Resumen
Hubo un tiempo de progreso y avance en el que las teorías arcaicas y estereotipadas cayeron en su propia mentira y por fin la sociedad se enteró de que las mujeres y los hombres eran iguales y tenían la misma capacidad de entendimiento que les confería, por tanto, los mismos derechos y libertades, era un tiempo en el que con paso lento pero firme se avanzaba en una sociedad más justa y realista, sin nadie por encima de nadie, sin que unos fueran más listos por naturaleza divina que otros.
El tiempo siguió avanzando y nadie parecía acordarse de las teorías que defendían la inferioridad de las mujeres, hasta que llegó el año 2014 y los defensores de ideas retrógradas y melancólicos de tiempos funestos se quitaron la máscara y de repente… las mujeres españolas se volvieron imbéciles.
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Decidieron que las mujeres españolas eran seres incapaces de tomar decisiones que afectaran a su propio bienestar y desarrollo, seres que debían depositar una confianza ciega en su marido ya que ellas no sabían (y no tenían por qué saber) cómo se gestionaba la economía de su familia, seres en definitiva inferiores y sin capacidad clara de raciocinio, por ello necesitaban de un hombre que las orientara, las guiara y tomara las decisiones importantes por ella.
En sus mentes preclaras de hombres del renacimiento (de la época histórica no del contexto revolucionario) se dedicaron a tomar decisiones sobre la vida física, psicológica y social de las mujeres sin contar con las mujeres, defendiendo de esta manera la imbecilidad e inferioridad mental de aquellas; no se las consulta porque no saben lo que verdaderamente es bueno para ellas y por eso son los hombres los que deben decidir, incluso dejan fuera de este perverso juego a la ministra de sanidad, una mujer en un ministerio que debería tener algo que decir en una ley que afecta a la salud de más de la mitad de la población (eso sin contar con el tercer nombre del ministerio, igualdad, ¿pero quién se acuerda de los terceros nombres?) como decía aquel otro, en otro momento delicado de nuestra historia, ni está ni se la espera.
No consultan con las mujeres leyes que afectan a su propia vida porque corren el riesgo de que tengan sus propias ideas, que seguramente no coincidan con la de aquellos que intentan volver a glorificar la idea de mujer madre y esposa por encima de todo.
Y con estos pensamientos te vuelves imbécil cuando te casas, pues en ese mismo momento todo raciocinio y capacidad crítica queda anulada por el amor y la confianza ciega en el ser que tienes al lado (eso sí, al contrario no funciona porque, evidentemente, quien sabe de economía, impuestos y demás cuestiones es el hombre, la mujer es un mero objeto decorativo, útil para adornar en eventos y firmar lo que se le pone delante), por lo que no se te ocurra en ningún momento preguntar, cuestionar, dudar o (dios me libre) tener opiniones propias que incluso puedan mejorar la situación familiar o evitar un problema judicial, es decir, que el “cállate mujer que tú de esto no sabes” se convierte en defensa para librar a determinadas mujeres, preparadas intelectual y socialmente y con un puesto de responsabilidad financiera, para librarse de responder ante los delitos cometidos; si esta defensa funciona sentará un precedente, pues todos somos iguales ante la ley y muchas de las mujeres que están en prisión (sólo mujeres porque los hombres por imperativo divino son muy listos y saben recapacitar) podrán alegar en su defensa que lo hicieron por confianza ciega en su marido (algo que hasta ahora no se consideraba un atenuante y mucho menos una razón de peso para evitar un juicio), con lo que nos encontraremos con casos como: “señor juez estoy profundamente enamorada de mi marido y confío ciegamente en él y en sus decisiones, es la base de nuestro matrimonio como el de todas las buenas mujeres, si él me dice lleva este paquete pues yo lo llevo, sin preguntar qué es, ni de dónde viene. Dios me libre de cuestionar las razones de mi marido para hacer las cosas” y al fiscal no le quedará más remedio que pedir la “desimputación” de la acusada, pues no es conocedora de los contubernios de su amado esposo, ni contrata a un notario y tres abogados para que le digan si lo que quiere su marido es legal o no.
Menos mal que están los hombres para orientarnos por el buen camino y tomar las decisiones por nosotras, menos mal que no tengo que llenar mi cabecita de ideas que puedan perturbarme y hacer que cuestione la situación, menos mal que siempre habrá un hombre que me marque el camino y yo pueda dedicarme a seguir peinándome y leyendo vidas de santos, y sin darnos cuenta nos quisieron retrotraer al siglo XV, pero por mucho que insistan y por mucha manipulación que se propongan, de repente… no me volví imbécil y la sociedad entera tampoco.
Para terminar, no sé si me da más miedo una panda de hombres que se creen en posesión de la verdad absoluta y que pueden manejar la vida de las mujeres a su antojo o más vergüenza un hombre apostando por la nula capacidad de raciocinio de su defendida para librarla de un posible juicio, con el beneplácito de la susodicha… Creo que lo que más me asusta y abochorna es una mujer negando a otras los derechos inalienables que la moral nos concede a todos.
Parafraseando al poeta: señor Gallardón el progreso no es quitar, progreso es ofrecer opciones.
Bibliografía
Doctora en Sociología, especializada en desviación social y género.
Especialista en Investigación Criminal.
Apasionada de la justicia y la igualdad.
Intentando continuar la estela de las grandes mujeres y excepcionales penalistas Doña Concepción Arenal y Doña Victoria Kent en la creencia de que el delincuente (y la delincuente) es una persona y por ello su comportamiento y sus necesidades deben ser estudiados, conocidos y de ser posible (en la medida de lo posible) dar una respuesta y solución.