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Año 2017, siglo XXI, han pasado ya dos años desde que Michael J. Fox a.k.a Marty Mc Fly viniera a visitarnos con su Delorean tuneado. Y desde luego aunque aún estemos lejos de poder adquirir un patinete volador a un precio accesible (existen algunos prototipos muy limitados en cuanto a usabilidad y batería a precios inalcanzables (Lexus International, 2015)), algunas de las predicciones de Regreso al futuro II (1989) son una realidad: ya se pueden adquirir drones a precio de saldo, podemos realizar pagos desde nuestro dispositivo móvil favorito, fichamos en el trabajo usando nuestra huella dactilar o nuestro rostro con el uso de dispositivos biométricos, nos comunicamos con la tecnología a través de nuestra voz y nuestros gestos kinéticos, y la wearable technology ha venido para adherirse a nuestro cuerpo como la nueva tendencia de las pasarelas.
El presente-futuro pinta bien ¿No?
1. Robot Rock!
21.200.000 millones. Es el número de resultados encontrados en YouTube utilizando la palabra clave robot. Añadámosle la función que deseemos y obtendremos un resultado satisfactorio: robots que hablan ochenta y dos idiomas, robots que bailan sardana, robots que corren al ritmo de Usain Bolt, robots que van a hacer la compra, robots que dan masajes de todo tipo, con y sin final feliz, robots que analizan si la fruta y verdura de tu nevera está en buen estado porque nuestros sentidos están ya demasiado atrofiados y ocupados en aprender cosas más importantes, en definitiva robots que están preparados para convivir con nosotros cuando nosotros estemos preparados para convivir con ellos. Y uno de los espacios en los que cada vez más nos vamos a tener que acostumbrar a colaborar codo con codo con los robots es en nuestro puesto de trabajo (Ford, 2015; Rifkin, 2014; Servera, 2016; Srnicek & Williams, 2017). Eso, en el caso de que podamos aspirar a tener un puesto de trabajo en un mundo donde los robots van a estar capacitados para realizar labores no solo meramente productivas, sino también otras tantas de carácter más técnico. Uno de los ejemplos más latentes de la revolución que se nos avecina es el sector médico, cuyos avances en robótica pueden llegar a permitir en no demasiados años que las «manos» del robot puedan ser tanto o más precisas como las del mejor cirujano (Barby, 2012; Ford, 2015). Desde el momento en que los robots son capaces de tomar decisiones complejas ¿Qué es lo que nos quedara al común de los mortales? ¿Servir copas a la élite empresarial tecnológica? Quién sabe, quizá ni eso.
2. Disrupción superpuesta
En los últimos días hemos asistido a una serie de tensiones en diferentes lugares de España fruto del enfrentamiento entre taxistas y nuevos servicios de transporte de carácter disruptivo como Cabify o Uber (Urrutia, 2017) . El auge de estas últimas surge gracias a la implantación de los smartphones y la expansión de las conexiones móviles de alta velocidad. Un par de clicks en la app de turno y habremos reservado nuestro chófer particular a la hora y en el lugar indicado a un precio sustancialmente más reducido que el que nos podría costar un taxi. Una amenaza real en toda regla para el sector del taxi ante el que se podrá resistir durante poco tiempo. Sin embargo, lo llamativo de esta situación es que lo peor para el sector todavía está por llegar: a la competencia marcada por las compañías que ofrecen servicio de chófer privado se unirán las nuevas compañías que empezarán a ofertar servicios de transporte con el uso de vehículos autónomos (Dans, 2017). Se acostumbra a decir que la innovación tecnológica va siempre un paso por delante de la sociedad en lo que a su regularización y su asentamiento se refiere. Primero se abraza esa tecnología, y después se piensa en sus consecuencias. Sin embargo, en este caso la tecnología se adelanta de tal modo a un sector que, incluso cuando aún está peleando por resolver la aparición de una tecnología disruptora, se ve obligada a enfrentarse a otra disrupción para la que por supuesto está todavía menos preparado, llevando a que el conflicto se torne todavía más agrio (como hemos podido ver en la guerra de los taxistas con estos servicios la situación ha dado lugar a disputas e incidentes violentos incluso en la propia carretera). ¿Qué hace el estado? ¿Desregulariza el sector para favorecer la innovación y brindar un servicio más democrático y accesible, o cierra filas y penaliza el avance tecnológico en pro de un puñado de puestos de trabajo? Esta decisión obviamente se decide en base a un valor meramente cuantitativo para el gobierno: los taxistas son una cifra positiva en la tasa de desempleo, los conductores de Uber no. Pero a pesar de lo anterior, no tiene sentido intentar evitar lo inevitable. De lo contrario ¿Por qué no volver por ejemplo a la ganadería tradicional para crear más puestos de trabajo?
3. La crisis de la economía del conocimiento
En la actualidad contamos con acceso a formación universitaria de todo tipo, y además cada vez más técnica en ese mantra que es el fenómeno de la especialización. «¡Especialízate!», afirman los más sabios entrepreneurs. «Tendrás más salidas laborales porque eso es lo que te diferencia, lo que te hará proyectarte como profesional». En España la formación universitaria ha doblado prácticamente su oferta en los últimos 25 años, con 33 nuevas universidades privadas (en 1992 tan solo eran 5) capaces de proveerte de un saber tan profundo que resultaría extraño que ese aprendizaje no tuviera efectos directos en el mundo laboral (Servera, 2017). ¿Recuerdas sin embargo lo que te he comentado anteriormente? Efectivamente, incluso los sectores que requieren una mayor formación universitaria ven como el aliento de una nueva revolución tecnológica amenaza con hacer que su rol en el plano laboral sea cada vez más prescindible. Este cambio de paradigma no hará más que sumir en una crisis cada vez más profunda a una educación universitaria que tras haberse doblegado ante la estructura capitalista perderá quizá parte de su sentido como herramienta de prosperidad laboral para los estudiantes (Rifkin, 2015, Srnicek & Williams, 2017).
