Resumen
El homo criminis se encuentra en la cúspide del ser-antisocial, evidentemente Bin Laden, es producto del ejercicio del libre albedrío en la búsqueda de mantener el terror mediante actos lesivos que provocan el sofocamiento social, ocasionando el surgimiento de un estado de violencia constante, violencia que se ve justificada por una ideología basada en el fanatismo y en el lavado de cerebro de sus adeptos, en el que la divinidad es el motor que les ínsita al sacrificio de sus propias vidas, en nombre de un honor aparente que les llena de “gloria”.
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La violencia de una sociedad que busca justicia en la venganza, se viene a convertir en una catarsis social que deviene en una renovación y resurgimiento de la seguridad y tranquilidad de un Estado, -desde el caos que provoca el terror-; la barbarie es campo fértil del homo criminis, el cual apela inexorablemente a la constitución psíquica axiológica del hombre, que se desarrolló en la cultura de la desesperanza, con una autoestima paupérrima y vacía en el legitimo ejercicio de sus derechos humanos.
Dice un adagio popular: “Que muerto el perro se acabo la rabia”, en el caso de Bin Laden, sobrevive el virus de la rabia y el odio que muestran sus adeptos contra el mundo que no comulga con sus creencias basadas en la intolerancia como esencia del eje central de sus actos.
Resulta insoslayable la creencia que a Bin Laden se le detendría para ser un huésped más de Guantánamo, eso provocaría un caos tremendo en la pretensión de rescatarle de las “garras de sus captores”; para los Estados Unidos siempre existió la convicción de que era mejor aniquilarle vitalmente antes que aprisionarle. Ahora bien, ¿Habrá argumentos validos para que el poder político de los Estados Unidos desapareciera el cuerpo sin vida de Bin Laden? Hasta cierto modo se justifica, en virtud de que la sola ubicación del fiambre de Bin Laden, daría una “razón” más para que sus enajenados adeptos le idolatren como una “deidad”, quizá más allá del equivalente a una beatificación –ya que esta tan de moda-, en occidente nos resulta difícil asimilar esa actitud fanática, con la que en nombre de la divinidad siembran la muerte y la destrucción.
Es innegable que Bin Laden se haya encontrado en la cúspide del ser-antisocial, mediante sus actos de terror en diversos puntos del mundo, este tipo de homo criminis además de contar con poder para manipular la voluntad de quienes le seguían, era poseedor de un gran poder material que le permitía, corromper a las autoridades de los países en los que se encontraba, además de que sus simpatizantes mostraron lealtad durante mucho tiempo, de otra manera no se explica, que haya tenido que pasar tanto tiempo para que lograran alcanzarle y aniquilarle.
Es claro que para el homo criminis no cuenta ningún estado de derecho, porque solo se rige por sus propias normas, satisfaciendo sus más primitivos instintos de muerte, para el homo criminis no existen fronteras, ni nacionalidades; para éste tipo de homo criminis la base de sus actos esta justificada por la ideología divina, que le “autoriza” hacer del mundo y del hombre objetos de aniquilación, en otras palabras, el homo criminis esta entregado al ejercicio de sus instintos, manteniendo al Estado en declive, desafiando la existencia del Estado de origen y los periféricos, existiendo mediante una compleja red con el elemento característico de organización jerárquica, traduciéndose esto en la subordinación del homo criminis al homo criminis, al ser-antisocial y al hombre.
Bibliografía
Licenciado en Derecho con Estudios en Psicología Educativa