de febrero del año siguiente.
La ejecución de Las Trece Rosas se convirtió en una leyenda, un relato que fue corriendo de boca en boca de tal forma que cada presa recién ingresada en Ventas lo hizo suyo y se dedicó a transmitirlo a su vez, hasta llegar a nosotros.
Murieron con entereza y dignidad, demostrando en la muerte lo que habían sido en vida, mujeres luchadoras que nunca dejaron traslucir el miedo que sentían pero sí la repulsión hacia la injusta situación que vivían ellas y todas las mujeres y hombres de este país en aquellos años, incluso dicen que Ana, la modista que decidió, a pesar del riesgo que corría, no huir a Francia y quedarse cuidando de sus hermanos pequeños en Madrid, al darse cuenta que no había muerto en la primera descarga, preguntó "¿Es que a mí no me matan?", quería continuar junto a sus valerosas compañeras, derramando su sangre en las tapias de ese cementerio que ya había sido regado con la vida de otros inocentes y continuaría siendo el final amargo de muchas vidas.
En 1988 se pudo hacer justicia y memoria a estas mujeres (y por extensión a todas aquellas que sufrieron el mismo destino) al colocar una placa conmemorativa en la tapia del cementerio de La Almudena, en un lugar cercano a donde fueron fusiladas, desde entonces cada 5 de agosto diversas asociaciones de recuperación de la memoria histórica participan en un homenaje a Las Trece Rosas.
En 2005 se creó la Fundación Trece Rosas, con dirigentes históricos del PSOE y del PCE con el objetivo de profundizar en la memoria histórica, la igualdad y la justicia social.
En mayo de 2006 se inauguró en Getafe la Fuente de las Trece Rosas, compuesta por trece grupos de chorros de agua, con una escultura de acero en cada uno de ellos que simboliza una vida truncada y en la que está insertada una rosa y el nombre de cada una de las trece mujeres.
El 5 de agosto de 2009 al conmemorarse el 70 Aniversario de su fusilamiento se instaló una nueva placa conmemorativa en el cementerio de La Almudena, donde por primera vez, tras 70 años de silencio, aparecieron inscritos el nombre y el apellido de las Trece Rosas. Hoy dicha placa, junto a la instalada en 1988 configuran el tributo del Pueblo de Madrid a aquel asesinato.
Todos estos actos (y otros muchos de distinta índole) carecen de ánimo revanchista, son parte de la historia, negra y dolorosa de nuestro pasado en común, pasado que debemos conocer para aprender a no cometer los mismos errores, las mismas atrocidades y las mismas injusticias; tal y como Blanca, la Rosa de más edad, sin militancia política, católica y votante de derechas, cuyo único delito fue relacionarse con un músico que pertenecía al Partido Comunista, escribió a su hijo en esa fatídica madrugada, ya en capilla:
"Voy a morir con la cabeza alta. Sólo te pido que quieras a todos y que no guardes nunca rencor a los que dieron muerte a tus padres, eso nunca. Las personas buenas no guardan rencor. Enrique, que te hagan hacer la comunión, pero bien preparado, tan bien cimentada la religión como me la cimentaron a mí. Hijo, hijo, hasta la eternidad".
Sus palabras junto a las que Julia dirigió a su madre deben convertirse en baluarte del futuro que queremos cimentar, sin odios, sin revanchismos pero sin que su fortaleza y decisión, su lucha y pervivencia se borren nunca de la historia para no tener que volver a lamentarnos por lo que sucedió.
Bibliografía
Doctora en Sociología, especializada en desviación social y género.
Especialista en Investigación Criminal.
Apasionada de la justicia y la igualdad.
Intentando continuar la estela de las grandes mujeres y excepcionales penalistas Doña Concepción Arenal y Doña Victoria Kent en la creencia de que el delincuente (y la delincuente) es una persona y por ello su comportamiento y sus necesidades deben ser estudiados, conocidos y de ser posible (en la medida de lo posible) dar una respuesta y solución.