4. Marginal Massive Attack
Probablemente una gran parte de los que estén leyendo esta introducción estén pensando dos cosas: que soy un catastrofista, y que de tanto ver Black Mirror me he vuelto un tanto conspiranoico con esto de la era de los robots. Si bien puede que influya lo segundo, lo que no se puede obviar es que la automatización de los puestos de trabajo ha ido absorbiendo paulatinamente el mercado laboral (Ford, 2015; Rifkin, 2014; Srnicek & Williams, 2017). Nada más lejos de la realidad, en los últimos 40 años las recuperaciones económicas posteriores a las crisis de occidente han perdido cada vez más capacidad de recuperar los puestos de trabajo destruidos durante las etapas de crisis (Ford, 2015). Un dato sintomático que da buena muestra que el mercado laboral está colapsado es el hecho de que en Estados Unidos, cuna de muchas de las políticas laborales que luego se extienden alrededor de Europa, no creó nuevos puestos de trabajo en la primera década del siglo XXI (Srnicek & Williams, 2017). Fruto de este incremento cada vez más sostenido de stock sobrante de trabajadores, la corriente en torno a la necesidad de implantar a medio plazo un sistema de subsidios mínimo para todas las personas en edad activa de trabajar se va extendiendo tanto entre los teóricos de corte más neoliberal como por parte de sectores más izquierdistas (Ford, 2015; Rifkin, 2014; Srnicek & Williams, 2017).
Sin embargo, aplicar una suerte de renta mínima garantizada puede tener efectos parcialmente perversos si no se acompañan de un nuevo modelo de sociedad en el que la exclusión social no esté ligada a la inserción laboral. Y es que según las tesis indicadas por los teóricos post-trabajo, la proporción de personas sin «oficio ni beneficio» podría pasar a tener dimensiones tales que las cifras de paro actuales terminarán por parecernos irrisorias en comparación con lo que está por venir (Dans, 2015; Ford, 2015). El reto será entonces encontrar un equilibrio entre ese selecto grupo de personas que sí podrán aspirar a contar con un puesto de trabajo frente a ese grueso de la población para el cual se tendrá que plantear un nuevo rol social. En la era donde el trabajo se constituye como base identitaria de las personas, no cabe esperar otra cosa que no sea una suerte de crisis existencial colectiva que obligará a replantear por completo nuestra cadena de valores (Servera, 2016). Este cambio profundo obliga a la izquierda política a replantear su sentido, basado en la defensa del proletariado y del derecho al empleo, defensa que se torna problemática desde el momento en el que fácticamente esa concepción resulta no solo utópica sino también desfasada para los tiempos que están por venir (Srnicek & Williams, 2017).
En este complejo e incierto futuro se deben manejar las empresas del siglo XXI. Unas empresas que experimentan crecimientos a velocidad de vértigo a la vez que son capaces de morir de éxito en muy pocos años (Naím, 2013). Un ecosistema empresarial donde cada vez resulta más complicado perpetuar el poder en un sector, y que se ven obligadas a una competencia cada vez más salvaje para ser los mejores en todos los sentidos. Un ecosistema empresarial que hasta en las mejores empresas parece tener dos caras: por una parte nos encontramos con desarrollo de políticas internas que fomentan un mejor ambiente laboral (Botella, Gimeno & Marqués, 2012; Handy, 2007), por el otro lado comprometen al trabajador a que felizmente acepte estar abierto las 24 horas del día.
Por ese motivo, en este número se ha querido poner el foco de atención en algunos de los retos de las empresas del presente para con el mañana. En primer lugar, Álvaro García nos desgrana la aplicación del compliance penal en España, las motivaciones que han llevado a que se introdujera en nuestro país, y las lagunas que contiene tanto en su legislación como en la aplicación de la misma. En segundo lugar, nuestro holócrata Guillermo González analiza el porqué de la corruptibilidad de las grandes corporaciones a través de la Teoría del Caos. En tercer lugar Rebeca Cordero, José Blázquez, Daniel Briggs y Eva Moral nos presentan una investigación comparativa entre España y Portugal en torno a la aplicación de la responsabilidad social corporativa. En ella se revisa hasta qué punto no estamos tratando más con una cuestión relacionada con el marketing y los intereses económicos antes que con una conciencia real del impacto de la empresa en su entorno directo y en el aspecto ambiental. Esta investigación inaugura además nuestro «Rincón del guiri», ya que se trata del primer artículo de Refurbished que publicamos íntegramente en inglés. Para terminar, David Pavón nos habla del delito de falsedad en las cuentas anuales de las empresas, hecho constitutivo como ilícito penal, tiene una repercusión social directa, en tanto implica un mayor riesgo de falibilidad de la economía de mercado.
Sed bienvenidos a #RefurbishedCorporation.
5. Bibliografía
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Soy Licenciado en Criminología y Filosofía por la UAB. En 2011 fundé Criminología y Justicia, empresa dedicada a la divulgación de contenido de caracter criminólogico-jurídico que contó con la participación de más de 100 autores hasta su cierre en 2017. Durante ese tiempo se publicaron más de 1000 artículos que han recibido ya más de dos millones de visitas; se publicaron cerca de una treintena de libros, y también se organizaron diferentes eventos y congresos enfocados a divulgar la Criminología.
Ahora mi interés estriba en aplicar toda esa experiencia en el mundo de la divulgación científica a otros ámbitos dentro de la comunicación digital.