Resumen
Hoy me he cansado de aguantar, me han hecho explotar. Eran las 7 horas y 43 minutos de la mañana cuando he subido al tren dirección a la universidad. No había podido dormir demasiado la noche anterior, ya que había estado reunido hasta tarde con dos compañeros con los que pretendo ejecutar un proyecto de investigación en el Nepal, lo que provocaba que mi estado de ánimo no fuera el óptimo para afrontar un día en el que tendría que combinar clases, prácticas curriculares y trabajo. Y para colmo, no encuentro sitio para sentarme en el tren. Con el abstracto objetivo de poner a trabajar mis neuronas antes de llegar a la universidad, me disponía a ponerme unos auriculares para escuchar unos ritmos tercos de Extremoduro cuando he escuchado ese preámbulo de frase, otra vez, esa maldita coletilla mal engendrada: “es que la juventud de hoy en día…”.
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Dos señoras de cerca de 50 años, vestidas con faldas negras, zapatos en punta y abrigo peludo, con los labios pintados de color de culo de babuino, y olor a perfume repulsivamente caro; junto a un caballero, con camisa azul marino, corbata negra con franjas amarillas, maletín y zapatos negros, con olor a colonia de después del afeitado, probablemente comprada en el Mercadona. Sentados los tres en los asientos reservados para personas con problemas de movilidad. He decidido guardar los auriculares y poner a calentar a mis neuronas con algo mucho más efectivo que el rock, el odio matinal. Aquellos tres individuos, felices en sus ropas de quieroserynopuedo, se encontraban sumergidos en una vomitiva conversación sobre la vagancia y falta de valores de los jóvenes, los tres sonreían mientras parloteaban expresiones que retumbaban en mis entrañas: “solo les gusta la fiesta”, “se gastan todo lo que tienen en droga”, “ya no tienen ni siquiera valores”. Me han hecho explotar. No he tenido los “valores” suficientes para decirles lo que pensaba, pero les agradezco profundamente que hayan engendrado en mi interior ese pequeño defensor de la juventud que ahora estoy sacando a la vez que difumino mis huellas en el teclado del ordenador.
Vivimos en la segunda década del siglo XXI, años de olvido -y desatención-. Nos quieren hacer olvidar que existe una clase oprimida y una opresora, y desatender la lucha de clases. Nos quieren hacer olvidar que existe un género oprimido y uno opresor, y desatender la lucha de género. Nos quieren hacer olvidar que existen orientaciones sexuales oprimidas y una opresora, y desatender la lucha LGTB. Nos quieren hacer olvidar que existen grupos étnicos oprimidos y opresores, y desatender la lucha contra la discriminación racial. Y nos quieren hacer olvidar que los jóvenes tenemos un papel fundamental en la sociedad, y desatender por completo las aspiraciones de nuestra generación. No voy a utilizar el concepto lucha de generaciones, éste ha sido prostituido ya por demasiados analistas de Antonio Gramsci durante las últimas décadas.
Mi nombre es David, tengo 21 años y soy estudiante de último curso de Criminología. Trabajo como becario de investigación en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y pertenezco a la generación más preparada de todos los tiempos, una generación oprimida.
Por dictamen conceptual, todo grupo social oprimido se encuentra en el lado opuesto a un grupo opresor. Decir, por tanto, que la juventud es una generación oprimida, determina que las generaciones anteriores son grupos opresores. Y así es. No pretendo con este argumento enherbolar a las damas y el caballero que criticaban tan ricamente a los jóvenes en el tren -aunque de ser así tampoco estaría nada mal- sino visualizar un conflicto social latente y buscar vías de integración de la juventud en la toma de decisiones colectivas. Confesar y admitir que como miembro del sexo masculino pertenezco a un género opresor es lo mínimo que puedo hacer para oponerme a la discriminación de género; puedo ser miembro de un género opresor a la vez que soy feminista y defiendo la igualdad de género. Del mismo modo, pertenezco a un grupo étnico opresor a la vez que me siento profundamente identificado con las luchas contra la discriminación racial. Lo mismo pido a las generaciones anteriores, conocedoras de su rol opresor y admitiendo una discriminación continuada hacia la juventud pueden hacer mucho más por nuestra integración colectiva al futuro social que apalancados en sus asientos reservados para personas con movilidad reducida. Y sin la integración de los jóvenes, no habrá futuro.
Como grupo oprimido, la juventud tiene el acceso vetado a todo tipo de mecanismos formales de toma de decisiones colectivas. Ni cargos públicos ni políticos. Ni representación en la dirección de sindicatos. Ni de partidos políticos. Ni de Consejos Directivos de empresas. Ni representación en Colegios Profesionales. Ni en asociaciones profesionales. Como grupo oprimido, se intenta obviar su importancia existencial y silenciar sus aspiraciones.
Las generaciones anteriores, como grupos opresores, dependen –y más que lo harán– económicamente de la juventud; igual que el sexo masculino depende del femenino; la burguesía de la clase obrera; o la etnia blanca de las minorías étnicas. Y sin la integración de los jóvenes, no habrá futuro.
De nuevo, generaciones anteriores, este escrito es más una invitación que una denuncia, una convocatoria a todos los agentes sociales para que luchen contra la opresión de la juventud, para que integren a los y las jóvenes a los procesos de toma de decisiones colectivas. Eric, estudiante de biología ambiental con experiencia en investigaciones en Ecuador y Tailandia; Rosana, estudiante de genética en Cambridge; Sergio, encargado del mantenimiento y soporte técnico de la Generalitat de Catalunya; Carlos, encargado en la fábrica Seat de Martotell; Alicia, estudiante de economía en Seúl; Cristina, encargada de frutería; Pol, estudiante de filología inglesa y actor; y Adrián, estudiante de medicina –todos ellos compañeros de clase desde los 3 años– están deseosos de participar como agentes del futuro social. Están hartos de ser discriminados y oprimidos. Anhelan poder aportar todo lo que las generaciones anteriores no han sabido, porque tienen las herramientas para el cambio.
No es este discurso un anuncio publicitario, no busca crear compasión, y no, no quiere convencer a quien no merece ser convencido. Las pasadas líneas son un canto a la justicia social, a los derechos colectivos de los jóvenes, al futuro. No es este texto una homilía al victimismo, es un alegato a la revolución generacional.
Bibliografía
De profesión: investigador predoctoral de la Universidad de Manchester y colaborador del Centro Crímina para el estudio y prevención de la delincuencia de la Universidad Miguel Hernández.
De formación: Graduado en Criminología por la Universidad Autónoma de Barcelona, Máster en Análisis y Prevención del Crimen por la Universidad Miguel Hernández y estudiante de doctorado en la Universidad de Manchester.
De pasión: amante de la literatura, el arte y la política, pero sobre todo de la relación entre los anteriores.