Resumen
¿Una utopía alejada de la realidad?
Aprovechando que la genialidad de la obra literaria“El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha”, permite interpretaciones desde los más variados puntos de vista, el autor de este artículo ha querido aportar una de esas posibles interpretaciones sobre la concepción que Don Quijote de la Mancha tiene de una justicia ideal, de difícil encaje en la realidad social de entonces y de ahora.
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I.- Planteamiento.
Don Quijote cuyo oficio no es otro, sino valer a los que poco pueden, vengar a los que reciben tuertos y castigar alevosías (I, 17); cuya profesión es perdonar a los humildes y castigar a los soberbios, es decir, acorrer a los miserables y destruir a los riguro sos (II, 52); con ánimo deliberado de ofrecer su brazo y su persona a las más peligrosas aventuras que la suerte le depara en ayuda de los flacos y menesterosos (I, 13); es el auténtico adalid de los valores de la justicia y de la libertad del individuo, y como tal consciente de la ausencia de dichos valores en la sociedad en la que vive, por ello se plantea una utopía en la que quiere construir un mundo mejor, donde estos valores rijan en la referida sociedad. Para ello, quiere restaurar la Edad de Oro, ya que fue la época en que la humanidad era feliz y regían todos los ideales que persigue, tal y como se expresa en el Capitulo XI de la Primera Parte.
“Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quienes los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío… Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia… No había la fraude, el engaño ni la malicia mezclándose con la verdad y la llaneza. La justicia se estaba en sus propios términos sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interés, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen” (I, 11,).
Para conseguir este objetivo Don Quijote se enfrenta a todo aquello que considera injusto y tratar de ejemplarizar con lo que considera justo.
II.- La percepción de la justicia humana por Don Quijote.
Don Quijote como ministro de Dios en la tierra y brazo por quien se ejecuta en ella la justicia (I, 13); percibe la misma como la doble cara de una misma moneda, en sentido ideal, es decir según debería ser concebida, ejemplarizando con su comportamiento y, en sentido real, según es administrada por los seres humanos, enfrentándose, siempre que puede, a lo que considera injusto.
1.- La justicia en sentido ideal.
Don Quijote refiere cómo debe ser una administración de justicia ejemplar, cuando le traslada a su Escudero Sancho en el Capítulo XLII de la Segunda Parte una serie de consejos, al asumir aquél el gobierno de la Ínsula Barataria, entre los que relata los siguientes:
Nunca te guíes por la ley del encaje, que suele tener mucha cabida con los ignorantes que p de agudos. (II, 42)
La ley del encaje es la forma de resolver las controversias de modo arbitrario, se trata por lo tanto de una práctica contraria a la de garantizar el principio de seguridad jurídica, que debe concebirse como la posibilidad de prever las decisiones de los poderes públicos. Esta posibilidad se daría, siempre y cuando, las normas fueran claras y conocidas por sus destinatarios, lo que permitiría que el ciudadano pudiera tener plena confianza en las leyes.
“Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia, que las informaciones del rico”. (II, 42)
Aquí el Ingenioso Hidalgo proclama la igualdad de todos ante la Ley, sin distinción. Lo que Don Quijote reclama es el respeto a la certeza del derecho, pues la justicia no puede admitir depender del capricho de los que gobiernan, sino sólo de una norma clara y precisa. “La inexorabilidad de la ley no puede ceder a los dictados del corazón”.
“Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo”. (II, 42)
El juzgador debe proceder con el equilibrio suficiente para no castigar al inocente y eximir al culpable. En opinión de Don Quijote, si se debiera de escoger entre el rigor de la ley y la condición compasiva del juzgador, nos deberíamos inclinar por la segunda opción.
“Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia”. (II, 42)
Don Quijote pretende que se pueda manejar la Ley con misericordia, lo que permite adoptar decisiones equitativas, rechazando que dichas decisiones puedan responder a motivos espurios, como la aceptación de dádivas.
“Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones”. (II, 42)
En este consejo destaca, especialmente, la necesidad de respetar la dignidad del reo, máxime en una época en la que lo normal era que la ejecución de las penas fuera acompañada de la infamia y la deshonra públicas, al exponer a los condenados al escarnio y a la burla.
2.- La justicia en sentido real.
Don Quijote manifiesta un total desprecio por la autoridad y sus enfrentamientos con la misma son constantes en nombre de lo que es para él un imperativo moral superior: “la justicia” y, lucha con todas sus fuerzas por restablecer este valor cuando lo considera violado.
La desconfianza de Don Quijote hacia la administración de justicia propia de aquella época -siglo XVI- era evidente y, no nos debe de extrañar, puesto que la organización de la misma estaba configurada por un complejo entramado de órganos, competencias y funciones, caracterizado por desenvolverse en un escenario de corrupción generalizada de los empleados públicos administradores de la misma, donde el reo que no contara, entre sus posibilidades, para instrumentar a su favor todos los recursos legales posibles: una buena defensa o el dinero suficiente -para comprar al juez- o para pagar una fianza adecuada, acababa con sus huesos en prisión. Y es que por esa época se podía acabar en prisión por múltiples razones: deudas, como fue el caso del propio autor del Quijote, pendencias, hurtos, prevaricaciones, asesinatos, raptos, falta a la palabra dada de casamiento, estafas, prostitución, juego ilegal, trampas, fullerías etc.
Lo podemos apreciar en la reflexión que hace uno de los galeotes interrogado por Don Quijote en el Capítulo XXII de la Primera Parte.
“El tercero de los galeotes respondió a Don Quijote que iba por cinco años a las “señoras gurapas”, por faltarle diez ducados, pues de haberlos tenido “hubiera untado con ellos la péndola del escribano y avivado el ingenio del procurador”. (I. 22)
En defensa de su ideal de justicia, el temerario Hidalgo Don Quijote de la Mancha llega al desacato de los poderes, las leyes y los usos establecidos. Lo vemos en su primera salida, donde se enfrenta a un vecino del Quintanar -Juan Haldudo- que está azotando a uno de sus mozos, porque le pierde algunas de las ovejas que cuida, algo a lo que, según las costumbres de la época, tenía perfecto derecho el amo. Pero este derecho es intolerable para el valeroso desface dor de agravios y sinrazones, que rescata al mozo reparando así lo que cree un abuso -apenas parte Don Quijote del lugar, el amo afrentado y, pese a sus promesas en contrario, vuelve a azotar al criado- (I, 4).
Lo volvemos a ver en la liberación de los galeotes del Capitulo XXII de la Primera Parte. Don Quijote tras interrogar a seis de los doce galeotes que componían “la cuerda de presos” para enterarse de los delitos que los habían llevado a tal situación y conocer la causa de su desgracia, no le parecen suficientes las razones que le han manifestado los presos para privarles de un bien tan preciado como la libertad, a pesar de ser grandísimos bellacos, tal como lo manifiesta Sancho, cuando confiesa al Cura de El Toboso en el Capítulo XXX de la Primera Parte, lo siguiente:
"El que hizo esa fazaña fué mi amo, y no porque yo no le dije antes y le avisé que mirase lo que hacía, y era pe cado darles la libertad, porque todos iban allí por grandísimos bellacos". (I.30)
Pues a pesar de ello, Don Quijote decide liberar a los galeotes, restaurando unos derechos violados por una administración de justicia, que él considera corrupta y arbitraria.
