Resumen
Hace unos días, estando próximo el décimo aniversario del 11S, me estremecí al leer la historia de la amistad de dos madres, enfrentadas por lo que aconteció aquel fatídico día.”Una de ellas, Phyllis Rodríguez, 68 años, profesora a tiempo parcial de adultos analfabetos. El 11 de septiembre de 2001 cuando volvió a casa después de dar un paseo, su portero la avisó que las Torres Gemelas estaban ardiendo. Subió corriendo, encendió la televisión y vio que no era un incendio, era el mayor ataque terrorista perpetrado en EEUU y justo donde trabajaba su hijo, Greg. Intentó llamarle pero fue inútil. Con el paso de las horas, la verdad se hizo innegable, Greg había muerto.
El dolor que se adueño de ella en los días siguientes, fue dando paso a la ira.
La otra madre, Aicha El-Wafi, mulsumana de origen marroquí. El 13 de septiembre tuvo que aceptar que su hijo Zacarías Moussaoui, era el hombre más odiado, había sido identificado como uno de los autores intelectuales de los atentados. Ella sabia que no debía sentirse responsable por las decisiones que había tomado su hijo, sin embargo, se sentía culpable porque le había dado a luz. Durante esos días Phyllis vio la foto de Aicha en el periódico. Se dijo que querría conocerla pero no dejaba de pensar que era la madre del posible asesino de su hijo, por eso no podía llamarla.
Sin embargo, un año después el presidente de una asociación en favor de la reconciliación de las víctimas, la propuso que se conocieran. Ambas aceptaron y lo que pasó allí cambió sus vidas. Aicha miró a Phyllis, y dijo “no sé si mi hijo es culpable o inocente pero quiero pedirte perdón por lo que te ha pasado a ti, y tu familia”. Phyllis la abrazó. El perdón que le otorgaba a Aicha, actuó como bálsamo instantáneo para el año de luto, dolor e ira.
Las mujeres se fueron conociendo, Aicha era valiente. Se había casado joven, fue víctima de violencia doméstica y crió a sus hijos sola. Al terminar la reunión Phyllis la dijo que quería darla todo el apoyo que necesitara durante el juicio de su hijo. Hoy en día la amistad de ambas mujeres sigue intacta.”
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La atea de ascendencia judía de Nueva York y la islamista de Marruecos son una lección de viva de perdón y tolerancia. Phyllis sabía que lo único que podía hacer es no sucumbir a la tragedia, y evitar que la pérdida definiera su identidad. La pérdida por supuesto que siempre estará ahí, pero por lo menos ya no sufre.
Cada vez me resulta más curioso, a la vez que impactante ver cómo proliferan esta clase de historias. Son noticias que fácilmente pasan desapercibidas porque ,entre otras cosas, no generan alarma social y no suponen “carnaza” para muchos medios de comunicación, ¡vamos…no venden tanto como crímenes terribles o los actos de violencia injustificada!. Sin embargo, son noticias esperanzadoras y se refieren, si bien no directamente pero sí en su intención y espíritu, a la Justicia Restaurativa, algo de lo que siempre hablo, y que es fuente inagotable de material para todo el que crea en la “JUSTICIA”, con letras mayúsculas.
Habitualmente cuando se piensa en Justicia Restaurativa, ésta se asocia al Sistema de Justicia Penal y más concretamente, al menos en España, a la mediación penal víctima-infractor, la cual además si llega a buen término, conlleva ciertos beneficios jurídicos para el infractor. Sin embargo, esta Justicia es un concepto más extenso que trata de ver y conocer las causas del conflicto y las consecuencias de los hechos dañosos para promover una recuperación de todos los implicados, no solo directa sino indirectamente.
