Resumen
Cada vez que veo una foto de Irene Villa en un períodico me alegra el día. Su pelo es moreno y liso, su mirada transparente y su sonnrisa sincera y contagiosa. Sólo con esa mirada y con esa sonrisa está gritando a todo el quiera oirla que la vida es bella e irrepetible, que tenemos que aprovecharla y disfrutarla, que la vida se tira por el váter si la pasamos sentados en un sillón o tumbados en un sofá lamentándonos por nuestros problemas y echándole la culpa de lo que nos pasa al resto del mundo. Irene Villa es como un torrente de agua fresca y limpia.
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Cada vez que los problemas cotidianos nos cabrean o nos amargan el día tenemos que acordarnos de Irene Villa. Si la comunidad de vecinos acuerda el pago de una derrama extraordinaria, si hemos rozado el coche, si nuestros hijos no ordenan su habitación o si tenemos a un familiar enfermo, tenemos que acordarnos de esta mujer morena de 32 años y del inmenso ejemplo que nos viene regalando desde hace casi veinte años.
Hace casi veinte años. El 17 de octubre de 1991 amaneció en Madrid como cualquier otro día. Irene Villa González era una niña de 12 años de edad. Se levantó temprano, se aseó, se vistió, desayunó. Su madre, María Jesús, funcionaria de la Dirección General de la Policía, la iba a llevar al cole. Ambas ignoraban que una explosión de barbarie, dolor y sangre las estaba esperando. Cuando circulaban por la calle Camarena en el distrito Latina, la bomba que llevaban adosada en los bajos del coche estalló. Madre e hija salvaron la vida de milagro. Irene Villa perdió las dos piernas y tres dedos de una mano, y su madre una pierna y un brazo. La carnicería ETA abrió para sus víctimas antes que el cole para los niños. Los presuntos responsables de ese baño infame de sangre son José Javier Arizkuren Ruiz "Kantauri" y Soledad Ipazaguirre "Anboto".
Irene Villa le ha ganado al terrorismo, ha dejado a ETA y sus acólitos no ya descolocados sino en el más absoluto de los ridículos. El objetito principal del terrorismo es atentar contra la paz pública, atemorizar a la generalidad de la sociedad. En los ojos y en la sonrisa de Irene Villa no hay ni un solo atisbo de terror. Ha afrontado su situación sin una mala palabra, sin un mal gesto pero defendiendo con firmeza los intereses colectivos de las víctimas del terrorismo. Se licenció en Periodismo y amplió estudios en Comunicación Audiovisual. Ha colaborado y colabora en diversos medios de comunicación, imparte conferencias, asiste a eventos y practica el esquí. En 2004 publicó un libro, "Saber que se puede", un ejercicio maravilloso de sencillez y sinceridad. Y todo esto lo hace sin darse importancia. Ahí radica su grandeza. Le han concedido numerosos galardones, pero me da la sensación de que no ha sido todavía justamente reconocida por las autoridades españolas. A Ingrid Betancourt le concedieron el premio Príncipe de Asturias de la Concordia. ¿Acaso Irene Villa lo merece menos? Los españoles sí reconocemos y valoramos a Irene Villa pero quienes nos gobiernan parece que no tanto.
Irene Villa es la demostración de que la paz puede ganar a la violencia, las ganas de vivir a la depresión, la alegría a la crispación, la vida a la muerte. Si Miguel Ángel Blanco venció a los terroristas desde la muerte, Irene Villa lo ha hecho desde la vida, pero desde la vida a borbotones, en un contiuo y diario derroche de nobleza, sencillez, sentido común y dinamismo. Mientras "Kantauri" y "Anboto" se pudren en su miserable cárcel de odio, fanatismo y cobardía, Irene Villa nos hace a todos abrazar el cielo con su ejemplo.
"El amor es más común que el odio, pero el odio hace más ruido" dijo Irene Villa en una entrevista en La Gaceta de los Negocios. No Irene, tú haces que el amor se escuche sin necesidad de gritar. Basta con ver tus ojos y tu sonrisa. Recientemente, he leído que Irene Villa se casa este verano. El día de su boda, prometo que alzaré una copa y brindaré por ella. Es lo menos que podemos hacer.