Es evidente el ansia de libertad de Don Quijote, así como también la aversión contra la privación de la misma, tal y como se plasma claramente al inicio del Capítulo LVIII de la Segunda Parte, cuando le dice a Sancho:
“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que esconde la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y por el contrario el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”. (II. 58)
Y, también, en el tan citado Capítulo XXII de la Primera Parte, donde Don Quijote pone de manifiesto su aversión contra la privación de la libertad en este comentario
“Cuánto más, señores guardas -añadió don Quijote-, que estos pobres no han cometido nada contra vosotros. Allá se lo haya cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo, que no se descuida de castigar al malo ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello”. (I, 22)
La desconfianza de Don Quijote en la justicia, lo terminamos de comprobar en los enfrentamientos que mantiene con los cuadrilleros de la Santa Hermandad, del Capítulo XLV de la Primera Parte, que pretenden prenderle como salteador de caminos. Don Quijote de la Mancha a quien el cielo dotó de un ánimo blando y compasivo, inclinado siempre a hacer el bien a todos y el mal a ninguno (II, 15), se les encara con estas palabras:
“¿Saltear de caminos llamáis el dar la libertad a los encadenados, soltar a los presos, acorrer a los miserables, alzar los caídos, remediar los menesterosos…? Venid acá, ladrones en cuadri lla, que no cuadrilleros, salteadores de caminos con licen cia de la Santa Hermandad; decidme: ¿Quién fué el igno rante que firmó el mandamiento de prisión contra tal caballero como soy yo?". (I, 45).
Don Quijote, ánimo de los desmayados y consuelo de todos los desdichados (II, 25) considera a la Santa Hermandad, como un peligro, dando ocasión para que califique a sus miembros como “gente soez y malnacida”. Lo cual no nos debe de extrañar, pues la Santa Hermandad gozaba en aquel tiempo de un inmenso poder que llevaba al abuso, dado que tenía la potestad de juzgar de modo sumario, usar la tortura, admitir la denuncia anónima y juzgar incluso al reo ausente.
En resumidas cuentas, la confianza de Don Quijote en la justicia es nula, lo que pone de manifiesto en aquella famosa alocución que hace a los galeotes en el Capítulo XXII de la Primera Parte.
“De todo cuanto me habéis dicho, hermanos carísimos, he sacado en limpio que aunque os han castigado por vuestras culpas, las penas que vais a padecer no so dan mucho gusto y que vais a ellas muy de mala gana y muy contra vuestra voluntad y que podría ser que el poco ánimo que aquel tuvo en el tormento, la falta de dineros de éste, el poco favor del otro y, finalmente, el torcido juicio del juez, hubiese sido causa de vuestra perdición y de no haber salido con la justicia que de vuestra parte teníades”. (I, 22).
Vemos, que Don Quijote manifiesta sin recato alguno la corruptibilidad de una Administración de Justicia entregada en aquellos tiempos a la prevaricación y al cohecho.
3.- El difícil encaje de la justicia ideal en la práctica de la realidad social.
Don Quijote tiene una visión de la justicia humana ideal, que revela toda clase de dudas sobre la aplicación en la práctica de la misma, lo que le lleva a adoptar acciones de protesta frente al poderoso, que conducen a lo contrario de lo que busca -a la injusticia- pues el bien que pretende conseguir con sus intervenciones en favor de la justicia, no se concreta nunca en la realidad, porque Don Quijote pretende una libertad sin justicia y eso no es posible de compaginar.
Lo podemos comprobar en la liberación del mozo que estaba siendo azotado por su amo Juan Haldudo, cuando meses después vuelve a encontrarse con Don Quijote en el Capítulo XXXI de la Primera parte y le recrimina que le hubiera liberado con estas palabras.
“Por amor de Dios, señor caballero andante, que si otra vez me encontrase, aunque vea que me hacen pedazos, no me socorra, ni ayude, sino déjeme con mi desgracia; que no será tanta, que no sea mayor la que me vendrá de su ayuda de vuestra merced, á quien Dios maldiga, y á todos cuantos caballeros andantes han nacido en el mundo”. (I, 31).