Esta historia que he relatado, no es un asunto típico de Justicia Restaurativa pero es al fin y al cabo la esencia de esta, “un proceso sanador, de cicatrización de las heridas causadas por el delito o la acción dañosa”. Se puede decir, que este caso es Justicia Restaurativa en sentido estricto, aplicada al sistema penal pero sin ningún tipo de beneficio penológico para el infractor. Ya que estos procesos están enfocados a atender y satisfacer las necesidades de víctimas, perjudicados y afectados no siempre deben conllevar una rebaja de la pena al infractor, y mucho menos en delitos tan graves como al que me estoy refiriéndo. Se trata de un puro proceso de reconciliación y sanación, sin más. De hecho, en esta historia, ¿hay una víctima y un infractor, o dos víctimas? Y es que pueden existir muchas víctimas y afectados tras un hecho delictivo ¿no es una víctima la madre del supuesto terrorista? ¿No la afectó también lo que sucedió el 11S? Aquí tampoco hay un infractor arrepentido que haya reparado el daño, ojala se pudiera dar esto en todos los casos pero desgraciadamente no hay una varita mágica, unos asumirán su culpa y querrán cambiar y otros no, por eso, esta Justicia no es sólo un proceso de reparación del daño causado, es algo más, es un proceso de restauración emocional y recuperación psicológica de los seres humanos afectados por la acción dañosa de otro.
Siguiendo con esta historia, efectivamente ambas madres pueden considerarse víctimas y las dos fueron invitadas a conocerse por un representante de una asociación de reconciliación. En muchos lugares del mundo, se asocia reconciliación y Justicia Restaurativa, sin embargo, no es el objetivo o fin último de esta forma de ver la justicia, aunque sí puede propiciarse a través de estos procesos restaurativos. Estas dos mujeres, gracias a esta Justicia pudieron desahogarse, hablar sobre su dolor y los sentimientos que el delito generó en ellas ( para la madre del fallecido: dolor, impotencia e ira, para la del terrorista: dolor, impotencia y vergüenza), al poder expresarse cara a cara, pudieron superar el “trauma” del delito, no olvidarlo pero si aceptarlo como una parte más de la historia de su vida, como decía la madre del fallecido: “la perdida siempre estará ahí, pero se debe evitar que todo gire en torno a este hecho traumático”, a esto yo añadiría que lo esencial es que las víctimas se perdonen a ellas mismas, porque muchas se creen culpables de lo que las ha sucedido, en el caso comentado, ambas mujeres en cierta medida se sentían un poco culpables, la una por no haber podido proteger más a su hijo, y la otra por no haber podido inculcar a su vástago, otros valores que le llevaran por el buen camino.
El delito une a víctimas e infractores de por vida, la diferencia estriba en saber superar la tragedia y mitigar el odio y la ira transformándola en reconciliación, al menos con el mundo y con uno mismo. Solo de esta forma se podrá afirmar que el delito sufrido no ha arruinado la vida de las víctimas y que el “mal” no ha triunfado totalmente. La madre del fallecido paso de la ira y el odio a sentirse comprendida y a comprender el sufrimiento de la madre del asesino de su hijo. Todo esto parece muy utópico pero es lo que realmente necesitan muchas víctimas y es lo que la Justicia Restaurativa las puede ofrecer.
Otro tema sería ¿si es posible o recomendable la reconciliación también con el infractor?, pero esto es ya “harina de otros costal” y lo dejo para siguientes artículos, mientras tanto dejo esta pregunta en el aire.
Bibliografía
Follow @VirginiaDomingo (Burgos, 17 de mayo 1975)
Soy periodista frustrada, estudié derecho, por defecto y a pesar de todo, me gustó. Fui durante más de ocho años Juez Sustituta, lo que me hizo ver la realidad de la justicia y su falta de humanidad, así llegué en el 2004 a la Justicia Restaurativa. Actualmente soy la coordinadora del Servicio de Mediación Penal de Castilla y León (Burgos) y presidenta del Instituto de Justicia Restaurativa-Amepax ( la entidad que proporciona este servicio). Soy experta y consultora internacional en Justicia Restaurativa. Mediadora Penal y Presidenta de la Sociedad Cientifica de Justicia Restaurativa. Miembro del Comité de investigación del Foro Europeo de Justicia Restaurativa, participo regularmente en las reuniones de este Foro y he ofrecido varias charlas a nivel internacional, asimismo he realizado diversos trabajos de investigación sobre Justicia Restaurativa y mediación en materia penal. Y sigo luchando porque se regule la Justicia Restaurativa como un derecho más para las victimas de cualquier delito con independencia del lugar donde lo sufran.