Y tiene razón Andrés -que así se llamaba el mozo apaleado por su amo- como él mismo manifiesta cuando dice que si no hubiera intervenido Don Quijote, su amo se hubiera contentado con darle algunas docenas de azotes por sus descuidos y luego le hubiera pagado lo que le debía ( Capítulo XXXI de la Primera Parte). La intervención de Don Quijote le supuso al mozo que su amo le moliera a palos, no le pagara lo que le debía y le despidiera de su trabajo. Esto fue lo que consiguió Don Quijote con su acción en favor de su idea de la justicia: una injusticia mayor.
Lo volvemos a comprobar en la liberación de los galeotes, donde Don Quijote pide a éstos que se dirijan, cargados de sus cadenas, al Toboso, y cuenten a su señora Dulcinea lo que su caballero ha hecho por ellos.
“………en pago del cual querría y es mi voluntad, que, cargados de esas cadenas que quité de vuestros cuellos, luego os pon gáis en camino y vayáis a la ciudad del Toboso, os presenteís ante la señora Dulcinea del Toboso y le digáis que su caballero, el de la Triste Figura, se le envía a enco mendar, y le contéis punto por punto todos los que ha teni do esta famosa aventura hasta poneros en la deseada liber tad; y, hecho esto, podréis ir donde quisiéredes”. (I, 22).
Los liberados se niegan, explicando que están obligados a huir y perderse por los caminos para que no los encuentre la justicia. Esto enfada tanto al caballero andante, que alza su lanza para vengar el agravio recibido y acaba siendo apedreado por los mismos a quien tanto bien había hecho y, por supuesto, los liberados huyen y continúan con sus fechorías.
Por estas acciones Don Quijote está a punto de acabar con sus huesos en prisión, como podemos comprobar en el desacato al poder de la Santa Hermandad en su enfrentamiento con los cuadrilleros de aquella.
“En tanto que Don Quijote esto de día, estaba persuadiendo el Cura á los cuadrilleros como Don Quijote era falto de juicio, como lo veían por sus obras y por sus palabras, y que no tenían para qué llevar aquel negocio adelante, pues aunque le prendiesen y llevasen, luego le habían de dejar por loco; á lo que respondió el del mandamiento que á él no le tocaba juzgar de la locura de Don Quijote, sino hacer lo que por su mayor le era mandado y que una vez preso, siquiera le soltasen trescientas ”. (I, 46).
En efecto, gracias a la insistencia del Cura de El Toboso que pudo persuadir a los cuadrilleros, Don Quijote de la Mancha, la flor y la nata de la gen tileza, el amparo y remedio de los menesterosos, la quinta esencia de los caballeros andantes (I, 19), no acabó preso por sus muchos desvaríos.
III.- Conclusión.
Todo lo que acontece a Don Quijote evidencia que aunque la justicia humana diste mucho de ser perfecta, mucho peor es que el individuo se tome la misma por su mano y trate de imponer la suya propia, por muy altruistas y desinteresados que sean sus planteamientos. La aplicación de una justicia ideal, como la que pretende Don Quijote, no es suficiente para cambiar el mundo, es una mera utopía que dista mucho de la realidad, porque no se puede luchar contra las injusticias dando lugar a nuevas clases de las mismas.
En todo caso, hay que decir en defensa de las acciones, que con tanta insensatez acomete Don Quijote, que todas ellas están realizadas atendiendo a las leyes de caballería, “dar libertad al forzado”, como lo podemos comprobar en esta frase que nuestro caballero andante dice a su Escudero Sancho, cuando éste le recrimina haber liberado a los galeotes.
“a los caballeros andantes no les toca ni atañe averiguar si los afligidos, encadenados y opresos que encuentren por los caminos, van de aquella manera o están en aquella angustia por sus culpas o por sus gracias; sólo les toca ayudarles como menesterosos” (I, 30).
Bibliografía
Javier Nistal Burón, es licenciado en Derecho y diplomado en Criminología. Pertenece al cuerpo funcionarial de juristas de Instituciones Penitenciarias. Ha publicado más de un centenar de artículos doctrinales en distintas Revistas especializadas; asimismo, es coautor de varias publicaciones y autor de algunos libros sobre la temática penitenciaria.